Esta película está disponible en los catálogos de Movistar+, Disney+, Apple TV, Rakuten y Prime Video.
Chloé Zhao (Pekin, 1982) ya nos avisó con su anterior The rider (2017) que estábamos ante una cineasta singular: férrea controladora de los mecanismos claves para hacer una película (ésta la ha escrito, dirigido y montado), Zhao pasa por ser lo más parecido a una “autora”, en los términos en los que definió este concepto André Bazin en su Teoría del Autor. Si The rider nos presentaba la historia verídica, aunque con toques de ficción, de un jinete de rodeo al que una lesión craneal aparta de su modo de vida, en un acercamiento cuasi documental a su figura y la de su entorno, Nomadland no anda demasiado lejos.
La historia está ambientada en el estado de Nevada en plena depresión económica tras el “crash” de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers y la crisis de las hipotecas “subprime”, que dejaron sin hogar a miles, quizá millones de personas en Estados Unidos y resto del mundo. En ese contexto conocemos a Fern, una mujer alrededor de los sesenta, recientemente enviudada de su marido tras una penosa enfermedad, que se queda sin casa, sin trabajo, sin “modus vivendi”, sin asideros vitales. Decide entonces embarcarse en una vieja autocaravana, que será su hogar, y vivir de forma nómada a lo largo del Oeste americano, conviviendo a veces con trashumantes como ella, en otras ocasiones aspirando a bocanadas la soledad...
Basada la película en el libro de Jessica Bruder Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century, tiene Nomadland la virtud de lo auténtico: no en balde la inmensa mayoría de sus “actores” no son tales, sino verdaderos nómadas que interaccionan con los intérpretes reales (fundamentalmente Frances McDormand y David Strathairn), componiendo entre todos ellos un relato verídico sin serlo, una historia real que parece más un documental que una ficción. Ellos son así, y cuentan sus vivencias como si realmente estuvieran en medio del campo al calor de una fogata. Zhao, como directora, ha sabido crear el ambiente adecuado para que esas personas se abran absolutamente: conoceremos entonces a personajes tan valiosos como el de Swankie, que lleva media vida viajando libre por las llanuras americanas, aquejada de un cáncer que sabe terminal, pero que quiere aspirar la vida hasta el último aliento; o a Bob Wells, una especie de generoso gurú que, perdido su hijo cinco años antes, solo ha podido continuar viviendo dándose a los demás, sirviéndoles en su trashumancia.
El propio personaje de Fern (espléndida Frances McDormand, a la que deberían dar un Oscar cada vez que hace una película) es uno más entre ellos; aunque en su caso su historia es ciertamente ficticia, sabe a verdad, una mujer corriente a la que el destino ha zarandeado y ha dejado en la estacada, que decide, en el último recodo del camino, ser libre a su manera, sin estar condicionada por hipotecas, trabajos fijos, parejas... la libertad en su máxima expresión, sin ataduras, también sin comodidades, redes de seguridad ni placeres.
No es Nomadland, en contra de lo que pudiera parecer, un elogio del nomadismo, solo lo describe como otra forma de vida, que no es indigencia, porque existe un hogar, aunque sea precario y sobre ruedas, ni tampoco la existencia al uso con casa, familia, cargas... Está la película llena de pequeños detalles, que la cineasta chino-americana nunca subraya, están ahí para que el espectador activo los vea. Con un estilo sereno, elegante sin ampulosidades, ajustado a la hermosa, doliente, libre historia que se nos cuenta, la directora consigue una obra mayor, una de esas películas cuyas evidentes referencias son del calibre de Las uvas de la ira (1940), la obra maestra de John Ford, otra historia de gente corriente tras una devastación económica, en su caso el Crack del 29.
Gran película a la que los no-actores aportan su verdad, y a la que los actores reales, McDormand y Strathairn, aportan sus personajes ficticios como si fueran verdaderos, en una fecunda coyunda en la que no se sabe quién es intérprete profesional y quién es solo una persona que habla como si no hubiera una cámara enfocándolo. Espléndidos paisajes de la América profunda, con frecuencia tan hermosos como inhóspitos. Y de fondo una mirada existencialista hacia la vida: uno de los nómadas auténticos nos cuenta en un momento del film la triste historia de un amigo al que, dos semanas antes de jubilarse, le diagnosticaron un fulminante cáncer terminal; ese hombre no llegó a disfrutar del velero que guardaba en el garaje para poder gozar de la vida cuando le llegara la ansiada jubilación: ese velero como metáfora de la libertad, que los protagonistas de la película, reales o ficticios, no quieren que se quede permanentemente en el garaje, bajo la lona de la desdicha, del infortunio.
(01-04-2021)
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