Santi Amodeo se estrenó en la dirección de largometrajes, en comandita con Alberto Rodríguez (quien ha tenido después en solitario una carrera notable, con títulos como 7 vírgenes y Grupo 7: el número siete como fetiche... a ver si hace una nueva versión de Siete ocasiones o de Los siete magníficos…), con El factor Pilgrim, una comedia desprejuiciada, desvergonzada y despendolada, que sin embargo no tendría continuidad, en su caso, con sus posteriores Astronautas y Cabeza de perro, cine “demasiado” de autor (las comillas no son inocentes, claro…).
Ahora, tras esos sendos fracasos comerciales y artísticos, y tras el paréntesis alimenticio de haber grabado algún capítulo de serie televisiva (Hispania, en concreto, el serial sobre Viriato), Amodeo ha aceptado este encargo de Rodar y Rodar, la productora catalana responsable de filmes como El orfanato o Los ojos de Julia, que parece estar ampliando sus horizontes de producción del thriller de misterio a la española a la comedia de enredo estilo Resacón en Las Vegas, para entendernos.
Probablemente han entendido que Amodeo, que es un “autor” (otra vez las joías comillitas…), era el cineasta adecuado, un poco a la manera como en la factoría de Judd Apatow encargan cada película a un director ya de probado talento. Pero me temo que su trabajo en ¿Quién mató a Bambi? se ha topado con un inconveniente importante: aunque la acción está ubicada en Sevilla (si bien es verdad que la ciudad, salvo para sus habitantes, resulta inidentificable como tal), lo cierto es que parece más bien rodada en Marte. Porque el guión es, ciertamente, marciano, una sarta de majaderías enjaretadas una tras otra, con escasa ilación y jugando con las carambolas con un descaro digno de mejor causa.
Aquí todo está al albur de los guionistas (los tres del guión original y el propio Amodeo, que se entiende debió intentar dar forma a los disparates de Dalton, Kristoff y Lozano, libretistas primigenios), de tal forma que tenemos rehenes erróneos, abogados pirados, empresarios sádicos (bueno, esto no es tan disparatado…), novios rondando el braguetazo, varios cuerpos en maleteros, secuestradores con un tornillo flojo y otros con más miedo que siete viejas, fiestas pijas que terminan como el rosario de la aurora por culpa de un tripi a base de nata con peyote… una estrafalaria fauna que a lo mejor se encuentra cuando por fin amarticemos (éste parece ser el verbo correcto para aterrizar en el planeta rojo) en Marte: allí, desde luego, será más probable que existan que en Sevilla, que en España.
Por supuesto que este tipo de comedias no se reputa realista, ni tiene por qué serlo. Pero de ahí a que sea la incoherencia, las mamarrachadas, las insensateces, las que campen por sus respetos y se adueñen del filme, hay una distancia como (de nuevo) de Sevilla a Marte…
Y lo curioso del caso es que, con independencia de ese caos guionístico, la realización de Amodeo es notable: moderna (esos whatsapp transcritos en la propia imagen del plano), con un tremendo ritmo que no decae un momento, con un manejo pleno de todos los recursos cinematográficos que proceden en cada momento… un ejercicio de estilo que hubiera merecido una mejor historia que contar. Como se decía en El Cantar del Mío Cid, “Dios, que buen vassallo, si oviesse buen señore…”. Ésa es la razón, y no otra, de que este filme haya sido calificado en CRITICALIA con dos estrellas.
Un final en el que el guión se hace la picha un lío (ustedes perdonen la vulgaridad, que sin embargo viene tan a cuento), como no podía ser de otra forma (cuando se lían las cosas tanto, al final es muy complicado dar una resolución aceptable a tanto embrollo), certifica que ¿Quién mató a Bambi? es una película fallida, con una realización solvente, una historia lunática y un propósito (llenarse la faltriquera, o la cuenta corriente) que, a lo que se ve por las recaudaciones, no se va a cumplir.
Entre los intérpretes, Quim Gutiérrez evidencia que le van más las comedias sosegadas: en las de enredo sobreactúa de forma lamentable. Ernesto Alterio vuelve a repetir el papel de descerebrado con tendencias violentas, personaje que ya debería ir pensando en jubilar, y las chicas ponen el palmito y poco más. En todo caso nos quedamos con el estupendo Joaquín Núñez, que se las apaña para insuflar cierta carne a su excéntrico rol de picapleitos con tendencia a darle a los psicotrópicos y a cuyo peluquero convendría enviar a chirona, a ver si no comete más crímenes capilares…
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