Serge Bozon es un actor de mediana edad, que ha actuado en un buen número de films, casi siempre en papeles secundarios, cuando no episódicos. Desde hace dos décadas viene desarrollando también una carrera alternativa como director, si bien no se puede decir que sea prolífico (cinco largometrajes en veinte años) ni que sus películas tengan especial interés: más bien al contrario.
Tampoco esta Madame Hyde lo va a sacar del anonimato, me temo. Se trata de una versión libérrima, por decir algo, de la célebre novela de Robert L. Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde; ambientada en nuestros días, la protagonista se llama Madame Géquil (la aproximación fonética del apellido al original stevensoniano es algo cutre, la verdad), profesora de ciencias en un instituto de un suburbio de Lyon. Sus alumnos, pero también sus colegas, la consideran anticuada, desfasada; no consigue imponerse en clase y lograr que el conjunto del alumnado progrese. Durante un experimento científico, un rayo se descarga en el laboratorio y le afecta físicamente; a partir de entonces, se sentirá con más fuerzas, con más brío, con más ideas, y todo empezará a cambiar, no siempre para bien...
Bozon se muestra pronto como un director incompetente: su realización es plana, con una puesta en escena pedestre, acartonada, sin personalidad alguna. Tampoco lo que se nos cuenta nos importa mucho: parece que intenta hacernos llegar la idea de que en educación lo importante es enseñar a pensar, pero eso hace siglos que lo sabemos y no hace falta que nos lo explique a estas alturas. Hay también una difusa crítica de los nuevos métodos de enseñanza, esos que fían más en alambicados planteamientos germinados antes en los despachos de los dirigentes que en las clases donde los maestros, día a día, intentan transmitir sus conocimientos. El recurso a lo milagroso, a lo mágico, con ese rayo que transforma (más bien poquito, la verdad...) a nuestra redomada pánfila en una profesora crème de la crème, es ciertamente banal, inane, sin sentido. El conjunto presenta una temática pobre, paupérrimamente expresada.
Tiene Madame Hyde algunas, muy pocas, virtudes: una sería la de presentar al marido de la protagonista como amo de casa, una de las escasas veces, incluso hoy día, que se ve en cine semejante rol en el varón de una pareja; otra cosa es que todas las escenas en las que están ambos cónyuges no pueden ser más sosas de lo que son, insustanciales, sin interés alguno. Otra de las escasas cualidades sería la sátira del director del colegio, pintado aquí como un petit maître, un pisaverde engolado, terriblemente clasista y enormemente contento de haberse conocido, si bien es cierto que el actor que lo encarna, Romain Duris, no ha sido llamado precisamente por el camino de la comedia, así que su personaje le sale algo así como regular.
Incoherente, desconcertante, desnortada, Madame Hyde resulta ser una desabrida propuesta cinematográfica sin apenas enjundia temática ni estética. Contada en tres partes (denominadas Madame Géquil, Malik y Madame Hyde), solo la central, en la que el alumno aventajado, Malik, discapacitado en el que la profesora sabrá ver que hay un talento por descubrir, explota intelectualmente y se convierte en el discípulo de referencia de la clase, tiene un interés algo superior. Los otros dos tercios del film están plagados de vaguedades, incongruencias y líneas argumentales sin aprovechar ni concluir.
La película desdeña la clave realista, pero no se sabe a beneficio de qué; quizá de la caricatura, pero no se termina de entender bien qué cosa quiere decir Bozon (como director y guionista es autor total, no puede echar la culpa a otros...) con esta marcianada, en un film falto de ritmo, con una narrativa cansina y plúmbea.
Isabelle Huppert es, finalmente, su mayor activo; la actriz parisina ha alcanzado ya ese grado superlativo en la interpretación en la que es capaz de hacer cualquier personaje, y hacerlo bien, aunque, como en este caso, le falten asideros a los que agarrarse, al tratarse de un rol más de cartón-piedra que de carne y hueso; que ella sepa rellenarlo con sentido común, con humanidad, con personalidad, sí que es un milagro, y no que un rayo la atraviese y la convierta en una improbable mujer encendida que obra prodigios en algunos de sus alumnos, aunque también chamusque a otros.
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