Gareth Edwards (Nuneaton, 1975) es un experto en efectos digitales, guionista y director británico, que comenzó participando en la creación de programas para videojuegos, hasta que en 2010 consiguió dar el salto a la dirección cinematográfica con Monsters, su ópera prima, rodada con un equipo técnico mínimo de solo 5 personas, encargándose él mismo, además del guion y la dirección, del diseño de producción, la dirección de fotografía y (obviamente) los efectos digitales. Esa película le abrió las puertas de Hollywood, que le encargó la nueva versión de Godzilla (2014), que demostró que Edwards no estaba aún listo para un “blockbuster” de este tamaño (no es un chiste fácil, dada la envergadura del fantasioso bicho japonés...), al menos desde un punto de vista artístico, porque en taquilla no fue mal. Esa tarjeta de presentación le valió para hacerse cargo del primer “spin-off” de la franquicia de Star Wars, titulada Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), lo que probablemente colmó todos sus sueños, dado que tiene dicho que la franquicia creada por George Lucas es la razón por la que se dedica al cine. El resultado fue bastante potable, uno de los films más originales de la saga lucasiana en este siglo XXI, así que parece que Edwards aprendió la lección y ya sabía manejar un ejército de técnicos y, además, contar una historia molona.
Rogue One tuvo buenas críticas y un muy interesante desempeño en taquilla, multiplicando por cinco su presupuesto. Sin embargo, Edwards tardó 8 años en volver a rodar, y cuando lo hizo fue ya fuera del campo de los “blockbusters”, concretamente con el film The creator (2023), que significaba una vuelta a sus orígenes, con mucho más presupuesto y medios de todo tipo, sin duda, pero también mucho más personal.
Pues todo eso empezó con esta Monsters que comentamos, un film que, desde luego, no sorprende que llamara la atención, porque pronto nos damos cuenta de que no estamos ante el típico film de ciencia ficción elemental, con tramas superficiales y efectos digitales espectaculares, siempre en busca del espectador facilón, sino que mira bastante más allá.
La historia se ambienta en un tiempo indeterminado del futuro. Se nos cuenta en el comienzo que seis años atrás del momento en el que se desarrolla la acción, la Nasa descubrió señales de vida en el sistema solar. Enviada una sonda para recoger muestras, al llegar a México esa nave sufrió un accidente y se desperdigaron las muestras por el terreno. A partir de ahí aparecen en la zona nuevas formas de vida, así que la mitad del país se puso en cuarentena y se declaró “zona infectada”. Los ejércitos norteamericano y mexicano siguen luchando para contener a los “monstruos”... En ese contexto, conocemos a Andrew Kaulder, un periodista gráfico de vuelta de todo, con problemas económicos y familiares, pero teniendo que trabajar en la zona próxima a la infectada por los monstruos. Su jefe, desde Estados Unidos, le pide que escolte a su hija, Sam, hasta la costa, para ponerla a salvo y que pueda casarse con su novio. El viaje de ambos estará, como cabe esperar, lleno de aventuras, pero también propiciará, quizá inevitablemente, un acercamiento...
Queda dicho que la película, aunque teóricamente va de monstruos alienígenas que nos han invadido (bien que por un error garrafal en la operatoria de los terrícolas), en realidad es más un viaje interior que exterior, un viaje que realizará a regañadientes la pareja protagonista, formada por el fotoperiodista de colmillo retorcido pero atormentado por la distancia (física y espiritual) con su hijo de 6 años que no sabe que lo es, sabedor de que vive del sufrimiento y la muerte que documenta en sus reportajes fotográficos, y por la pobre niña rica, que a lo largo del periplo con su compañero a la fuerza se irá dando cuenta de hasta qué punto su posición privilegiada la convierte en cómplice de la miseria de tanta gente como encuentra por el camino. En puridad, el film habla de la utilización por parte del Poder de todos los medios a su alcance ante cualquier amenaza exterior que se considere (o se manipule para que se considere...) un peligro para la sociedad, o más habitualmente, para los intereses particulares de esa clase que permanentemente detenta el Poder, en Norteamérica, pero también en cualquier otro país sobre la Tierra, sea cual sea su (supuesta) ideología. La aparición en la película de un gigantesco muro entre Estados Unidos y México abona esta idea, estando quizá ante una metáfora sobre la inmigración y la fortificación, física pero también psicológica, con la que la clase dominante en los USA se blinda contra ella.
Film crítico con el sistema, entonces, está hecho, como queda dicho, con una modestia extrema, a pesar de lo cual hay una muy buena utilización de los pocos medios económicos con los que se han contado (en concreto, medio millón de libras esterlinas, una bagatela que, sin embargo se multiplicó por ocho en su recaudación mundial); haciendo de la necesidad virtud, se aprecia que Edwards utiliza catástrofes ajenas (como trenes accidentalmente descarrilados o embarcaciones hundidas en el río), incluyéndolas en su film como si fuera obra de los “monstruos” venidos del espacio, una especie de pulpos gigantescos que, ciertamente, resultan visualmente fascinantes, y la forma en la que Gareth los presenta en pantalla, con frecuencia de forma tangencial, esquinada, les confiere un tono aún más inquietante.
Con una filmación cámara en mano, pero nunca nerviosa, lo que tanto se agradece, ello confiere un peculiar verismo a la historia, casi como de documental, lo que nos parece que sobrecoge aún más; y es que de esta forma la filmación resulta cercana, sin subrayados, buscando Gareth siempre la invisibilidad como realizador, no descubrirse tras la cámara; unos buenos diálogos, originales también de Edwards, que actúa prácticamente como un “one man show”, resultan creíbles y adecuados a la historia.
El último tramo afronta el previsible, quizá inevitable acercamiento romántico de los protagonistas, pero lo hace sin caer en lugares comunes, como dos náufragos que, sin agarraderas vitales realmente valiosas, se (re)conocen como iguales, como amados y amantes, en una parte final que, como decimos, busca más el romanticismo sugerido que el explícito.
La historia, desde un punto de vista mitológico y cultista, podría verse como una versión mexicana de La Anábasis, de Jenofonte, la historia de aquellos diez mil griegos que tuvieron que atravesar territorio enemigo hasta conseguir salvarse; aquí, la pareja protagonista tendrá que cruzar también por la zona contaminada, aunque finalmente los peligros vendrán dados más por los supuestos amigos (los soldados) que por los presuntos villanos, esos seres con más patas que un ciempiés, pero de tamaño como de edificio de cuatro plantas...
Buen trabajo, entregado y esforzado, de los humildes actores que dan lo mejor de sí en este empeño que cae inevitablemente simpático: Scott McNairy y Whitney Able resultan plausibles en sus papeles de guardaespaldas (sin ser Kevin) y rica escoltada (aunque, ella sí, se llame Whitney en la vida real...).
(27-03-2024)
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