CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN DISNEY+
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Gareth Edwards es un cineasta británico que ronda ya el medio siglo. Lo cierto es que su filmografía no ha sido hasta ahora demasiado numerosa, pero algún título sí que ha dado que hablar. En concreto nos referimos a Monsters (2010), un film de ciencia ficción (el género en el que parece desenvolverse mejor) que llamó poderosamente la atención por su atractiva propuesta (un virus traído del espacio infesta una gran zona de la Tierra, que tiene que ser declarada en cuarentena), hecha con muy pocos medios pero gran creatividad. Ello le valió (en mala hora, en ese caso…) ser fichado por el cine industrial yanqui, que le puso al frente de la nueva versión de Godzilla (2014), con muchísimo más presupuesto y muchísima menos imaginación.
Ahora vuelve Edwards por territorios conocidos, el de la ciencia ficción humanista, y aunque el presupuesto con el que ha contado ya no es de cine “indie” (hablamos de 80 millones de dólares, que es un dinero…), lo cierto es que parece haber aprendido de su anterior error y, ahora sí, consigue dar en la diana, esa rara ave que supone hacer una película comercial pero con contenido, con mensaje, por usar la terminología que se solía utilizar entre la crítica y la cinefilia allá por los años setenta y ochenta del siglo pasado.
La historia se ambienta en el futuro, en la Tierra, entre 2055 y 2065. La Inteligencia Artificial (IA) ha alcanzado un altísimo nivel, y la Humanidad ha entrado en guerra con ella tras la detonación de una bomba atómica en Los Ángeles, atribuida a la IA, a causa de la que murieron muchas personas. La IA se ha hecho fuerte, junto a los humanos aborígenes de la zona, que siguen confiando en ella, en la llamada Nueva Asia (quizá un trasunto de China, aunque por su aspecto físico parecen más vietnamitas o camboyanos; las escenas están rodadas concretamente en Camboya y Tailandia), donde la Humanidad ha desplegado una inmensa nave, llamada NOMAD, con la que es probable que consiga ganar la guerra. Pero cuando los servicios secretos humanos se enteran de que la IA, a través de una figura secreta llamada Nirmata, ha creado una poderosísima arma que puede acabar con la NOMAD, y con ello inclinar la guerra hacia su bando, se pone en marcha un operativo para intentar localizar y destruir esa arma… Joshua es un espía infiltrado de larga duración que, tiempo atrás, en el transcurso de su misión, se casó, verdaderamente enamorado, con Maya, asiática, y ambos esperan un bebé. Pero en una incursión los seres humanos, mientras buscan la nueva arma de la IA, matan a Maya y al bebé, y Joshua queda mutilado. Años después, Joshua es reclutado de nuevo para la misión, tras mostrarle sus superiores, como una motivación irresistible, imágenes de una mujer con los mismos rasgos de Maya, lo que querría decir que ha sobrevivido…
Es evidente que la IA, tanto históricamente, cuando era una entelequia de ciencia ficción, como ahora, en nuestro tiempo, en el que ya se aprecian sus primeras aplicaciones prácticas (ChatGPT, que gana por goleada al analógico y venerable Rincón del Vago, o la controvertida ClothOff, usada por descerebrados para “desvestir” a chicas, como ha ocurrido recientemente en España), ha tenido siempre mala fama. Baste recordar, por ejemplo, el famosísimo HAL 9000, el ordenador de a bordo de 2001, una odisea del espacio, el paradigma de la IA que cobra conciencia de sí misma y, sobre todo, tiene miedo a perder su “vida”, su mismidad, y hará todo lo que esté en sus diodos para evitarlo. Otras pelis han acentuado ese carácter no sé si decir malvado, pero al menos sí carente de sentimientos de la IA; el caso más evidente quizá sea la longeva y popular saga iniciada por Terminator, con su famosa Skynet, la inteligencia artificial que cobró conciencia de su propia existencia y, con ello, decidió que esos seres imperfectos y embrutecidos que eran los humanos no eran sino un estorbo para su propio desarrollo y desencadenó una guerra sin cuartel contra ellos, con viajes en el tiempo, hacia atrás y hacia delante, para eliminar la génesis del líder de la resistencia que tantos quebraderos de cabeza (o de software…) les dará en el futuro.
Es cierto que ha habido algunos casos en los que el cine ha presentado IA bonancibles con el ser humano, como la película titulada precisamente A.I. Inteligencia Artificial, de Spielberg, con un entrañable niño androide. Pero en general la forma en la que se han presentado las IA en pantalla ha sido confiriéndole conductas hostiles hacia el ser humano. Por eso resulta llamativo que esta The creator presente una mirada totalmente opuesta, en la que la inteligencia artificial mantiene una guerra abierta con la humanidad, pero con un carácter puramente defensivo. Pronto se descubrirá que la voladura de Los Ángeles fue algo parecido al hundimiento del Maine supuestamente por el Reino de España, en realidad una añagaza de Estados Unidos para declararle la guerra a nuestros antepasados.
