El cine de animación (en realidad todo el cine) es una cuestión de armonía entre fondo y forma, entre continente y contenido. Si ambas cuestiones no van de la mano, malo. Puede darse el caso de un virtuoso tratamiento formal que, sin embargo, no se corresponde con una historia a la misma altura, o viceversa, por supuesto. Nos tememos (y bien que lo sentimos) que ese es el caso de esta por lo demás tan esforzada y bienintencionada Los demonios de barro.
La trama se inicia en una ciudad innominada, aunque podría ser Madrid, o tal vez Lisboa o La Coruña. Allí conocemos a Rosa, una joven ejecutiva de alto nivel, bien considerada en su trabajo, que sin embargo está siempre estresada. Le llega la noticia de que su abuelo, que la crio en su pueblecito natal en Galicia, ha fallecido, lo que le provoca una crisis nerviosa, tras lo que se dirige al pueblo para encargarse del tema de la herencia, etcétera. Pero cuando llega allí se encuentra con que la gran mayoría de los vecinos profesaban una inquina (cuando no un odio africano...) contra su abuelo, motivado por (aparte de su carácter desagradable) haber dejado a los lugareños sin agua al dejarla represada en sus propiedades, que es donde está radicado el manantial de la zona... Esa inquina se ha transferido ahora a ella, como símbolo de todo lo que odian, y como heredera de las importantes propiedades en bienes raíces del viejo difunto.
Tiene Los demonios de barro una muy estimable factura formal: iniciada con un preámbulo en la gran ciudad filmada en dibujo animado tradicional en 2D, con figuras antropomórficas pero ciertamente originales, cuando Rosa llega al campo la imagen se transforma en animación por plastilina, mediante “stop motion”, a la manera en la que, por ejemplo, lo hace la famosa factoría Aardman británica, creadora de pequeñas maravillas como Chicken Run (Evasión en la granja), o las diversas series grabadas sobre la oveja Shaun. En ese aspecto nos parece que la película de Nuno Beato es virtuosa, muy bien filmada, visualmente original y con buenas ideas. Beato, cineasta portugués nacido en 1977, es también productor de la película junto a su productora Sardinha em lata, junto con la euskalduna Basque Films, la gallega Caretos Film y la francesa Midralgar. Beato tiene una trayectoria bastante más prolongada como productor que como director, en la que solo ha hecho hasta ahora 3 cortos y una miniserie televisiva, siempre en el terreno de la animación.
Pero nos tememos que, en cuanto al contenido, Los demonios de barro deja bastante que desear: nos encontramos, de nuevo, con una versión más o menos libre y actualizada de La ciudad no es para mí, entendiendo por ello ese tipo de cine (pero también de literatura, por supuesto) que defiende a capa y espada las virtudes de la vida en el campo y abomina de los usos y costumbres urbanitas, siendo ya un lugar común ciertamente poco original. También la línea argumental de las rencillas entre lugareños, que se enquistan y terminan envenenando la convivencia, es casi tan antigua como Homero, y tampoco es que aquí se haga alguna variación mínimamente interesante.
Así las cosas, tenemos una película con una muy estimable factura, con una animación bien conseguida, tanto en la parte inicial en 2D como en la plastimación (como se conoce a la animación con plastilina o sucedáneo similar, por ejemplo arcilla), pero con una historia endeble, previsible y ya vista en demasiadas ocasiones. Y es una pena, porque el esfuerzo ha sido importante, en todos los sentidos, con un presupuesto de 3 millones de euros, una cifra bastante considerable para una animación, tres años de duración de la filmación, y cuatro productoras que se han implicado en el proyecto, más los correspondientes apoyos de las administraciones públicas, por supuesto.
Lástima, decíamos: la animación europea, generalmente para adultos, pero no solo para adultos, suele brillar a gran altura: Michel Ocelot, Peter Lord, Alberto Mielgo, Aurel, Jérémy Clapin, Lorenzo Mattotti, Sergio Pablos, entre otros, son nombres de primer nivel en el “cartoon” europeo, combinando admirablemente fondo y forma. Beato, por ahora, domina la forma, pero, ¡ay!, le falta el fondo...
(11-11-2022)
90'