Esta película está disponible en el catálogo de Netflix.
Gustavo Salmerón (Madrid, 1970) es un actor español de carrera no especialmente brillante; durante los años noventa hizo algunos personajes interesantes en películas como Fotos (1996), 99.9 (1997) y Mensaka (1998), para después, a partir del siglo XXI, entrar en una etapa de progresivo oscurecimiento. Sin embargo, ya en la década de los años diez de este siglo XXI se reveló como un peculiar director con este su primer largometraje como tal, Muchos hijos, un mono y un castillo, film autobiográfico sobre su más que curiosa familia, y en especial sobre su madre, Julita, una mujer de perfil muy particular. La película obtuvo premios por do quiera fue (Goya, Fénix, Forqué, Platino, CEC, Karlovy Vary...) y fue muy bien acogida por la crítica y, en menor medida, dadas sus evidentes limitaciones comerciales, por el público.
Muchos hijos, un mono y un castillo es, fundamentalmente, una película sobre una familia literalmente extra-ordinaria; vamos, que se sale de lo ordinario, porque ciertamente haber parido, criado y educado a 6 hijos, más mantener un mono en la familia, y además poseer durante 14 años un castillo, es muy poco corriente. Dicho sea esto porque, aunque ciertamente la película es muy estimable, lo cierto es que Gustavo Salmerón tenía tres cuartas partes del trabajo hecho con los mimbres con los que ha contado, fundamentalmente una madre, la suya, la Julia o Julita que se convierte, velis nolis, en la protagonista absoluta del film, una mujer de 81 años que es todo un personaje: padece de un síndrome de Diógenes que le hace atesorar cuantos cachivaches caen en sus manos; tiene un sentido del humor de lo más peculiar, lleno de extravagancias y actitudes estrafalarias; fue falangista de carnet pero se muestra, filosóficamente hablando, contraria al concepto de monarquía, el golpe de Estado de Franco le parece mal, y se declara a sí misma como masona; de niña tuvo un sueño: cuando otros infantes quieren ser astronautas, futbolistas, toreros, médicos o bomberos, ella quería tener muchos hijos, un mono y un castillo, y el azar (y cierta herencia, todo sea dicho...) le permitió conseguir lo que quería, cuando habitualmente casi nadie lo consigue, y menos tres cosas que por separado son difíciles, pero en conjunto lindan con lo imposible.
Salmerón plantea su película como una filmación de las conversaciones de su madre, su padre, sus hermanos, en distintos momentos de su vida, centrándose, claro está, en la última etapa en la que se rodó la película, en los años diez de este siglo XXI, con las distintas peripecias por las que atravesó la familia, fundamentalmente la necesidad de desprenderse del castillo que habían comprado gracias a un golpe de fortuna, y que la crisis de las hipotecas iniciada en 2008 le arrebataría: la necesidad de vaciar el castillo de las pertenencias acumuladas por la familia Diógenes, digo García Salmerón, durante tantos años, será uno de los trabajos como de Hércules en el que podremos reír y casi llorar con Julita y su anhelo de quedarse con cada cosa de su hogar, lo que finalmente se perfila más como el deseo de no perder los recuerdos que simboliza tanto cacharro inútil antes que como un fútil acaparamiento de cachivaches.
El “leit motiv” del film, sin embargo, será la búsqueda de unas vértebras de la abuela de Julita que fueron rescatadas de su tumba cuando la familia recuperó su cuerpo (la mujer había sido fusilada en la Guerra Civil por los republicanos), y que se habían quedado en la familia como siniestro “souvenir”. Esa búsqueda recorrerá todo el film, y nos permitirá conocer primero el castillo, que era como un gigantesco trastero, después una nave propiedad de la familia, que era otro enorme edificio lleno de chorradas, y finalmente el nuevo hogar de Julita y su marido, que se convertirá también en el paraíso de maese Diógenes. En el fondo, por supuesto, estaremos ante la vida de Julita, su marido y sus hijos, cartografiada a través de los objetos atesorados durante décadas.
