Parece que el cine de época (medieval o del Siglo de Oro) se vuelve a poner de moda en España; hace unos meses se estrenó Tirante el Blanco (por cierto, con un costalazo en taquilla de mucho cuidado), después Alatriste, que ha funcionado bien comercialmente (aunque muy lejos de la astronómica cifra de su presupuesto), y ahora Los Borgia, otra megaproducción en la que se ha implicado a fondo Antena 3, coproductora del filme. Hay que decir, de entrada, que quizá el empeño era demasiado grande para hacerlo en cine: la vida del papa Borgia, Alejandro VI, y sus hijos, a lo largo de los once años que duró su papado, está lleno de sucesos de todo tipo, hasta el punto de que han sido necesarias dos horas y media de metraje para contar la peripecia vital de este peculiar grupo familiar. Así las cosas, mejor hubiera sido rodar una miniserie televisiva, como probablemente terminará siendo exhibida en televisión (en Antena 3, claro…).
No obstante, el envite, con las inevitables faltas de ritmo en las que un metraje tan prolongado hace incurrir, se ha saldado con un resultado positivo. Porque Los Borgia, tras unos comienzos algo titubeantes en los que parecía derrapar por la elementalidad en los personajes centrales, pronto levanta el vuelo, adensándose, construyendo un retrato casi entomológico, en el que no se toma partido a favor ni en contra, de una familia valenciana llegada al poder omnímodo en el Vaticano, en el cambio del siglo XV al XVI, un momento histórico potentísimo (se acaba de descubrir América, España es ya un Estado unitario y se apresta a ser un Imperio, se termina la oscura Edad Media para entrar en el luminoso Renacimiento). Esta familia Borja, o Borgia, por decirlo con la grafía italiana con la que ha pasado a la posteridad, hizo de su propio interés el fin por el que se regiría el Estado Vaticano y, gracias a su poder espiritual, pero también temporal (en aquella época, Stalin no podría decir aquella ironía malvada de “cuantas divisiones tenía el papa”… porque las tenía), el resto del mundo conocido.
Filme ambicioso, que combina adecuadamente las complejas conspiraciones urdidas por el papa Alejandro VI, el paterfamilias de los Borgia, así como las cuitas de sus hijos (el sanguíneo, efervescente César; el tarambana Juan; el apocado Jofré; la atolondrada y finalmente tan escaldada Lucrecia, aquí muy lejos del retrato de matahombres que la Historia oficiosa le adjudica), con costeadas escenas de acción y un amplio despliegue de medios, no es ajeno, sin embargo, a hermosos detalles cinematográficos: el llanto del papa ante la muerte de su hijo, espléndidamente dado por un Lluis Homar que transmite como sólo lo saben hacer los buenos actores de teatro; el plano cenital de la muerte del pontífice; la escena final, con la carga suicida de César y ese zoom hasta el disco cristalino que confirma el secreto amor que sentía por su hermana… son detalles del cineasta exquisito y creativo que es Hernández, que conduce con solvencia un gran artefacto cinematográfico como éste, una empresa mastodóntica que ha cosechado un resultado brillante. Otra cosa será que en taquilla funcione bien: la ausencia de actores de relumbrón puede hacer encallar un empeño vistoso y un esfuerzo descomunal que merecería otro trato. Mención especial para ese volcán todavía pendiente de entrar en erupción que responde al nombre de Sergio Peris-Mencheta, que recuerda al primer Javier Bardem, y no sólo físicamente: tiene la potencia del protagonista de Mar adentro, aunque quizá no su ductilidad… Ojalá me equivoque.
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