Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS
[Esta película forma parte de la Sección War Times del ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST’2025. Disponible en Filmin por tiempo limitado]

Sam Mendes es, qué duda cabe, uno de los grandes nombres del cine surgido en los últimos treinta años. Procedente del mundo teatral británico, donde ganó merecida fama como director escénico, debutó con la espléndida American Beauty, y reincidió con la muy negra (y muy humanista) Camino a la perdición, un libérrimo Lear en clave “film noir”. Tras algunos títulos no tan entonados (Jarhead, por ejemplo), afrontó el reto de rodar dos films de la franquicia James Bond, y se laureó con nota sobre todo en Skyfall (007 en clave shakespeariana, nada menos), pero también en Spectre. Después ha rodado un par de títulos interesantes, el “tour de force” de 1917, un (falso) plano secuencia sobre la Gran Guerra, y El imperio de la luz, entre la cinefilia, el romanticismo y las desigualdades sentimentales y sociales.

Ahora Mendes afronta su primer documental, y vaya documental… Una serie de rótulos iniciales nos informan de que… “Desde 1945, el Museo Imperial de la Guerra en Londres guarda una enorme colección de películas en 35 mm. Las imágenes fueron grabadas por la Unidad de Cine y Fotografía del Ejercito en las çultimas etapas de la SGM. Junto a estas imagens se encuentran entrevistas con los hombrs de la Unidad, dirigidas por uno de los entonces conservadores de cine del Museo, Klay Gladstone, en los años 80. La película contiene grabaciones hechas por dos de los hombres y dos entrevistas. Sus nombres eran sargento Mike Lewis y sargento Bill Lawrie. Esto es lo que encontraron…”.

La película está articulada a partir de una selección de esas filmaciones que hicieron los mentados sargentos, pero también utiliza como hilo narrador los audios con entrevistas realizados por el Museo a esos mismos militares, allá por los años ochenta, y que ahora sirven como estremecedora narración de lo que “se encontraron”, como dice el título, al llegar con su unidad a la localidad de Celle, en la Alemania que se batía en retirada ya casi al final de la Segunda Guerra Mundial. Allí una delegación nazi con bandera blanca les informó que más adelante había un hospital en el que había un grave brote de tifus, por lo que había peligro de que esa temible enfermedad se expandiera por toda Europa.... 

A partir de ahí, Mendes estructura su relato en un “crescendo”, de tal manera que vamos enterándonos por las respuestas de los sargentos de cómo se les ordenó por parte de sus superiores que acompañaran a la avanzadilla que iba a dirigirse a ese supuesto hospital tifoideo, que resultó no ser tal sino un campo de concentración, el conocido como Belsen, donde los soldados británicos se encontraron (y así lo documentaron estremecedoramente los sargentos con sus filmaciones) un escenario dantesco: espectros esqueléticos, milagrosamente vivos aún, pero también cientos, miles, decenas de miles de muertos aún más esqueléticos, tirados de cualquier manera por todos lados; una sensación como de fin del mundo, un caos donde solo tenían aspecto de seres humanos el pequeño grupo de arrogantes militares alemanes que se mantenían como retén, absolutamente indiferentes al horror de aquella pesadilla. 

Llegarán después, en ese “crescendo” emocional siempre pespunteado por las palabras de los sargentos fotógrafos y por las imágenes cada vez más crudas, el momento de intentar recuperar a los vivos, una tarea titánica que suponía tener que “descartar” aquellos que, respirando todavía, se consideraron imposibles de devolver a una vida mínimamente decente, en una tarea de terrible triaje que, desde luego, nadie debería estar obligado a ejercer. El baño, la limpieza, la primera sanación corporal de los supervivientes se realizaría organizando una especie de tratamiento en cadena; algunos de ellos, en ese trance, solo acertaban a apretar la mano del que le limpiaba, como agradeciendo calladamente aquello que les devolvía a la condición de seres humanos.

Los entrevistados, en ese descenso a los infiernos que es el documental, hablan de cómo hubo que tomar una decisión drástica para los miles de muertos esparcidos por el campo y sus alrededores, para intentar evitar una colosal epidemia si no se les daba una solución rápida antes de que se empezaran a descomponer los cuerpos; así, se decidió que serían enterrados en fosas comunes; los encargados de ello serían los alemanes que aún permanecían en el campo...

