La precuela de Alien había creado mucha expectación, con toda lógica, pero me temo que no ha colmado esas expectativas. La iniciática película que hiciera Ridley Scott en 1979 se había convertido no sólo en el comienzo de una larga saga de diversos esquejes, desde su propia columna vertebral (las secuelas Aliens, Alien 3 y Alien Resurrección) hasta otras variantes, como la que le ha hecho enfrentarse con los alienígenas de otra serie en filmes como Aliens vs. Predator, o combinarse con géneros zombis, como el western, en Cowboys & Aliens. Ello por no hablar de la poderosa influencia que su fascinante diseño de producción ha ejercido en el cine de ciencia ficción y terror desde el mismo día de su estreno.
Pero el problema es el de casi siempre: Stephen Frears dice que él, sin un buen guión, es que ni cruza la calle. Quiere esto decir que en este caso parece que lo importante era hacer la precuela de Alien, pero no hacerla con sustancia, con un cañamazo guionístico que soportara el hecho de ser nada menos que el origen de una de las sagas más exitosas e influyentes del cine moderno. Pero los guionistas no han estado a la altura: uno por inexperto, Jon Spaihts, y el otro, Damon Dindeloff, porque aunque es uno de los creadores de la serie televisiva de culto Perdidos, también es el coguionista de la nefasta Cowboys & Aliens, antes mentada.
Así las cosas, la que debería ser fascinante historia del comienzo de todo en la saga, se convierte pronto en una sucesión de comportamientos incoherentes, con personajes que lo mismo tienen más miedo que una niñita como que les da un arrebato de temeridad, por no decir de idiotez, y coquetean descaradamente con la muerte, como ocurre con el geólogo y el biólogo, dos carajotes que huyen que se las pelan cuando no hay peligro alguno (pero, eso sí, les convenía a los guionistas, aunque no a la congruencia de la historia), pero después les sale un ofidio con pinta como de serpiente de cascabel, o peor, y la tratan suicidamente como si fuera un caniche… Por no hablar de la inconsecuencia de algunos de esos personajes, como el del mentado geólogo, que más que un científico parece (y se comporta como) un marginal, un bronquista de taberna, no precisamente la persona a la que se enviaría a un proyecto tan trascendental como se supone que es éste: ahí es nada, encontrar a nuestros creadores, suponiendo que éstos sean unos extraterrestres que aparecen sospechosamente repetidos en documentos conservados de varias civilizaciones prehistóricas, en áreas tan lejanas entre sí que despejan sin remisión la posibilidad de contacto entre ellas.
Por supuesto que el estilo es exquisito: es Ridley Scott quien está a los mandos, uno de los más finos estilistas del cine de Hollywood hodierno. Los efectos especiales quitan el aliento, y en general el diseño de producción está a la fantástica altura del gran proyecto que, muy atinadamente, se ha preparado. Pero, ¡ay!, resulta que no han cuidado lo fundamental en cualquier película (aunque la moda de los “modelnos” de ahora sea el cine anarrativo), una historia consistente sobre la que montar toda la panoplia de medios y recursos utilizados.
Lástima, porque prometía Prometheus (no me he podido resistir, lo siento…). Entre los intérpretes llama la atención el salto cualitativo de Noomi Rapace, que ha pasado de coprotagonista de la serie escandinava Millennium al papel de alguna forma heredero del personaje de Ripley que en Alien interpretaba Sigourney Weaver, en el rol por el que ya tiene un lugar en la Historia del Cine. Sin embargo, Charlize Theron, con su Oscar y todo, se tiene que conformar con un personaje secundario y no precisamente brillante. Con todo, me quedo con el interpretado por Michael Fassbender, uno de los grandes actores de su generación, aquí un androide de taimadas intenciones, de alguna forma emparentado con aquel HAL 9000 de 2001. Una Odisea del Espacio: y es que, aunque en las máquinas no haya ADN en sentido biológico, parece evidente que la mala leche se transmite, no sé si a través de los chips de silicio o de la fibra óptica...
123'