Wayne Wang es un cineasta hongkonés afincado en Estados Unidos, aunque ha hecho cine en ambos países (vale: Hong Kong forma parte de la República Popular China, bajo el lema, no sé si aún vigente, de “un país, dos sistemas”). Hasta ahora su título de mayor interés ha sido “Smoke” (ver crítica en CRITICALIA), donde puso en imágenes el particular microcosmos del escritor Paul Auster. Ahora, con esta “Mil años de oración”, parece haberse congraciado de nuevo con publico y crítica, gracias a una sensible, serena, crípticamente atormentada historia de dos seres, tan cercanos familiarmente, tan lejos en sentimientos: un anciano chino viaja a Estados Unidos a visitar a su hija recién divorciada, para apoyarla en ese duro trance. Pero el hombre no fue un buen padre para su hija, demasiado centrado en su trabajo, y la relación entre ambos no es buena. La chica, además, encontrará incómoda la intrusión en su casa y en su vida de un hombre, aunque sea su padre, con el que no tiene apenas puntos de contactos, y lo que es peor, que trae a su hogar viejas costumbres atávicas, antiguas formas de ver la vida, propias de su país de origen.
Ese mudo choque de posturas, esa relación carente de comunicación, terminará lógicamente rompiendo aguas, en una escena catártica pero de una serenidad desarmante, como si Wang prefiriera la callada manera oriental (se ha citado a Ozu, y la cita no es ociosa, ni siquiera fútil) a la gesticulante verborrea occidental con la que, a buen seguro, la hubiese tratado el cine comercial USA al uso.
Por el camino habremos ido conociendo a ambos personajes: él, comunista convencido, y por tanto de costumbres puritanas, como el buen conservador que en el fondo anida en todo comunista clásico; ella, estragada por una relación en la que es la otra, la otra. Él conocerá a algunos personajes peculiares: una anciana iraní, que se maneja en inglés igual que él (o sea, fatal…), a la que conocerá en el banco de un parque, en unas conversaciones entre, ejem, inglés macarrónico, chino mandarín y farsi (el idioma de los persas, ya saben), y con la que trabará una rara amistad entre dos seres sin relación alguna, ambos náufragos de sus propias vidas. O el casero de la vivienda de la hija, un ex agente de la CIA dado a sermonear a sus inquilinos sobre costumbres licenciosas, pero también con palabras teñidas de realismo, esa virtud, tal vez pecado, de la que saben los escépticos, o los cínicos, o los pesimistas.
Finalmente, el abuelo que nunca tendrá un nieto, la esposa que perdió el marido y no podrá casar con el hombre que ama, encontrarán un punto de encuentro, un lugar inmaterial en el que sus almas torturadas podrán darse cobijo, consuelo, amparo, justo en el momento de separarse otra vez. Hermosa, triste, serena, contemplativa, subterránea: todos los adjetivos cuadran a esta pequeña película hecha de detalles, pero también tan deudora de sus actores, que infunden una impronta indeleble a sus personajes, como el título español, tan bellamente traducido del original inglés.
Mil años de oración -
by Enrique Colmena,
Apr 24, 2008
4 /
5 stars
Abuelo sin nieto, esposa sin marido
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