A mediados de los años ochenta parecía evidente que Roger Moore, ya con 58 años, era demasiado mayor para seguir interpretando a James Bond, el agente con licencia para matar, así que Eon Productions, la productora propiedad de la familia Broccoli, dueña de los derechos de la rentable franquicia, puso en marcha el proyecto de hacer un último 007 con el zumbón actor londinense que saltó a la fama con su personaje protagonista de la célebre serie televisiva de los sesenta El santo.
Aquí la película comienza con Bond en Siberia; allí el agente británico ha extraído a un hombre que estaba enterrado en la nieve. Los soviéticos, que están a su acecho, lo descubren y persiguen en esquí. Bond consigue acabar con ellos y se refugia en un submarino camuflado donde le espera (lógicamente...) una chica... Ya en el Ministerio del Interior (el famoso Home Office), Bond se reúne con M (su jefe en el MI6), Q (el científico un poco chalado que le facilita gadgets ultramodernos) y el ministro. Q les habla de un microchip que es insensible a los pulsos de fuerza; saben que el fabricante de ese microchip es el dueño de una poderosa empresa fabricante de este tipo de material, llamado Max Zorin; Bond tendrá que acercarse a ese magnate para intentar hacerse con el preciado “hardware”...
Con unos hermosos títulos de crédito de (como siempre en esa época) Maurice Binder, que juega armoniosamente con tres temas esenciales, mujeres, hielo y esquí, y una bella canción principal cantada por los entonces muy en boga Duran Duran, Panorama para matar compendia probablemente las características de la etapa Roger Moore de la saga 007. Así, una de las características más curiosas es el de las persecuciones, a cual más peculiar; en este film, concretamente, tendremos a nuestro héroe persiguiendo o siendo perseguido (a veces incluso ambas cosas, solo que consecutivamente...) en escenarios pintorescos como la mismísima Torre Eiffel, pero también por el Sena, a bordo de lanchas rápidas, o por las calles de París, con Bond conduciendo un taxi que va perdiendo partes del vehículo por el accidentado camino persecutorio, o bien a caballo, a todo galope, o en las entrañas de la tierra, por los túneles de una mina, e incluso, rizando el rizo, sobre un camión de bomberos en el que nuestro prota irá bamboleándose agarrado a una escalera retráctil que, claro está, se mueve peligrosamente de un lado al otro de la calle, con tanta curva, en una escena ciertamente notable en su ejecución por parte de los “stuntmen”, los especialistas, y en la que se tuvieron que batirse el cobre también de forma importante los profesionales de los efectos especiales. También debieron hacerlo todos ellos, desde luego, en la icónica secuencia final, en todo lo alto del Golden Gate de San Francisco, con un dirigible de por medio y nuestro héroe y el villano marineando por los tirantes del puente...
La otra gran característica de la era Moore probablemente sean los frecuentes toques de humor, llenos de ironía, que alcanzan su punto álgido (y caliente...) en el tema romántico, en el que también habrá frecuentes dobles sentidos y alusiones veladamente pícaras, además de que ya en esta época en las escenas de sexo se permitía ya mostrar más epidermis y ser más eróticas que en las primeras etapas, bastante más pacatas.
Muy fantasiosa, como todos los Bond, la dirección se le volvió a encargar al mediocre John Glen, que provenía del campo del montaje cinematográfico, y que dirigió cinco films de 007, aunque nunca consiguió dotar de personalidad propia las entregas de la saga que le tocó poner en escena: en este caso tampoco brilló precisamente, limitándose a un trabajo aseado y poco más.
Roger Moore se despedía del personaje, como queda dicho, tirando de ironía, ya que en el tema físico era evidente que no tenía ya mucho más recorrido. Christopher Walken como villano era una apuesta un tanto arriesgada: pero el formidable actor neoyorquino llevó el personaje de Zorin a su terreno, convirtiéndolo en un tipo frío, calculador, un malo peculiar, irónico y ambiguo. También fue positiva la aparición de una villana, interpretada por la cantante y actriz Grace Jones, una auténtica fuerza de la naturaleza.
(08-01-2025)
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