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Francis Elliott Kranz (Los Ángeles, 1981), conocido artísticamente como Fran Kranz, es un actor norteamericano que se graduó en Yale y que ha tenido hasta ahora una carrera no especialmente excelsa en cine, con papeles generalmente secundarios y de no mucho brillo, aunque en Broadway ha tenido mejor suerte, interpretando, entre otras obras, la mítica Muerte de un viajante. Sin embargo, para su debut en la dirección cinematográfica ha escogido un camino no precisamente fácil, poner en escena un guion propio, el de esta Mass, que presenta la imaginaria historia (pero que, lamentablemente, podría ser verídica) de dos parejas de adultos que, seis años después de una de esas matanzas escolares tan típicas en los Estados Unidos, en las que un chico con problemas psicológicos, armado hasta los dientes, se lleva por delante a un puñado de compañeros y profesores, deciden encontrarse en un lugar neutral, en este caso una estancia de una iglesia episcopaliana, para hablar, se supone que para intentar sanar las heridas inevitablemente aún abiertas.

Una de esas parejas, la formada por Jay y Gail, eran padres de Evan, un adolescente que fue una de las 10 víctimas del agresor, Hayden, hijo de la otra pareja que asiste al acto, compuesta por Richard y Linda. Las dos parejas han sido citadas allí, con su consentimiento, por una mediadora, Kendra, quien las lleva hasta la sala en la que tendrá lugar la reunión. Al comienzo todos, pudorosos por distintos motivos, intentan mantener el tipo y la compostura social, pero no será fácil hacerlo a lo largo del tiempo de la entrevista...

Sorprende en Kranz la complejidad del empeño: para un cineasta que se estrena con este film, sin haber rodado antes ni un corto, ni un episodio de una serie, parece temerario afrontar una película en la que casi toda ella tiene lugar a través de una serie de diálogos entre cuatro personajes, encerrados en una habitación, con un tema lacerante de por medio, la matanza de estudiantes perpetrada por uno de esos escolares, siendo uno de los asesinados el hijo de una pareja y el otro, el criminal, el del segundo matrimonio, ahora al parecer separado. Se entiende quizá mejor si comprendemos que esa es una situación esencialmente más teatral que cinematográfica, por cuanto permite al director manejar los resortes físicos, psíquicos y emocionales de una forma muy cercana, siendo Kranz, sobre todo, actor teatral. Pero no debe entenderse lo de que “es más teatral que cinematográfica” como un defecto, porque el director, a pesar de su bisoñez como tal, ha entendido que tiene que jugar con los recursos cinematográficos que le permitan convencernos de que no estamos ante una obra de teatro filmada. Así, Kranz usa con buen criterio de los inevitables primeros planos y planos medios que requieren una situación como la aquí plasmada, pero con un ágil montaje que nos permite en todo momento tener al personaje que está hablando en pantalla, algo, por supuesto, imposible sobre las tablas de un escenario teatral. Huye Kranz del elemental plano/contraplano para jugar con distintos tiros de cámara con los que refrescar las escenas, a pesar de lo cual, dada la casi única situación dramática, a veces la historia pierde algo de fuelle.

Pero el conjunto es potente, muy potente: las parejas pasan del resquemor al civismo, de la furia a la culpabilización, de la devastación del recuerdo de los tremendos hechos a preguntarse por qué ocurrió, qué hicieron mal, qué podría haberse hecho para evitarlo. Todo ello a través de cuatro intérpretes absolutamente entregados, que hacen ellos solos buena parte de la película. Pero no sería justo no reconocer el mérito de Kranz, no solo en una inteligente puesta en escena que evita, en general, la caída del ritmo narrativo, sino también en un hábil guion a través del cual conoceremos, por medio de los diálogos cruzados entre los cuatro protagonistas, lo sucedido seis años antes, los antecedentes de los otros dos protagonistas ausentes (el asesino y una de sus víctimas), las devastadoras consecuencias para ambas familias de aquellos hechos horrísonos.

Notable película esta Mass, que además, aunque la bordea, no cae en la tentación de lo que podríamos llamar la “conversión a través del dolor”, sorteando con habilidad una penúltima escena en la que parecía que todo convergía hacia ello. Filmada en interiores en apenas 10 días, en una iglesia episcopaliana de Hailey, en el estado de Idaho, la película apenas presenta algunos planos de exteriores, mayormente del propio templo y varios recurrentes de lo que parece un campo vallado, con una cinta de color que cimbrea el viento en la alambrada, quizá una metáfora del dolor de los personajes principales, en el fondo de todas las víctimas, familias y amigos de los asesinados, pero también los parientes y afectos de los causantes de tanta muerte, de tanta desolación.

Porque, si el dolor por los asesinados es enorme, sideral, imposible de mitigar, ¿cómo no lo será el de quienes, además de haber perdido a su hijo, fueron los que trajeron al mundo a quien ha infligido tanto sufrimiento? En un momento dado, en el cruce de diálogos que las parejas intentan sean sanadores (aunque con frecuencia sean, inevitablemente, dañadores...), la madre del chico asesinado cuenta, a instancias de la otra progenitora, una anécdota de su hijo cuando era preadolescente y llegó a casa lleno de barro, con “ese olor de hojas mojadas”, quizá la mejor sinécdoque sobre la felicidad inasible que se disfruta sin saberlo, hasta que se pierde.

Gran trabajo, como tenemos dicho, de los cuatro intérpretes principales: a Jason Isaacs lo hemos visto en muchas pelis, pero nunca en una historia tan trágica como esta, en la que ha tenido que vaciarse absolutamente, completamente. Lo mismo puede decirse de Martha Plimpton, que tuvo una espléndida época inicial, cuando era todavía muy joven, en los años ochenta, trabajando para directores como Weir, Konchalovski, Lumet o Woody Allen, entre otros cineastas de primera línea, para después, inexplicablemente, perderse en productos mediocres o simplemente alimenticios; ahora reaparece con este potente papel, en el que la vemos totalmente entregada, con gran sutileza de matices. Ann Dowd, eximia actriz teatral que ha interpretado en los escenarios obras de Chéjov, Ibsen y George Bernard Shaw, entre otros, tiene también una dilatada trayectoria en el audiovisual, aunque aquí quizá alcance el culmen de su arte en una pantalla: doliente, sutil, humanísima. Reed Birney apecha con el papel quizá más ingrato, el padre del asesino que, aún sabiéndolo y sintiéndolo, busca excusas y coartadas para las acciones de su hijo, y afronta el encuentro de las parejas quizá más como una forma de pasar página y olvidar el tema que como una manera de intentar restañar las mutuas heridas.

Buena película esta Mass, cuyo título sugiere, por un lado, la ceremonia religiosa por excelencia (“mass” es misa, en inglés), pero también remite al “mass shooting” o tiroteo masivo perpetrado por el hijo de una de las parejas protagonistas, con resultado de muerte en varios de sus compañeros. La película nos presenta a un cineasta novato pero con buenas ideas, interesante guionista y director de proyectos nada fáciles ni cómodos. Queremos ver más cosas filmadas por Fran Kranz...

(06-04-2022)


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111'

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Mass - by , Aug 03, 2022
3 / 5 stars
Ese olor de hojas mojadas