En estos tiempos de tanto cine digitalizado, cuando los ordenadores quieren sustituir a la inspiración y el talento –en vez de ser sólo sus instrumentos--, encontrarse con una película como Evasión en la granja es todo un alivio y una esperanza. Porque ahí es nada estar ante una película de animación a base de muñequitos de plastilina, un gran equipo y un trabajo ímprobo de filmar cada escena imagen por imagen.
Esta jocosa variante de La gran evasión, y en general de todo el género de fugas, tiene como máximos responsables a Nick Park y Peter Lord, dos creadores británicos con gloriosos antecedentes en el cortometraje, siempre a base de muñecos de plastilina, y, como una pareja, Wallace y Groomit (un perro filósofo y su aturdido amo), que ya presagiaban lo mejor.
Quizás el formato del largometraje impide la genialidad de obras anteriores como Animal Confort o Los pantalones equivocados, pero de todas formas Evasión en la granja derrocha ingenio y talento en cada fotograma. La personalidad de las distintas gallinas, sus crueles dueños, el ambiente del gallinero como un campo de concentración o los ingenios creados para intentar escapar culminan en todo el tramo final, la fuga, verdaderamente prodigiosa en ritmo, humor y golpes de efecto.
El éxito mundial de este film, con el impulso imprescindible de DreamWorks, de Spielberg, abre una nueva puerta a las muchas innovaciones que el cine de animación está teniendo en los últimos años, dando cabida también al clasicismo y a la fina artesanía.
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