Joaquín Oristrell tiene (bien ganada) fama de ser uno de los mejores guionistas españoles. De su pluma, aunque en comandita, han salido, por ejemplo, todas las películas que ha dirigido Manuel Gómez Pereira. Hace un par de años, como tantos otros guionistas, se lanzó a la tarea de dirigir, y el resultado fue De qué se ríen las mujeres, una agridulce comedia que tenía como mayor lastre una notable pesadez a la hora de narrar la historia, como si el ágil libretista y fino constructor de diálogos, en el momento de filmar, no supiera hacerlo con una ligereza similar a la que alardeaba cuando sólo esgrimía la pluma.
Ahora reincide Oristrell con este segundo empeño como director, y vuelve a recaer en errores similares; pero ahora, además, nos sorprende con una inopinada flojera argumental; era lo que no podía suponerse en un guionista de sus tablas, que presentara una historia con tantos tópicos, desde Juanjo Puigcorbé haciendo, otra vez, de tipo ruin y felón, como casi siempre que hace comedia, hasta María Barranco repitiendo por enésima vez el cliché que hizo fortuna con Almodóvar pero que ya está demasiado visto. No digamos Juan Diego Botto, que desperdicia uno de los roles-bombón para un actor, el de retrasado mental, que permite habitualmente un lucimiento que en este caso está lejos de producirse.
Sólo Candela Peña salva su personaje, y eso porque es una actriz extraordinaria capaz de hacer cualquier cosa y quedar bien. La nueva película de Oristrell queda de esta forma, otra vez, como una comedia agridulce, con algunos puntos de interés (cierta sátira sobre los desmesurados fastos de las bodas, a lo que podría habérsele sacado más punta) y poco más. Le queda mucho que aprender a este buen guionista para llegar a ser un aceptable director.
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