Las primeras señales de que el final del espagueti-western estaba próximo acontecieron cuando, al principio de los años setenta, el cine italiano produjo una aventura del subgénero con clarísimas intenciones desmitificadoras y más o menos cómicas. Le llamaban Trinidad, un éxito de público ciertamente inmerecido, supuso el comienzo de la etapa más zafia y pedestre del mentado espagueti, que prácticamente había empezado ya a autodevorarse. Se le da entonces la vuelta a los tópicos forjados por el subgénero, y nace esta nueva rama, bufa y chocarrera, que bebe, tal vez sin saberlo, del “slapstick” o cine cómico de tartazos y patadas en el trasero que cimentó el primer cine mudo.
Un aventurero sin escrúpulos llega a un pueblecito tras atravesar medio desierto. Allí se encuentra con su hermano, metido a sheriff del lugar, y a una banda de facinerosos a los que ambos habrán de enfrentarse a puñetazo limpio. Le llamaban Trinidad tuvo, al menos, la originalidad de ser el primer espagueti-western que basaba su comicidad en la cochambre más absoluta, el humor marrón, la escatología como forma de entender la vida. Tras él llegaron decenas de títulos que quisieron enriquecerse con el filón, agostado pocos años después.
El director, E.B. Clucher, esconde tras tan sonoro seudónimo a Enzo Barboni, al igual que los de los protagonistas, Terence Hill y Bud Spencer, camuflan los auténticos de Mario Girotti y Carlo Pedersoli. Ambos se hicieron sumamente populares de la noche a la mañana, continuaron su carrera juntos durante algún tiempo, para separarse después y seguir en solitario, ya con una muy inferior repercusión en taquilla.
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