Lars Von Trier continúa con su muy peculiar trayectoria cinematográfica, jaleada de vez en cuando con excursos fílmicos para mantenerse en primera línea de actualidad; para el caso vale decir su “comprensión” sobre Hitler y el nazismo, comentado por el cineasta danés justo en el foro del Festival de Cannes, cuando sus declaraciones podían tener una mayor repercusión y podía llamar más poderosamente la atención sobre su nueva película, esta Melancolía. Pues de nuevo lo ha conseguido; Von Trier tiene sus detractores, pero lo que nadie podrá negarle es la extraordinaria capacidad de marketing que tiene para su cine, la facilidad que tiene de ser la novia en la boda, el muerto en el entierro y el niño en el bautizo.
Estrategias de mercado aparte, lo cierto es que este su nuevo filme, como todo en Von Trier, es una película distinta, tan alejada del resto de la producción mundial que ciertamente hace que su cine sea siempre insólito. Podrá ser mejor o peor, pero nunca deja indiferente.
Aquí hay dos partes claramente diferenciadas, aunque evidentemente relacionadas. En la primera asistimos a una boda de ringorrango, con todos sus avíos y también (estando de por medio un cineasta escandinavo) con sus habituales ajustes de cuentas entre los novios y/o los familiares, porque parece que no hay sitio donde más se pelee que en una boda al norte del Rhin…
En este caso la oveja negra es la novia, que empieza siendo la fiancée ideal y termina comportándose como una chota. La explicación, tal vez, esté en la segunda parte, en el segmento del filme en el que el tema principal será la aproximación a la Tierra del planeta Melancolía, que supuestamente rozará el mundo, aunque los cálculos de los científicos se demuestran poco fiables. Ésta es, seguramente, la mejor parte de Melancolía, una aproximación entre poética y telúrica a ese fin del mundo que Von Trier da en la soledad absoluta de una inmensa finca en una gélida campiña sueca. A ratos fascinante, sobre todo en la lenta pero inexorable aproximación del planeta que devastará la Tierra, o en las digresiones visuales que el cineasta danés se permite de vez en cuanto, la película no llega a la altura de las cumbres triersianas (para mi gusto Bailar en la oscuridad y Europa), pero tiene la rara habilidad de conmocionar con facilidad al espectador, sumergiéndolo en un submundo que a veces se antoja como un universo paralelo, una dimensión distinta donde las materias parecen cobrar texturas especiales, de colores vívidos y casi físicos.
Filme extraño, como casi todo Von Trier, resulta irritante a ratos pero fascinante casi siempre. El notable elenco de muy dispar nacionalidad, pero todos de notable calidad, ayuda en gran medida a la capacidad hipnótica de esta rara avis, si bien es verdad que su estrafalario, provocador director, no ha hecho en su vida otra cosa que cine raro.
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