Pelicula:

CINE EN SALAS


Ha pasado ya mucho tiempo desde que Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968) irrumpió en el panorama audiovisual español con su potente Salto al vacío (1995), un percutante thriller de obvias influencias tarantinianas, pero con una marcada personalidad propia. Pero, lamentablemente, su evolución posterior ha ido desinflando esas expectativas, que le hizo ser la gran esperanza blanca de los años noventa, para convertirse, piano piano, en un bragado pero vulgar perito en dirigir films de acción, en cuyas escenas sin duda suele brillar, pero olvidando que el cine es algo más que una buena ensalada de tiros o unas cuantas peleas a puñetazo limpio, aunque es evidente que hay un público al que le gusta ese cine de garrotazo y tente tieso. 


Su filmografía como director desde aquel tan prometedor título inicial ha menudeado, y de qué forma, en los títulos de acción, con mucha testosterona de por medio, títulos como Guerreros o Invasor (en los que incursionó en el cine bélico), Combustión (con coches a toda pastilla), El silencio de la ciudad blanca (un thriller que buscaba torpemente parecerse a Twin Peaks) o la serie Asalto al Banco Central (donde ensayó el cine de acción mezclado con la recreación histórica de un hecho real de la España de los ochenta). Es cierto que en su ya larga carrera ha hecho algún título de interés, como Cien años de perdón, sacando partido a un repartazo (Coronado, Tosar, Arévalo, De la Serna, Furriel, Callejo...), pero no ha sido la tónica habitual, ni mucho menos.


En los últimos tiempos, además, parece adocenarse cada vez más, con productos que, como este Mikaela, es de usar y tirar, el típico audiovisual que hoy día se hace cada vez más para (re)llenar las insaciables parrillas de las plataformas en “streaming” (en este caso Netflix, que figura como coproductora).


La historia se ambienta en Madrid, más o menos en nuestro tiempo. Estamos en la víspera del Día de Reyes, y la acción transcurre durante una impresionante nevada en la capital de España. La referencia, por tanto, es la tormenta Filomena, que entre el 6 y el 10 de enero de 2021 sepultó Madrid bajo una considerable capa de nieve. Ese es el “leit motiv” del film, evidentemente, producto de uno de esos “y si...” que tantas veces funcionan como motor de una historia, audiovisual o literaria, en este caso “¿y si durante la tormenta Filomena, con las carreteras atascadas por vehículos varados en la  nieve, un grupo de cacos armados atracara un furgón blindado también atrapado en la autovía, y se diera a la fuga?”. Esos atracadores, lógicamente, tienen que ser de la Europa del Este: qué sería del cine de acción moderno sin estos “malos” kosovares, o rusos, o albaneses... Si al atraco le añadimos un personaje viejo y cascarrabias, ya un poco al límite, y una pipiola recién salida del cascarón, y le aplicamos la fórmula de la relación de opuestos que, poco a poco, se van acercando mutuamente, ya tenemos una película...


Aquí el viejo es Leo Font, un inspector de Policía de próxima jubilación (de hecho, con la edad de Resines, 70 años, tendría que llevar ya al menos 5 años jubilado...), un tipo no precisamente estricto en el cumplimiento de la ley, por lo que puede ser castigado en un futuro próximo; tiene una mujer que claramente lo desprecia, y una hija de 13 años (que ya tiene mérito, con su edad, y sobre todo, con la de la mujer, que no es mucho más joven que Resines...); la jovencita que completa el dúo de opuestos es una guardia civil en prácticas, Mikaela, una picoleta, como le dice Font, una chica cuyos ancestros son hispanoamericanos pero ella es abulense (aunque le sale el acento colombiano, eso sí...), y que será la Pepito Grillo del inspector. Juntos tendrán que enfrentarse a este grupo de armados desalmados (que parece contradictorio, pero no lo es...).


Pero el guion de Arturo Ruiz Serrano es manifiestamente mejorable, con una historia lunática, con estos dos personajes bastante poco creíbles, especialmente el de él, uno de esos roles que suenan a tópicos, a puro estereotipo, el poli corrupto que, al final de su vida profesional, hace lo correcto gracias a la intervención de alguien que parece más la voz de su conciencia que una picoleta; el personaje de la guardia civil apenas tiene grosor, no sabemos casi nada de ella, y lo que es peor, tampoco nos interesa saber mucho más, tal y como discurre la peli... De los malos lo desconocemos todo, más allá de que hay un tipo maduro que manda y que, cuando lo malhieren, delega en su sobrino (qué propio es esto, nepotismo hasta en las mafias...), pero de los que solo sabemos que tiran de gatillo primero y después preguntan. Hay una pareja con niños adolescentes a cuyo padre (tenido por calzonazos por su mujer) lo toman de rehén, lo que le permitirá, como un Lord Jim moderno, redimirse de sus anteriores supuestas blandenguerías. Y hay una controladora de una agencia municipal de tráfico, que entrará en modo ninfómana más o menos contenida cuando aparece en la sala de control un teniente de la guardia civil con horrible bigote, pero al que la chica no para de ponerle ojitos, en una de las líneas argumentales secundarias que causan mayor vergüenza ajena de las que hemos visto en los últimos tiempos (y hemos visto unas cuantas...). 


Los diálogos son pésimos, haciéndote añorar, por supuesto, los de los guionistas de la época clásica, incluso en España, donde esos diálogos nunca sobraban, eran los necesarios y ayudaban a avanzar la historia, no como en este caso, que son redundantes, o estúpidos, o las dos cosas a la vez.


Resines se pasea por allí intentando hacer creíble su papel de poli de vuelta de todo que se va a redimir por una picoleta con acento de Barranquilla, algo tan probable como que las ranas críen pelo... Natalia Azahara, la guardia civil en prácticas, resulta correcta, sin mucho más. En general todos los intérpretes van con el piloto automático, pensando en la pasta que se van a llevar y a desear que el próximo proyecto tenga un poco más de altura que este.


Es verdad que los técnicos (con Tommie Ferreras como operador, consiguiendo una atmósfera extraña, una especie de universo blanco propiciado por la incesante nevada; con Carlos Jean en la música, que ayuda a generar tensión, que es a lo que aspira la película) contribuyen a que la película tenga un caché, una solvencia formal evidente. Pero como producto audiovisual, en su conjunto, ciertamente, deja bastante que desear.


(03-02-2025)


 


Mikaela - by , Feb 03, 2025
1 / 5 stars
Atraco a un furgón durante la nevada del siglo