No deja de ser curioso que las mejores películas como director de Clint Eastwood, sean, casi siempre (con la excepción de las espléndidas Los puentes de Madison y Sin perdón), aquéllas en las que el también actor no se pone delante de la cámara.
Ése es de nuevo el caso de este muy notable Mystic River, un policiaco ambientado en Boston, con tres amigos de infancia, un tremendo trauma en forma de rapto perpetrado por pederastas en uno de ellos, y cómo aquel suceso influirá tantos años más tarde en sus vidas, cuando cada uno ha tomado un camino distinto: el policía, el ex recluso, el hombre con pasado de niño violado que quiere olvidar, todos reunidos de nuevo ante la muerte violenta de la hija de uno de ellos.
Pero la anécdota del "quién lo hizo" pasa pronto a un segundo plano, para interesarse el director en los tres personajes, que define con mano maestra en apenas unos trazos: el "madero" angustiado por la mujer que le abandonó, el ex recluso obsesionado por la venganza, el tercero con un tenebroso pasado en compañía de lobos.
Hábilmente trenzado, el guión del también director Brian Helgeland apenas tiene algunas fisuras, como un desenlace que no está a la altura del resto del argumento. Pero son factores nimios que no inciden significativamente en una historia sobre el destino, el azar y la forma en que los sucesos de la niñez marcan la edad adulta, un filme extraordinario con un trío de actores, Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon, que están sencillamente sublimes en sus matizadísimos trabajos, todos bajo la batuta de un Eastwood que confirma que el estado de gracia, la madurez intelectual y artística en la que se encuentra desde hace un par de décadas, para nuestro gozo, no parece tener fin.
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