¡Ah, Woody Allen, cuántos crímenes se cometen en tu nombre! Valga la expresión, quizá hiperbólica, porque tampoco Maggie’s plan es un crimen. Un dislate quizá sí, pero no un crimen… Porque lo que propone este filme norteamericano recuerda demasiado las comedias entreveradas de drama que, anualmente, nos regala (a veces con resultado indigesto, otras placentero) el cineasta neoyorquino por excelencia.
Aquí tenemos a una profesora de universidad que ronda los treinta; siente su reloj biológico en marcha y decide (dado que sus relaciones amorosas duran menos que un pirulí a la puerta de un colegio) inseminarse con la desinteresada aportación en envase de plástico de un antiguo compañero de clase cuyo ADN de matemático frustrado cree puede ser conveniente al futuro retoño. Entre tanto conoce a otro profesor, a su vez casado con la que parece una “dominátrix”: como era de prever, los dos profesores se enamoran, y a partir de ahí la cosa se complica…
Maggie’s plan quiere jugar con los mismos elementos woodyanos, pero una cosa es querer y otra poder: donde en Allen hay diálogos chispeantes, inteligentes, brillantes, en la película de Rebecca Miller lo que hay son conversaciones insulsas, abstrusas, que quieren ser el no va más del ingenio pero, paradójicamente, sólo inducen al bostezo. También Miller juega con la (un tanto maniática, es cierto) constante alleniana de hacer que sus personajes, aunque vivan en un Nueva York poblado por varios millones de habitantes, coincidan una y otra vez en los mismos sitios. También a la manera de Woody, la trama, el cañamazo de Maggie’s plan se pretende sorprendente, pero en su caso lo cierto es que se ve venir a distancia,
Así las cosas, la nueva película de Miller (cinco largometrajes como directora en veintiún años, no se puede decir que se haya matado trabajando…) es una aburrida dramedia con irisaciones románticas, algunos toques de humor que de tan sutiles es difícil que arranquen una sonrisa (tal vez una mueca, no demasiado pronunciada…), que pretende emular a un grande, aunque ese grande tenga en las últimas décadas algunos baches considerables en su carrera. Pero cualquier filme de Allen, incluso los peores, le da sopas con honda a estos cargantes profesores: a la protagonista, cuyas evidentes posibilidades de tener descendencia por la vía natural (sin que su sexualidad se lo impida, por supuesto) parecen evidenciar más una “posse” que una postura natural; el profesor casado del que se enamora, un pelele que no está bien ni con su primera mujer ni con la segunda, aunque no sabemos muy bien por qué en ninguno de los dos casos; y la ex del profesor, que parece al principio la Bruja de Blancanieves para, con el transcurso del metraje del filme, terminar acercándose más (ya que estamos con cuentos disneyanos) a Bambi.
Miller no es mala directora: coloca con intuición su cámara, planifica con cierta soltura impersonal, pero sus historias, me temo, son aburridas como 24 horas de anuncios televisivos sin interrupción.
Se ha elogiado mucho a la protagonista, Greta Gerwig, pero me temo que no comparto ese entusiasmo: me parece una actriz muy limitada, escasamente dúctil, que parece autointerpretarse constantemente. Ethan Hawke, en puridad, tiene un papel bastante difícil de sacar adelante, entre otras cosas porque no se sabe muy bien qué clase de personaje es. Eso mismo le sucede a Julianne Moore, pero como ésta, una de las mejores de la clase, por no decir la mejor, es tan buena, es capaz de sacar oro de una majadería como ésta: sólo por ver cómo la gran Julianne consigue sacar a flote un papel tan inane, ya merece la pena esta tontería en forma de artefacto woodyano.
98'