Se ha elogiado, con razón, el trabajo de Penélope Cruz en este desgarrado drama romántico. Pero lo curioso es que nuestra actriz consigue la intensidad que se le reconoce justamente con las armas contrarias de las que habitualmente se utilizan en este tipo de cine de grandes pasiones. Porque Penélope da intensidad a su personaje a base de hieratismo, de falta de movimiento (qué bien le viene, entonces, el título del filme...), reflejando en su rostro cuasi impávido todo aquello que le sucede: primero, la violación por parte de un cirujano de prestigio; luego, conforme éste se da cuenta de que no es sólo sexo sucio lo que va buscando, sino que se está enamorando sin remedio, la cara del personaje de Penélope no variará especialmente: ella, una prostituta en el escalón más bajo de los niveles del ser humano, lo ha vivido todo, lo ha sufrido todo, lo ha padecido todo. Asiste entonces a ese imprevisto, casi fugaz momento de felicidad con el mismo aspecto de estoicidad con que se enfrenta a la dura vida que le ha tocado.
El folletín, en el buen sentido, está servido: el cirujano de prestigio pero de vida vacía con esposa blanca (es curioso en ese sentida la buscada alba tonalidad cromática de la vestimenta de ella) encontrará en la putita desgreñada un amor animal, una forma brutal de dar salida a sus sentimientos reprimidos. El grave accidente de su hija le reportará tiempo suficiente para recordar aquellos días de vino, sexo, espaguetis y tal vez alguna rosa, donde creyó encontrar su destino, aunque éste, finalmente, le fuera esquivo.
Buen trabajo de dirección de Castellitto, que parece afianzarse como un cineasta con cosas que decir, ya alejado de las comedietas que frecuentó hace algún tiempo. Su película es intensa, apasionada, y su forma de contarla casi nunca tiene subrayados. Cuando los hay, como en la escena de la violación, vienen al pelo, para dar testimonio de la pasión, pero también la ignominia de la acción.
¡Qué bueno recuperar a Penélope para el buen cine! Su trayectoria en Estados Unidos está siendo, desde el punto de vista artístico, lamentable. Menos mal que de vez en cuando se viene aquende el océano, para reponer pilas y ofrecer interpretaciones memorables, como sin duda es ésta: tan callada, al parecer tan casi sin esfuerzo...
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