Esta película está disponible en el catálogo de Movistar+.
Está claro que Christopher Nolan es uno de los escasos profesionales del cine actual que están cumpliendo la función de revulsivo en el adocenado panorama fílmico de este siglo XXI, período en el que se inscribe la casi totalidad de su obra. Aunque debutó en el largo con Following (1998), hecha con tres perras gordas, su primera obra de envergadura, y que además llamó poderosísimamente la atención, fue Memento (2000), prodigioso artefacto con formato de thriller y narrativa originalísima sobre la memoria y el olvido. Insomnio (2002) sería un alucinado thriller en el níveo paisaje del sol de medianoche, y con la trilogía formada por Batman begins (2006), El caballero oscuro (2008) y El caballero oscuro. La leyenda renace (2012) insufló un potente nuevo aliento a la serie del Hombre Murciélago y puso las bases del cine de superhéroes para mentes adultas y bien amuebladas: entre medias, con El truco final (El prestigio) (2008) jugó con ese momento mágico del cambio de siglo XIX al XX, cuando nuestro mundo actual se empezaba a construir desde los cimientos, donde magia y ciencia todavía se daban la mano; con Origen (2010) tuvo la osadía de gastarse 160 millones de dólares en un thriller que se desarrollaba... en la mente de los individuos, y además consiguió multiplicar por cinco su costeado presupuesto. En los últimos años, con Interstellar (2015) fantaseó con los viajes espaciales en busca de un nuevo hogar para la Humanidad que ve agonizar la Tierra, y con Dunkerque (2017) presentó la famosa evacuación de los soldados aliados en la costa francesa en 1940 como el cine jamás la había filmado.
Ahora nos llega con otra historia sin duda curiosísima: Tenet se inicia con el aparente asalto por parte de un avezado equipo terrorista al Palacio de la Ópera de Kiev, en Ucrania, para arrebatar a uno de los asistentes a un concierto de música clásica un elemento que este lleva consigo. El Protagonista (así llamado, nunca denominado con otro nombre) es un agente de los servicios de inteligencia norteamericana que forma parte del operativo contraterrorista. Finalmente el asalto deviene en una especie de prueba para reclutarlo para una oscura, críptica organización, llamada Tenet, para enfrentar la que podría ser la amenaza definitiva para el ser humano, para la Tierra y para el Universo entero, y que tiene que ver con mensajes en forma de objetos que nos llegan del futuro, donde han conseguido encontrar la forma de invertir el tiempo, de tal manera que este puede correr hacia atrás...
Habrá que decir antes que nada que Tenet es un fastuoso espectáculo cinematográfico. Jugando con la propia palabra (un palíndromo que se lee igual de izquierda a derecha que viceversa), Nolan escribe el guion en solitario (aunque habitualmente lo hacía con su hermano Jonathan), un auténtico rompecabezas, un gigantesco y costeadísimo sudoku en el que los viajes en el tiempo, o por mejor decir, el tiempo corriendo hacia atrás, supone ciertamente un reto para el espectador que pretenda permanecer pasivo ante una historia que requiere poner los cinco sentidos en su seguimiento. Pero Nolan, que es perro viejo, sabe que una historia de estas características sin grandes dosis de adrenalina se estrellaría irremisiblemente en taquilla, y los 205 millones de dólares que ha costado la película supondrían una ruina para los productores, siendo él uno de ellos. Así las cosas, la historia está trufada por escenas que cortan, casi literalmente, el aliento: la inicial, con el milimétrico asalto al Palacio de la Ópera de Kiev, pero también la escena del estrellamiento de un avión de transportes de tamaño “king size” contra una terminal de aeropuerto, o la feroz lucha a brazo partido del Protagonista con un tipo enmascarado que resultará ser... (¡ay, los “spoilers”...!), o la sobrecogedora secuencia de persecución en coche marcha atrás, con intersección en el mismo espacio físico de los que van hacia adelante en el tiempo y los que van hacia atrás, o la secuencia final, una batalla con todos su avíos, con bragados agentes luchando para evitar el Armaguedón.
Fastuoso espectáculo cinematográfico, entonces, aunque tenemos que decir que nos ha parecido una historia vacía de humanidad, apenas rozada ésta en la relación entre el Protagonista y Kat, la mujer del magnate ruso (¿qué sería del cine actual de acción y espías si no hubiera un villano ruso de por medio?), pero que queda en niveles ínfimos en una historia cuya parafernalia de efectos visuales, digitales y especialistas sirve espléndidamente para el objetivo final, que no es otro que dejarnos con la boca abierta y el coco echando chispas, en una historia en la que se despista uno medio minuto y ya se ha perdido.
Estamos, entonces, ante una maravilla visual, ante una historia de sugestivo engranaje, ante una percutante y formidable maquinaria que funciona admirablemente, y que sabe esconder sus agujeros y flecos sueltos, inevitables en los relatos en los que el discurrir del tiempo no se corresponde con los cánones habituales. Sale hasta la conocida como “la paradoja del abuelo”, según la cual, si alguien viajara en el tiempo hacia atrás y matara a su abuelo, se encontraría con que no podría haber nacido (excurso: evidentemente es una pura entelequia, porque, ¿quién en su sano juicio viajaría al pasado para matar a su abuelo? Ni el que asó la manteca...).
En cualquier caso, estamos ante un notable, prodigioso empeño cinematográfico, disfrutable desde el minuto uno hasta el ciento cincuenta, pero al que echamos en falta la presencia del factor humano: se habla mucho de la entropía o medida del desorden de un sistema, pero poco de la empatía, la cualidad de los seres humanos para establecer relaciones entre ellos. En ese sentido, Tenet es un prodigio cinematográfico manifiestamente hueco, un vistosísimo paquete que esconde la nada, un envoltorio de oropel que ciega con su brillantísimo ejercicio de funambulismo temporal, pero al que se le debería pedir que, además, tenga personajes de carne y hueso, gente con pasado creíble, con corazón y alma, más allá de los roles tópicos del agente secreto que está al cabo de la calle de todo, el magnate malísimo, la bella ex del villano que se enamora del espía, etcétera.
Por supuesto, la factura es espléndida, con las habituales marcas de la casa, desde la fotografía lujuriante del sueco-holandés Hoyte Van Hoytema, que es el operador de cámara (nunca mejor dicho...) de Nolan desde Interstellar, a la música a ratos atonal, siempre subyugante, del sueco Ludwig Göransson, uno de los nuevos valores del “score” cinematográfico, en su primera colaboración con el cineasta inglés.
En cuanto al apartado interpretativo, John David Washington, hijo de Denzel Washington, se afianza con este protagonista superlativo (hasta su personaje se llama así...), tras dejar atrás su carrera como jugador de fútbol americano (para que luego digan que estos tíos “cuadrados” no tienen dos dedos de frente...), aunque la que resulta extraordinaria es la coprotagonista, la australiana Elizabeth Debicki, 191 centímetros de mujer a la que ya auguramos en Viudas (2018) un futuro más que prometedor: aparte de estar dotada de una belleza surreal, casi élfica, que es un extra, es sobre todo una inmensa actriz aquí en un personaje al que ella sabe conferir la humanidad que no estaba, me temo, en el guion. Kenneth Branagh, sin embargo, nos parece que va con el piloto automático, no creyéndose demasiado su personaje, un “dueño del mundo” que, en este caso, decide tocar las trompetas del Apocalipsis.
(01-09-2020)
150'