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La carrera de Mateo Gil en el cine español es curiosa: descubierto cuando era un pipiolo de solo 24 años como coguionista de Tesis (1996), revelación de su año que trajo al primer plano de la actualidad a uno de los directores más interesantes de nuestro cine reciente, Alejandro Amenábar (aunque últimamente esté de capa caída), Gil hizo su debut en la dirección con Nadie conoce a nadie (1999), aceptable adaptación de la novela homónima de Juan Bonilla, que tuvo buena repercusión de público (1,4 millones de espectadores, una de las de mayor recaudación del cine español de aquel año) y fue, en general, bien valorada por la crítica. Sin embargo, ese debut no tuvo continuidad a medio plazo, sino que siguió, intermitentemente, trabajando como coguionista de Amenábar en films como Mar adentro (2005) y Ágora (2009).

Por fin, regresó a la dirección de largometrajes con una rareza, Blackthorn. Sin destino (2011), un western ambientado en Bolivia, nada menos, y que recuperaba a los personajes de Butch Cassidy y Sundance Kid de Dos hombres y un destino (1969), el mítico western crepuscular de George Roy Hill. Aunque estimulante, tuvo una desastrosa carrera comercial, aunque aún así fue mejor que la de su siguiente empeño como director, Proyecto Lázaro (2016), que no la vieron ni los familiares de los que la hicieron... Curiosamente, cuando se le amontonan los proyectos que han terminado en fiascos absolutos, es cuando Gil está dirigiendo con más continuidad: contradicciones de este nuestro cine español... Porque Las leyes de la termodinámica tiene toda la pinta de pegarse también la gran costalada, y eso que esta se está publicitando a gran escala, dado que entre los productores está el poderoso grupo audiovisual Atresmedia, que lógicamente ha echado el resto para hacer propaganda a su producto.

Sin embargo, nos encontramos con uno de esos films que uno se pregunta cómo fue posible que alguien confiara seriamente en él. Se supone que la explicación vendrá dada por el éxito multitudinario de una serie como The Big Bang theory (ahora solo Big Bang: los recortes, que llegan a todos lados...), la franquicia televisiva sobre cuatro empollones y sus novias o esposas, un divertido serial yanqui que, ciertamente, a priori, parecía raro que fuera a funcionar; pero funcionó...

Pues ese éxito internacional, hasta convertir Big Bang en una serie tan popular como Los Simpson, es lo que, a nuestro juicio, ha hecho pensar a gente con poder que el guion de Las leyes de la termodinámica podía atraer al público. Pero, me temo, no es el caso: aquí tendremos también a un empollón, el protagonista, un Manel que es un astrofísico que malvive dando clases como profesor auxiliar en la universidad, mientras convive con su novia, a la que deja por su fascinación por una modelo mulata, y que permanentemente está intentando convencer a sus novias, a sus amigos y al sursuncorda, de que las leyes de la termodinámica, que todo lo explican, lo pueden hacer también en las relaciones personales, en los sentimientos, en el amor.

El problema de Las leyes... es que esa misma teoría del protagonista la asume Mateo Gil, como director y guionista, y todo el film gira en torno a esa en principio curiosa, pero pronto ya pesada, fastidiosa y abstrusa manía de intentar emparentar cualquier tipo de movimiento, acción u omisión amorosa con las leyes de la física, sea cuántica o no. Cuando llevas media hora con la misma pamema, empiezas a desconectar, por más que Gil, en estos veintitantos años que lleva como director (aunque haya filmado de higos a brevas) demuestre que ha mejorado sustancialmente desde su estilo más bien pedestre aunque eficaz de Nadie conoce a nadie, filmando ahora con personalidad y estilo; lástima que esas cualidades estén al servicio de una cosa bostezante en la que llega un momento en que se nos da una higa que Manel recupere, o no, a su novia, que esta se encame, o no, con su nuevo pretendiente, que el amigo argentino se parta la crisma al caerse de un autobús del Orgullo Gay, o que la entropía, la segunda ley de la termodinámica, según nos enteramos (velis nolis...) en el film, consiga que, efectivamente, todo tienda al caos, por más que los cuerpos de los seres humanos, como se dice en la peli, no seamos otra cosa que un montón de átomos organizados.

Entonces ya nos da igual cualquier cosa que no sea que se agoten los cien minutos de esta comedia romántica que no induce a la sonrisa, mucho menos a la risa, y que de romántico tiene más bien poco, más allá de confirmar que los pelmazos, en el amor, son mucho más pelmazos que en el resto de la vida cotidiana.

Lástima, porque queda dicho y confirmado que Gil ha mejorado mucho como director y tiene ya una personalidad muy marcada y una notable facilidad para planificar con cabeza y buen sentido. Pero esas cualidades, que están muy bien cuando se tiene una historia molona, son manifiestamente prescindibles cuando lo que se nos cuenta es una marcianada de marca mayor, reiterativa y pesada.

Vito Sanz, el protagonista, se esfuerza en resultar creíble en su personaje, aunque ciertamente lo tenía difícil; proveniente del cine independiente español, su rostro nos recuerda un poco a un James McAvoy en feo; su personaje aquí no es muy distinto al que encarnaba Pere Ponce en Amo tu cama rica (1992) o Gabino Diego en Los peores años de nuestra vida (1994), curiosamente en ambos casos con Ariadna Gil como objetivo amoroso de los dos memos, y también en ambos casos sin las ínfulas insufriblemente intelectualoides de este empollón que, finalmente, resultará que en asuntos amorosos es un cabeza hueca integral.

Del resto del reparto me quedo con una desaprovechada Irene Escolar, mucho mejor actriz que el átono personaje que le han endilgado, y no digamos el maestro José María Pou, quien tiene toda la pinta de aparecer por allí por aquello de que tenemos la mala costumbre de comer todos los días; con todo, cuando aparece en pantalla se come a todos los demás, Vito Sanz incluido, que tampoco es que sea Laurence Olivier...


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Las leyes de la termodinámica - by , Apr 24, 2018
1 / 5 stars
Un montón de átomos organizados