El cine de catástrofes tuvo su era dorada durante los años setenta, desde el comienzo efectivo del subgénero con La aventura del Poseidón (1972), para cerrarse abruptamente aquella etapa con el batacazo comercial de Meteoro (1979), curiosamente ambas dirigidas por el mismo realizador, Ronald Neame. Ocasionalmente el subgénero revive con algún título que pega fuerte, como pasó con Twister (1996). Cinematográficamente suele ser un tipo de cine bastante inane, que centra sus fuerzas en conseguir que un público poco exigente se entretenga durante hora y media más o menos, sin más aspiraciones.
En principio, por supuesto, nada que objetar: en ese subgénero de catástrofes, durante la edad dorada de los setenta, hubo algunos buenos films, como Tiburón (1975), El coloso en llamas (1974) e incluso la propia La aventura del Poseidón tenía interés. El problema nos lo encontramos cuando lo que se aprecia en un film como este Operación: Huracán es una desidia, una desgana absoluta, una historia marciana, una puesta en escena impersonal y chata, una mediocridad rampante.
Con un prólogo datado en 1992, en el estado de Alabama, donde dos niños pequeños asisten a la muerte de su padre en el corazón del huracán Andrews, que asoló aquella tierra en esa época, la mayor parte de la historia se cuenta en el tiempo actual, también en el mismo estado, con los dos niños ya adultos, uno meteorólogo, otro mecánico reparador de todo un poco (lo que en España llamamos un “chapuzas”). En las inmediaciones hay unas instalaciones del Departamento del Tesoro donde llevan millones de dólares usados para destruirlos; una banda de cacos decide atracar el local, amparándose en el caos de un nuevo huracán, para llevarse calentito el dinero viejo...
Operación: huracán adolece del peor pecado posible en un film de entretenimiento: que no entretenga. Rob Cohen, su director, es un veterano cineasta que empezó como productor hace ya varias décadas, pero su carrera siempre ha sido un prodigio de inanidad. Su cine se suele inscribir entreverando el género de acción con otros, como el fantástico o el thriller, como en este caso. Entre sus obras anteriores citaremos, para hacernos una idea del “nivel” de Cohen, películas como Dragonheart (1998), Stealth. La amenaza invisible (2005) o La momia. La tumba del emperador dragón (2008).
Su nueva película tampoco despega de ese bajo mínimos que menudea en su filmografía, una historia mal escrita, con personajes de cartón-piedra, donde apenas se esboza algún conflicto familiar, malamente planteado y peor resuelto, lleno de tópicos y, lo que es peor en una peli de estas características, con unos horribles efectos digitales que se amparan en el pésimo tiempo meteorológico en el que se ambienta el film para que la mala calidad de los F/X se note menos.
Solo la parte final, con la persecución en gigantescos camiones, ofrece algo parecido a una cierta tensión, aunque es verdad que resulta de un previsible que tira de espaldas.
Como suele ocurrir en estos casos, la gente, ni siquiera los públicos laxos que supuestamente les da igual ocho que ochenta, no es tonta, y esta majadería se ha saldado con un batacazo en taquilla en su país, cuando su único interés, parece evidente, era llenar de ceros a la derecha la cuenta corriente de los productores.
Toby Kebbell, un endeble actor inglés que estuvo en el horrible remake de Ben-Hur (2016) haciendo de Mesala, es el cabeza de cartel de esta película de serie B que, por momentos, parece de serie Z, pero de las malas, no de aquellas que en los años cincuenta resultaban encantadoras en su ingenuidad.
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