Se esperaba con expectación esta Los cronocrímenes, sobre todo desde que se supo que Tom Cruise había comprado los derechos para hacer una versión en su país, como ya hiciera hace años con Abre los ojos, de Amenábar. Vista la película, lo cierto es que se comprende el interés de Cruise: estamos ante un thriller fantástico que juega, con bastante desparpajo, con el viaje en el tiempo (hablamos del mismo día, nada de viajar a la Edad Media…) como “leit motiv”, y las muchas posibilidades que ese recurrente tema presenta para una mente inquieta como la del actor y director Nacho Vigalondo, que estuvo nominado al Oscar al Mejor Cortometraje y de esa experiencia obtuvo excelentes réditos en relaciones, como se demuestra con esta curiosa fantasía en clave criminal, con un sujeto, un perfecto Juan Nadie de vida anodina, que se ve inmerso de improviso en una situación que le supera, cuando es atacado por un individuo con la cara vendada y se ve abocado a buscar refugio en unas extrañas instalaciones de investigación industrial.
De ese planteamiento surge una historia curiosa, que se va completando conforme va transcurriendo el metraje, como una gigantesco puzzle en el que (no hay que ocultarlo) faltan piezas; pero es verdad que, como en el anuncio, podemos aceptar pulpo como animal de compañía, porque la propuesta es sugestiva: ahí es nada, un hombre que se materializa por tres veces, gracias a una extraña y experimental máquina del tiempo, y cómo los tres clones habrán de componérselas para intentar reajustar los dislates que unos y otros han cometido, destruyendo los cimientos de su propia vida.
Es cierto que Los cronocrímenes recuerda poderosamente a una sobrevalorada película norteamericana de hace algunos años, Primer, pero, a diferencia de ésta, la película de Vigalondo tiene una mayor enjundia guionística y las tres historias que confluyen están ordenadas y expresadas con una aceptable sensación de verosimilitud (dentro de lo inverosímil del tema, claro está…). Vigalondo no es un director exquisito, pero sabe contar una historia, y hacerlo con una tan enrevesada como ésta, y que se entienda, es todo un mérito.
Como actor es más flojo, pero como Karra Elejalde, que nunca fue un prodigio interpretativo, va con el piloto automático puesto, tampoco es que se note demasiado. Buen inicio, entonces, para este realizador cántabro de nombre con reminiscencias vascas y que, tal vez por ello, ha hecho esta primera (y estimulante) incursión en el largometraje bajo los auspicios del cine euskaldun.
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