Tengo aprecio por Eduardo Casanova, mayormente porque con su personaje en el serial televisivo Aida visibilizó y normalizó un rol, el del gay menor de edad, que parecía tabú en el cine y la televisión españolas, como si los gays se percataran de que lo son de golpe, a los 18 años, justo el día que cumplían la mayoría de edad, y no tuvieran idea de tal cosa hasta ese momento. Esa normalización fue sin duda una de las virtudes de aquella serie que tuvo cosas buenas y otras no tanto.
Pero Eduardo, que evidentemente es un personaje en sí mismo, al afrontar su primer largometraje, tras una ya larga ristra de cortos, ha optado por una temática y un estilo que, parece evidente, busca provocar al espectador, no su complicidad, sino más bien su rechazo, su repulsa. En una sociedad que adora, cuando no idolatra, la belleza de los cuerpos, un filme en el que la inmensa mayoría de los personajes tienen algún tipo de deformidad física, y los que no la tienen, sin embargo, son psíquicamente aberrantes, es difícil que consiga empatizar con el público, por muy universo rosa y lila (colores que exasperantemente se repiten en cualesquiera superficies filmadas) con el que se pinte toda la película.
La historia cuenta varias líneas argumentales que a veces se entrecruzan, otras no. Todas ellas hablan de personas con algún tipo de malformación física: la chica que tiene invertidos los orificios de boca y ano, la mujer que tiene media cara como derretida, el joven con el rostro quemado, la chica que no solo carece de ojos, sino siquiera de cuencas, el chico que quería dejar de tener piernas para ser sirena… una auténtica parada de los monstruos del siglo XXI, pero sin el talento inconmensurable del filme de igual título (en España; el original era Freaks, como sabe todo cinéfilo) de Tod Browning de 1932.
Pero, sinceramente, la película no llega a conectar nunca con el espectador, empeñado Casanova en la vieja técnica de épateur le bourgeois, algo que ya era antiguo cuando se inventó, a finales del siglo XIX, y que ahora ya resulta patético, por no decir ridículo. Si lo que quería era hablar del drama del diferente que quiere dejar de serlo, pero también del que está orgulloso de ello y quiere vivirlo de forma absolutamente libre, eligió el camino equivocado. Aquí el espectador no termina nunca de alcanzar el punto de encuentro entre lo que propone el director y lo que el público está dispuesto a aceptar. Así las cosas, Pieles se revela un ejercicio fallido, un filme innecesariamente provocador, extravagante y estrafalario, con alguna frecuencia pedante en su esnobismo, en la que solo algunas historias (el padre que descubre horrorizado el motivo de la obsesión de su hijo por las sirenas, la gorda elefantiásica y su relación con la chica carente de cuencas) tienen algún interés y llevan a algún sitio. El resto son palos de ciego (qué propio, dada una de las historias relatadas…), ganas de provocar que no van a ningún lado.
Rodada pedestremente por un cineasta que, ciertamente, tiene todavía mucho que aprender (la puesta en escena remite lamentablemente a las de las sitcoms en las que Eduardo ha echado, casi literalmente, los dientes), Pieles es un fallido intento de hacer algo distinto, pero que perece en su propia intencionalidad de diferenciarse de otros productos cinematográficos. Comercialmente suicida, me temo que ni siquiera la fuerte campaña promocional que el propio Casanova ha montado tendrá efectos significativos en taquilla.
Eduardo se ha rodeado de gente que ya conoce de la serie Aida, como Carmen Machi, pero también de otros procedentes de otros oficios, como el modelo Jon Kortajarena, con una incipiente carrera como actor. Me quedo con la valentía sin límites de Ana Polvorosa al aceptar el papel de la “mujer-con-el-culo-en-la-cara”, motivo por el que ya merece nuestro respeto hasta el final de los tiempos. También está notable Macarena Gómez, alejada del papel de rastrojera al que generalmente la confinan.
Lástima; hay gente que nos cae irremediablemente bien, como Eduardo Casanova, y entonces quisiéramos que nos gustara todo lo que hacen. No es el caso, y no hay vuelta de hoja; otra vez será, pero para eso Eduardo tiene que aprender que hacer cine no es provocar, sin más: tiene que haber otras cosas. Por ejemplo, cine…
77'