Pelicula:

Una pequeña población de la provincia de Barcelona, el 19 de julio de 1936. Franco se ha sublevado y en Cataluña la República se afianza, al tiempo que las milicias de CNT-FAI se hacen fuertes. De la quema de conventos huye una joven monja, María, que se refugia sin saberlo en un burdel. La oportuna llegada de un grupo de Mujeres Libres (milicianas anarquistas) la libra de unirse, velis nolis, al grupo (y sobre todo a las tareas propias) de las fulanas. Buena parte de estas se pasan también al clan, comandado por Pilar, líder e ideóloga, y secundada por Concha y Aura. Pilar concibe pronto una extraña fascinación por la joven monja, a la que toma bajo su protección. Viajan a Barcelona, donde se rebelarán contra el papel subsidiario que incluso las gerifaltes ácratas reservan a las mujeres. Allí conocen al secretario de Durruti, un excura que se siente intensamente atraído por María...

El éxito comercial de su anterior filme, La pasión turca (1994), posibilita el hecho de que Vicente Aranda, por fin, pueda llevar a la pantalla su viejo sueño plasmado quince años atrás en un guion redactado con la ayuda de su amigo de la infancia Antonio Rabinad, pero también del crítico (precozmente malogrado) José Luis Guarner, maestro de escritores cinematográficos. Seiscientos millones de pesetas fue el, para la época, elevado presupuesto manejado por Aranda para esta producción, que curiosamente parece alejarse, al menos en parte, de su conocido gusto por hacer películas "con actores y paredes", aunque ello pueda ser una impresión engañosa, como veremos.

No será la única novedad de un film que, siendo plenamente arandiano, contiene innovaciones de interés. La primera de ellas y más evidente quizá sea el carácter coral del protagonismo: al contrario de lo que sucede invariablemente en los filmes de Vicente, donde los personajes principales son dos, tres, cuatro a lo sumo, aquí contamos con un protagonismo mucho más diluido, pudiéndose contabilizar hasta ocho papeles con peso específico real; eso sí, como es norma en Aranda, la inmensa mayoría de estos personajes son femeninos, y también casi todos muy fuertes. Cabría imaginar que, siendo Libertarias un film sobre la utopía que pudo haber sido y no fue, la implantación de la revolución anarquista, donde todos fueran iguales, sin Dios, patria ni amo, sin distinción de sexos, Aranda ha apostado por no tener uno o dos personajes centrales, sino por "colectivizar" el protagonismo. Con ello consigue entroncar con el espíritu del convulso momento histórico que refleja, pero sería injusto no decir que, por contra, ello diluye también el proceso de identificación del espectador con lo que se nos cuenta.

Otra de las novedades es la escasa presencia de sexo, una de las constantes ineludibles en su cine, y que aquí sin embargo tiene un papel poco lucido y, en todo caso, secundario con respecto a otros. De hecho, solo se puede llamar tal la escena entre Charo, prostituta reciclada en miliciana anarquista, y el también miliciano Faneca, y aún así, es una escena rodada con una sorprendente desgana por un autor perito en coitos originales.

Por el contrario, florece el amor platónico, como el solo sugerido entre la líder de las Mujeres Libres, Pilar, y la monjita, María, una relación apenas esbozada en algunas miradas típicas del cine arandiano, y sobre todo, en la insistencia de la monja en no separarse de su protectora cuando esta decide pasar la noche con el reportero extranjero: Pilar termina por ceder, desistiendo de sexo por un amor meramente platónico.

Parece como si Aranda, un tanto cansado del más difícil todavía en que se habían convertido sus últimos films en cuanto a erotismo, hubiera optado aquí por los terrenos menos escabrosos, aunque igualmente hermosos, del amor sin sexo. Lo resume la prostituta Charo, ya miliciana, en una frase lapidaria: "ya no me apetece (hacer el amor) ni por gusto".

Ahí no se acaban las relativas novedades temáticas de Libertarias. Por contra, otras de sus obsesiones están plenamente presentes, siendo la primera y fundamental la de la mujer como centro y eje de todo: si hubiera que escoger una sola palabra que definiera la película, esa sería "feminista": todo lo transpira, desde el heroico empeño del grupo de milicianas por hacer la revolución no solo contra los fascistas, sino también contra sus propios compañeros hombres, hasta la resistencia de estos, primero en el Ejército Popular, después incluso entre las filas anarquistas, con Durruti afirmando ante sus socios bolcheviques que "si es necesario, impondré una disciplina de hierro; lo único que me importa es la victoria", tras lo cual ordena a su Secretario que desaloje a las Mujeres Libres del frente, acusadas de enrarecer el ambiente en el campo de batalla.

La muerte, "siempre presente", como en la canción de Ana Belén, lo hace aquí de una forma literal (en los durísimos combates, fundamentalmente en la toma del pueblo de San Román y su ulterior pérdida), pero sobre todo simbólica, a través de un reloj despertador que el Obrero Padre lleva a todas partes, creyendo supersticiosamente que cuando se pare él morirá, como así sucederá, en el asedio al pueblo.

La típica crueldad arandiana aparecerá de forma traumática fundamentalmente en las últimas escenas, las del asalto de las tropas moras a San Román, incluyendo la violación de la monja María, rodada con extrema crudeza por el cineasta catalán.

Libertarias recupera el gusto por el riesgo de Vicente: gastarse seiscientos millones de las antiguas pesetas en una película tan profundamente ideologizada en un país tan ayuno de ideales como la España de mediados de los años noventa era ir contra corriente, como hizo tantas veces en su carrera. Pero seguramente hacía falta que alguien recordara la Utopía y el hecho de que una vez prácticamente se tocara con los dedos. Además, resulta curioso que esa Utopía venga dada como una confluencia de dos veneros ideológicos a priori tan lejanos como la acracia y el cristianismo.

Decíamos que la película de Aranda tenía un protagonismo coral; pero si hubiera que seleccionar un personaje que sobresaliera de los demás, ese sería seguramente el de María, la dulce monja que deja el convento para, tras un brevísimo e involuntario paso por el burdel, llegar al frente de batalla donde estará junto a las Mujeres Libres, de las que aprenderá las consignas libertarias como antes lo hiciera con los versículos bíblicos, llegando a una admirable mescolanza de ambas fuentes en la última, patética escena, en la que derrama sobre una agonizante Pilar (que se ha convertido para ella en Superiora, Madre, Hermana Mayor, Amante Platónica), frente contra frente, como en un postrer beso simbólico, un bellísimo texto que combina apasionadamente lo humano y lo divino, la redención del Hombre según Cristo y según Bakunin, una síntesis perfecta de la revolución humanista.

Gran trabajo coral sobre todo de las mujeres protagonistas, con una Victoria Abril, como siempre con Aranda, espléndida, pero también una Ariadna Gil que borda su papel de dulce monja metida a anarquista y una Loles León siempre eficiente. Entre los varones nos quedamos con Miguel Bosé y su complejo papel de ex cura reconvertido en secretario del todopoderoso Durruti (un notable Héctor Colomé) que siente una pasión carnal absoluta por la joven monja.

Película costeada como pocas de las de Aranda hasta esa fecha, fueron precisos dos directores de fotografía, los estupendos José Luis Alcaine y Juan Amorós, ambos habituales del cineasta catalán, como también lo era José Nieto en la música y su mujer Teresa Font en el montaje. De los excelentes efectos especiales se encargó el mago de los F/X en España, Reyes Abades.


(13-03-2018)


 


Libertarias - by , Sep 05, 2022
3 / 5 stars
Síntesis perfecta de la revolución humanista