Matthias y Maxime

Xavier Dolan es, con toda probabilidad, uno de lo más interesantes jóvenes valores del cine mundial. Auténtico “enfant terrible”, debutó en la dirección con 20 años, cuando la mayoría de los chicos a esa edad están todavía empanados, como decimos en mi tierra. Es cierto que su talento es tan brillante como irregular, y alterna films notables e incisivos, como Mommy (2015) o Solo el fin del mundo (2016), con otros en los que no ha estado acertado, como The death & life of John F. Donovan (2018), pero también que pocos cineastas, a su edad, pueden presentar ya una filmografía tan consistente y estimulante.

Se podría decir que Dolan tiene mucho de dos cineastas consagrados, el difunto Rainer Werner Fassbinder, del que tomaría su gran versatilidad, siendo, como el alemán, actor, director, guionista y productor, y el afortunadamente vivo Pedro Almodóvar, del que tomaría el gusto por los grandes dramas, con frecuencia con temáticas fuertes; también, como ambos, Xavier Dolan es militantemente homosexual.

Su cine gira generalmente en torno a los afectos y desafectos, bien en el seno de la familia, bien en el de la amistad íntima; en este último círculo es en el que se desarrolla mayormente esta Matthias y Maxime. La acción se desarrolla en la actualidad, en Montreal, la ciudad más poblada del Canadá francófono. Conoceremos a Matthias y Maxime, dos jóvenes recién llegados a los treinta, uno trabajando en un bufete de abogados, con brillante porvenir, el otro en un local de ocio; ambos son amigos íntimos desde la infancia, no pueden estar más unidos. Matthias tiene pareja estable, Sarah, mientras que Maxime no tiene relación sentimental que sepamos, aunque sí que cuida de su madre, toxicómana en rehabilitación, de la que es su tutor legal dado que ella, dada su adicción, es incapaz de gestionar su vida con normalidad. Maxime va a marchar a Melbourne durante dos años, buscando encontrar lo que no termina de hallar en Montreal. Un día, en el seno de una reunión con amigos, la hermana de uno de estos, una imbécil que se cree Orson Welles, les hace intervenir a ambos en un corto que está rodando, en el que los dos chicos han de darse un beso de amor. A partir de ahí, algo parece cambiar en la relación antes sin fisuras entre ambos...

El tema de la película de Dolan es el de las inseguridades emocionales: Matthias se sentirá zarandeado por sentimientos que ignoraba que profesaba hacia su amigo de siempre; cómo enfrentarse a ello, cómo afrontar un cambio tal en la vida, cómo saber si ese sentimiento es real o un espejismo, son algunos de los graves temas que tendrá que dilucidar, mal que bien, quien se consideraba con la vida encarrilada: estrella emergente de pujante bufete, emparejado con una mujer inteligente y hermosa que le quiere, con amigos que le adoran... todo ello podrá irse al garete, o quizá modificarse de forma importante, si reconoce lo que le está pasando y da el paso adelante que no se atreve a dar, y que será el “leit motiv” esencial del film. Por su parte, Maxime parece menos afectado, pero quizá sea porque tiene que lidiar con otras dificultades añadidas: una complicada convivencia con una madre a la que hay que tratar como una menor de edad pero que no lo es; una baja autoestima por, entre otras cuestiones, una mancha de nacimiento que le cubre parte de la cara; un trabajo que no le gusta ni le interesa... todo ello le impele a buscar nuevos horizontes en Australia, en puridad a huir hacia donde todo pudiera resolverse... o no, porque los conflictos (salvo la madre) los seguiría llevando consigo.

De esa controversia entre ambos, que dinamitará en buena medida su hasta entonces fraternal relación de amigos, habrá de surgir algo nuevo. Con un final semiabierto, como le suele gustar a Dolan, el film ni abre ni cierra nada, aunque presenta posibilidades de casi todo.

Mención aparte para el que hemos denominado “el mayor y más inteligente fuera de campo” del cine de los últimos años. El famoso beso entre los amigos, sobre el que pivota toda la historia, nos es deliberadamente hurtado por Dolan, tanto en su filmación por la directora amateur que se creía Godard como en la posterior emisión del corto en un entorno familiar, al que el protagonista Matthias (y con él, nosotros, el público) llega tarde. Así que el pillo de Xavier nos embosca y nos presenta todo un drama sin darnos ocasión de ver su origen en pantalla: si eso no es un (avieso, incluso travieso...) fuera de campo como la copa de un pino, no sé que lo será... Frente al planteamiento filosóficamente pornográfico del cine actual, que tiene que presentarlo todo frente a la cámara, sin ahorrar un detalle, que alguien tenga la osadía de escaquear al espectador la escena fundamental del film, es para aplaudir por la bravura, no sé si la temeridad, que demuestra.

Brillante aunque irregular, como casi toda su filmografía, la película está llena de buenas ideas, como la reacción de Matthias tras el famoso beso que nunca llegamos a contemplar: veremos cómo se lanza al río cercano (debe ser el San Lorenzo, que baña Montreal) y cómo nada desesperadamente, como si deseara llegar a no sé sabe dónde, a huir no se sabe (o sí se sabe...) de qué, hasta que llegue a un lugar, pregunte y se dé cuenta de que está perdido... y no solo en el río, también en su vida y en lo que creía fundamentos indestructibles de su existencia. También es cierto que le sobra metraje, como a casi todo el cine actual: diez o quince minutos menos la habrían hecho más redonda, más concisa. Aún así, el resultado, a nuestro entender, es muy apreciable, una historia de dos seres devastados por lo que no sabían, no creían que pudiera suceder.

Buen trabajo actoral, desde los protagonistas, Gabriel D’Almeida Freitas, actor canadiense de obvios ancestros portugueses, y el propio Dolan, que se reserva el personaje de Maxime; el resto del reparto también muy correcto, incluyendo una de las actrices fetiche de Xavier, Anne Dorval, a la que el director le suele reservar papeles esquinados, como en este caso, la complicada madre yonqui de uno de los protas.

(03-07-2020)