Así, aquí las IA no tienen ningún interés ni intención en acabar con el ser humano, sino en coexistir con él, cosa que el Hombre (así, con mayúsculas, como especie) no tolerará: compartir la cúspide de la creación, amos, anda… El mérito de Edwards, autor también de la historia sobre la que se monta esta sugerente película, es precisamente dotar de aliento humano a máquinas que creíamos eran solo un amasijo de cables y chips de silicio. ¿Y si las máquinas, una vez conscientes de sí mismas, no solo no fueran beligerantes y supremacistas como lo fueron los primeros humanos -bueno, y muchos de los de ahora…-, sino que desearan, real y lealmente, compartir la Tierra con nosotros? ¿No sería posible que también esas criaturas, al fin y al cabo otra forma de vida una vez que son capaces de pensar por sí mismos, una vida generada no a partir del carbono clásico sino del silicio, carecieran del aliento furiosamente belicoso de la especie humana?
Esa premisa, que repite Edwards a lo largo del metraje (a veces con cierta tendencia a la brocha gorda, es cierto…), se reviste de espectacular vehículo de acción, trufando el film de muchas y poderosas escenas que, ciertamente, sobrecogen el aliento, una guerra sin cuartel en la que el ser humano actúa como atacante y las IA, y sus aliados humanos asiáticos, se defienden como pueden, mientras intentan dar tiempo a que esa prodigiosa arma creada “ad hoc”, con la adorable forma de una niña, sea capaz de acabar con NOMAD y, con ello, con la amenaza cierta de genocidio; por cierto, ¿se puede hablar de genocidio si se extermina una raza hecha de cables y chips? Como se verá, estamos más cerca de la filosofía humanista, de Erasmo o Tomás Moro, que del banal cine de acción, de Chuck Norris o Steven Seagal.
Con reminiscencias evidentes, pero bien traídas, de clásicos cinematográficos del tema como la mítica Blade runner o la más reciente pero también tan buena Hijos de los hombres (esa niña que será esperanza de futuro…), o del seminal volumen literario asimoviano Yo, robot y sus tres leyes de la robótica, que en el fondo subyacen en la bonhomía (vocablo etimológicamente algo equívoco hablando de las IA…) de la inteligencia artificial, The creator se convierte, entonces, en una película dotada de un inesperado aliento humanista, en el que los malos somos nosotros, no los otros, como casi siempre solemos expresar en nuestras artes narrativas; aquí somos nosotros los xenófobos, los racistas, los que temen al diferente y, por ello, apuestan por su laminación. Pero (y ahí también Edwards vuela alto) los malos del film, los seres humanos determinados a acabar con la niña que salvará a las IA, tampoco son villanos absolutos, tampoco son gente impía, sino que, como la propia coronel que manda (cómo han cambiado los tiempos, y para bien…) a los bragados comandos que busca la eliminación física de la pequeña androide, son seres heridos en lo más hondo (en su caso, la pérdida de los hijos en la guerra), y, en última instancia, gente que obedece órdenes.
Película sutilmente distinta, entonces, permite una lectura superficial, como el brioso vehículo de acción y aventuras que ciertamente es, pero también una lectura más a fondo, que nos propone una nueva mirada sobre la supuestamente amenazante inteligencia artificial.
John David Washington, el hijo de Denzel, se está convirtiendo, a la chita callando, en un cierto icono del cine de ciencia ficción, género en el que hasta ahora ha brillado con fulgor (recuérdese Tenet…). Del resto nos quedamos especialmente con la jovencísima Madeleine Yuna Voyles, que incorpora a la niña androide, en su primer papel ante una cámara, una chica dotada de una rara capacidad para sufrir en pantalla y, lo que es mejor, para transmitirlo al público.
Lamentablemente, The creator ha sido un fiasco comercial: con 80 millones de presupuesto, como queda dicho, su recaudación mundial cuando se escriben estas líneas (fuente: IMDb) alcanza solo 66 millones, lo que puede suponer un freno en la carrera de Edwards, lo que sería una pena. Entre las razones aducidas en la red no hemos encontrado una que nos parece importante, quizá decisiva: aquí el ejército de los Estados Unidos, con la nave NOMAD en plan Apocalypse now, atacando a humanos (y androides) con rasgos y vestimentas que recuerdan poderosamente las de los aborígenes vietnamitas de la guerra que tuvo lugar entre los dos Vietnam (del Sur y del Norte), con el decidido apoyo respectivamente de Estados Unidos y China, no ha debido de ser demasiado del agrado del público medio norteamericano, para el que aquella malhadada conflagración (y con razón…) supone uno de los peores momentos de su historia… Así que el aliento humanista de Gareth Edwards se puede ver comprometido; es lo que tiene hacer cine muchimillonario: como se tuerzan las cosas en taquilla, el futuro profesional del que ha estado a los mandos se puede poner negro, muy negro…
Una última anotación “nominal”, para que veamos que casi nada en The creator es casual: la niña androide, que es un milagro en sí misma (un robot que se conforma y crece desde el estado de bebé y que terminará siendo adulto, como los humanos), será llamada Alphie, como alfa, la primera letra del alfabeto griego, quizá porque será el comienzo de todo; y su madre, Maya, se llama como una de las mitológicas Pléyades, un nombre que significa en griego, precisamente... “pequeña madre”…
(16-10-2023)
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