Dentro de la nueva tendencia que se opera en el cine alemán desde 1919 hasta 1926, como producto de unas circunstancias históricas de entreguerras con todas sus consecuencias, quizás sea Metrópolis la cumbre más alta dentro de ella y al mismo tiempo también el golpe de gracia que la dio por terminada.
Metrópolis es, además, una de las obras más completas de la filmografía de Fritz Lang. Tras haber descrito el mundo del hampa en Los crímenes del Dr. Mabuse (1922), y una apología casi operística de la raza aria en Los Nibelungos (1924), el famoso director y arquitecto fabrica, en colaboración con su mujer, Thea von Harbou, una utopía en la que viven los infrahombres en calidad de esclavos, en una civilización futura, altamente tecnificada.
La película fue grandemente criticada y discutida porque desde el punto de vista político se consideró después como un preludio de la opresión hitleriana, y en su momento porque el alto presupuesto empleado en su filmación (3 millones de marcos) hacía prever que había sido rodada cara al mercado norteamericano, debido al derroche de espectacularidad. Se llegó a decir que Lang había construido una forma sin alma, algo totalmente frío sobre el argumento creado por su esposa.
No obstante, Metrópolis figura en todas las antologías cinematográficas y tiene también críticos que la defienden como obra maestra llena de gran sentido del ritmo por partida doble: de secuencias y de imagen dentro del cuadro (movimientos de masas inéditos hasta entonces en el cine alemán).
Lang juega también con sus conocimientos arquitectónicos, construyendo una Babilonia del año 2.000, sin dejar por ello de utilizar luces y sombras, características peculiares del expresionismo, todo ello sirviendo de fondo a un proyecto de mensaje ambicioso, cual es la reconciliación entre amos y siervos con carácter mundial, dentro de un marco expresionista que plastifica, de esta forma, un mito de todos los tiempos en una utópica ciudad del futuro, como predicción de algo que seguirá hasta el fin del mundo.
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