A partir de ahí es difícil mantener la compostura viendo la película: los miles de muertos acarreados como reses muertas, amontonados en remolques de camiones hasta llevarlos a donde se habían excavado, con maquinaria, enormes fosas, es algo que uno seguramente no olvidará nunca. Esos cuerpos apilados unos encima de otros, desnudos, con la piel apergaminada pegada al hueso, las bocas abiertas en ese último rictus de dolor cuando se entrega el alma, eran transportados de cualquier manera por aquellos nazis que los vejaron, humillaron, torturaron, mataron de hambre o sencillamente los mataron, sin más, y lo hacían, efectivamente, como los que llevan un mueble viejo, o lo que queda de una res desguazada, simples carcasas de carne que terminaban siendo arrojadas a las fosas donde yacerían anónimamente para siempre. 

Mendes, sabiamente, da estas imágenes estremecedoras sin sonido, solo la pura imagen, los alemanes transportando los cadáveres que ellos mismos habían propiciado con sus actos, ahora como si fuera una molesta coda a su tarea inicua de aniquilar al semejante, por su etnia, o por sus ideas diferentes, o por cualquier circunstancia que diera pie a su malvado régimen a considerar que por ello no solo eran reos de muerte, sino también indignos de ser tratados como seres humanos. 

Cuentan los sargentos filmadores su corta experiencia como fotógrafos o cineastas aficionados, en ambos casos aficionados antes de comenzar la más letal (hasta ahora…) de las guerras que hayan existido en el mundo, experiencia que, de todas formas, les compelió a ser involuntarios notarios de aquel horror existencial. De sus bocas salen también algunos testimonios que no nos resistimos a reproducir, porque, junto con las devastadoras imágenes del documental, justifican plenamente la existencia del mismo y, por supuesto, su visión. Dice uno de ellos: “Entramos con el Jeep y nos encontramos con la desolación, muertos, vivos que parecen muertos, cadáveres por todas partes, lo inimaginable… la muerte de toda dignidad… cadáveres estragados por el hambre… Personas medio muertas, con la mirada perdida… gitanos, polacos, no necesariamente judíos, solo personas, pero lo que vimos ya no eran personas, eran cáscaras completamente vacías, solo había desesperación, como si hubieran llegado al final y no hubiera nada que hacer…”. 

Habrá también un momento para preguntarse por la responsabilidad, por los culpables de aquella atrocidad, pero también por los que, sabiéndolo, miraron para otro lado; en boca del sargento de etnia judía: “… las historias de persecución que le contaba su madre eran verdad, era una administración de la muerte… pero, ¿eran los alemanes solo los culpables? ¿Por qué no se bombardeaban las vías de los trenes de la muerte? ¿Dónde estaban las instituciones religiosas que lo sabían todo? Todos habían oído rumores, y seguro que la gente con poder lo sabía a ciencia cierta, y había guardado silencio…”.

Gran trabajo de Mendes en su primer documental, un trabajo que, aunque parezca que ya estaba en el material audiovisual manejado para hacer el mediometraje, en realidad está muy elaborado, para, a partir de ese material documental, realizar un estremecedor relato construido mediante un inteligente montaje de audios y videos, un relato coherente de estos sargentos que documentaron el horror de Belsen, en una película que se puede ver como si fuera una ficción, aunque sabemos (horrendamente…) que NO es una ficción…

Y es que (y esto ya no lo dicen los sargentos, ni Mendes, sino nosotros) las víctimas de Belsen no solo fueron vejadas, humilladas, asesinadas por inanición, masacradas, sino que además, con la liberación, siguieron siendo personas anónimas, sin identidad, convirtiéndose en solo un número “aproximado” en cada una de las nueve fosas comunes en las que fueron enterradas para siempre, fosas en las que aparecía el fúnebre contenido con carteles tales como “Fosa nº1. Aproximadamente 1000 cuerpos”. Porque ni siquiera tras la atroz muerte fueron un número exacto, sino ominosamente “aproximado”, añadiendo un agravio más a los muchos sufridos. Ni siquiera en ese último momento, como cadáveres liberados, pudieron recuperar la mínima dignidad de seres humanos...

Y pensar que todo esto, con diferentes formas, lo está haciendo ahora el Estado de Israel en Gaza…

(03-07-2025)


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Lo que encontraron - by , Nov 29, 2025
4 / 5 stars
Un ominoso "aproximadamente"