Al director italiano Gabriele Salvatores no parece que le sirviera de mucho ganar el Oscar de Hollywood en 1991 por su película Mediterráneo, una cinta simpática y de buenas intenciones, tras la que su carrera ha sido errática y desigual, apenas destacando dos títulos, Nirvana y Amnesia, que de distinta manera incidían en el género fantástico. También hay mucho de fabulación, misterio y morbo en esta interesante No tengo miedo, rodada en su Italia natal pero con participación británica y española.
A finales de los años setenta, en el ambiente reseco y rural de la mitad sur, en medio del sol, las moscas y el calor, unos niños distraen su ocio, entre la indiferencia de sus mayores, gente zafia, inculta y carente de sensibilidad. Sensibilidad que, sin embargo, le sobra a Michele, el pequeño protagonista, que verá cambiar su vida cuando en uno de esos juegos descubra, junto a una casa abandonada, un siniestro agujero.
Salvatores logra un clima excelente en la primera mitad, para luego entrar en una línea argumental más convencional, y tras un bache central, recuperar el pulso en el desenlace. Con un buen trabajo del pequeño Giuseppe Cristiano, la presencia española se centra en el papel de su madre, una correcta Aitana Sánchez-Gijón, pero más que los actores es la lograda ambientación, el tono agobiante, el aire misterioso de la peripecia lo que potencia este film irregular pero singular, que nos resulta insólito por su paisaje rural en un cine actual, un cine que parece olvidarse del campo y centra siempre sus historias e intrigas exclusivamente bajo la cobertura urbana. Sólo el cine francés o en este caso el italiano, parecen acordarse a veces que también la humanidad ha habitado en el campo.
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