Ello nos permitirá conocer a la familia, al padre y los seis vástagos, pero sobre todo a Julita, una mujer ciertamente singular, contradictoria, surrealista, de pensamientos tan disparatados como, a veces, sensatos, 81 años de pura incoherencia que en pantalla resulta gozosamente disfrutable.
Grabaciones caseras de su niñez y juventud nos permiten dibujar un perfil familiar razonablemente feliz, una familia con posibles económicos: sin ser el clan Midas, es evidente que tuvieron un buen pasar dinerario, hasta el punto de poder permitirse comprar un castillo, lo que no está al alcance de todos los bolsillos... En ese sentido, se ha citado como antecedente El desencanto (1975), la espléndida disección de Jaime Chávarri sobre la familia Panero, pero en nuestra opinión, habiendo puntos de conexión, parece claro que los García Salmerón están a años luz de Felicidad Blanc y los hijos del poeta Leopoldo Panero, fundamentalmente porque aquellos no parecen odiarse sino más bien se quieren, hay entre ellos una sensación de afinidad, de formar parte de una entidad de consanguinidad y afecto que en los Panero no aparecía ni de lejos.
Es Muchos hijos... también, en alguna medida, una esbozada radiografía de una familia de la postguerra del bando nacional, una cartografía sobre los que ganaron la Guerra Civil Española pero sin ideología explícita, sencillamente eran sociológicamente de derechas. Como una La escopeta nacional de gente burguesa, esta familia de clase media-alta también presentará aquí su deterioro económico y social, y nos hablará de los buenos tiempos en los que sentaba un mono a su mesa (en eso la también berlanguiana Plácido le ganaba, que sentaba a un pobre...) mientras llenaba el opulento castillo de chismes inservibles.
Las anécdotas de Julita, expresadas con una naturalidad absoluta, con un desparpajo desarmante, se suceden: su desmedido amor por la Navidad que le hace mantener el belén durante 10 meses al año, su amor por José Antonio Primo de Rivera y su sueño de hacer croquetas con él (con su cuerpo, se entiende...), su manía de guardar los molares de leche de sus hijos y la sorpresa que eso le deparó... Julita es como un géiser de anécdotas a cuál más disparatada y estrafalaria, un auténtico monumento a la extravagancia que, desde luego, otorga a Muchos hijos, un mono y un castillo la entidad que tiene; sin ella, la película, literalmente, no existiría.
Salmerón ha hecho aquí, evidentemente, una importante tarea previa en el guion para intentar dar una cierta coherencia a la historia de su familia, y no digamos cuando después ha montado el material resultante, que se adivina mucho más abundante del que finalmente vemos en pantalla. También, como citábamos al principio, ha contado con una historia “bombón”, una materia argumental que, sobre todo en el personaje de la madre, suponía ya quizá el 80 por ciento del acierto del film. Por eso habrá que verlo en futuros proyectos en los que no cuente ya con este material de partida tan atractivo para poder calibrar con más realismo sus posibilidades como director.
Porque incluso con el tema tan atractivo con el que ha contado, Salmerón no ha podido evitar que, hacia la segunda parte del film, en las secuencias del desalojo del castillo, este se haga un tanto reiterativo, cuando, una vez que ya conocemos el clan familiar y las excentricidades de la materfamilias, la película se estanca, apenas avanza, repitiéndose en temas y anécdotas que ya nos suenan a conocidas. Pero el conjunto es muy interesante, una ráfaga de frescura sobre el cine documental, sacudiéndose los academicismos del género y jugando con sencillez con elementos como el cine familiar casero y un personaje tan singular como irrepetible, esa Julita que encarna en sí misma esta declaración de amor de su hijo Gustavo, en un amable acercamiento a su familia, finalmente el retrato de una mujer singular, un inolvidable personaje de ideas muy peregrinas, con un peculiar sentido del humor, de tan complicado trato humano como fácil es reírse con ella o, mejor (dada su inveterada capacidad para la autoironía), junto a ella...
(27-04-2021)
88'