C I N E E N P L A T A F O R M A S
ESTRENO EN FILMIN
A veces el crítico tiene que hacer un ejercicio de autocrítica; nos explicamos: viendo el tráiler de esta Radical, uno se hizo la idea de que estábamos ante lo que podría titularse algo así como “El club de los cuates muertos”, una versión en mexicano, con mucho ¡hijo de la chingada! y ¡ándale!, de aquel film de Peter Weir, El club de los poetas muertos (1989), que se convirtió en un fenómeno social en su estreno, hace ya más de treinta años, con su profesor de ideas innovadoras y rompedoras que hacían crujir las rígidas estructuras de la clasista y elitista escuela norteamericana de mediados del siglo XX.
Pero, como errare humanum est, al ver esta Radical nos hemos encontrado con que, aunque algo, o mucho, hay de esa peli de culto de nuestros años mozos, hay otras cosas que la hacen diferente, que le otorgan su propia personalidad, una independencia que la convierte en algo distinto. A ello no es ajena, sin duda, la propia idiosincrasia del país en el que transcurren los hechos, el irredento México, el país hermano donde, al año, los homicidios dolosos (vale decir asesinatos) alcanzan la cifra de 12 personas por cada 100.000 habitantes; para que nos hagamos una idea, en España son 0,68 personas por cada 100.000 habitantes: en México hay, pues, porcentualmente casi 18 veces más asesinatos que en España. Vaya esto para entender en qué términos se desarrolla la historia que se nos cuenta, que además está basada en una real ocurrida en México en 2011.
La historia se basa en el artículo titulado A radical way of unleashing a generation of geniuses (“Una forma radical de dar rienda suelta a una generación de genios”), publicado en la revista Wired por el escritor y productor norteamericano Joshua Davis. La acción se desarrolla, como decimos, en 2011, en la económicamente deprimida localidad de Matamoros, muy cerca de la frontera con Estados Unidos, concretamente colindante con el estado de Texas. A solo 4 kilómetros está la base de cohetes propiedad de las empresas de Elon Musk, desde donde se lanzan al espacio los cohetes SpaceX. En ese contexto, en Matamoros, conocemos la escuela primaria del lugar, llamada José Urbina López, donde comienza un nuevo curso; el profesorado, incluido el director, Chucho (no sé cómo se puede tener un mínimo de autoridad llamándose así, pero bueno...), es un profesorado apático, que funciona por mera inercia; los alumnos tampoco es que estén demasiado entusiasmados: en la zona los poderosos narcos, como en muchos territorios mexicanos, dicta su ley, una ley de terror en la que los que quieren tener una vida normal, legal, lo tienen difícil. En ese contexto, para cubrir una baja en el profesorado se ha fichado a Sergio Juárez, un docente que desde el primer día llama la atención por sus muy peculiares métodos de trabajo, que primero desconciertan a los alumnos y no digamos a sus pares los profesores, que ven como aquel tipo hace cosas que no parecen tener mucha relación con su tarea, que para ellos no es otra que la de sestear año tras año y no procurar llamar mucho la atención. Entre los alumnos, todos en torno a los 12 años, hay gente de muy humilde condición, como Paloma, que vive con su padre, literalmente, en el basurero de la localidad, o como Nico (que está secretamente enamorado de la chica), cuyo hermano mayor está metido en el narcotráfico y lo está introduciendo a él también, en la creencia de que es lo que el muchacho quiere (y hasta entonces no le había faltado razón). Pero los métodos del profesor, que incitan a la curiosidad intelectual, a pensar por sí mismos, a intentar resolver problemas de forma práctica, consiguen el entusiasmo de la clase, al tiempo que también el resquemor y las reticencias del claustro de profesores...
Estamos entonces ante una película que, ciertamente, se podría encuadrar en eso que ahora se llama cine “feel good”, cine para sentirse bien, aunque es cierto que para llegar a ello habrá que pagar el (seguramente inevitable) peaje de sangre, y más en un país en el que, como México, se tira de gatillo con una facilidad pasmosa. Pero el mensaje es prístino y aparentemente esperanzador: se puede, incluso en las peores circunstancias como ésta (depresión económica, tremenda presencia del narco que lo impregna todo; desmotivación absoluta del profesorado), se puede, repetimos, conseguir que los diamantes por pulir, como la referida Paloma que resultó ser una auténtica genio, tengan un porvenir más allá de rebuscar en la basura pequeños tesoros despreciados por la clase dominante, o de servir de correo del ignominioso tráfico de droga. Se puede, y esta es una historia real, aunque nos tememos que estar al albur de un profesor que busque que sus alumnos se motiven es como jugar a la lotería, una pura entelequia...
Desde el punto de vista cinematográfico Radical gusta por su planteamiento humanista, por supuesto, con ese profesor que tuvo una crisis nerviosa ante sus alumnos en su anterior destino y eso le hizo replantearse cómo enfrentarse al hecho de transmitir conocimientos sin incurrir en el aburrimiento de los que deberían dar saltos de alegría por tener acceso a una formación que en muchos otros sitios es solo un sueño para millones de niños. Esa forma de estimular la curiosidad intelectual de los críos, con enigmas como el de por qué flota un barco, que será el “leit motiv” que conseguirá, piano piano, que los chicos se vayan involucrando en su resolución, que vayan descubriendo por sus propios medios la prodigiosa maravilla de la ciencia, será la manera en la que este hombre con tantas dudas existenciales, pero también con la certeza de que con las mismas pamemas de siempre los niños estarán abocados a repetir las mismas vidas arrasadas de sus padres, conseguirá lo más parecido a un entusiasmo juvenil que, por supuesto, es el más fresco, el más puro de los entusiasmos del ser humano.
Se habla entonces de formación, una formación basada en enseñar a pensar por sí mismos como motor del ascensor social. Estamos entonces ante un inspirador relato, aunque tenemos serias dudas sobre si este será el ejemplo a seguir por la esclerotizada maquinaria docente mexicana (igual que ocurre con la española, por supuesto), y no se mantendrá la inercia suicida que se prolonga desde hace décadas en la educación pública. Porque, recordémoslo, que el ciudadano piense por sí mismo no le interesa nunca al Poder, sea este de derechas o de izquierdas, de centro o de los extremos; al Poder lo único que le interesa es perpetuarse como tal, y para eso lo único que le vale son los ciudadanos/borregos. Otra cosa sería subversiva...
Christopher Zalla, nacido en Kenia, vive habitualmente en Estados Unidos. Estaba en Nueva York cuando el atentado de las Torres Gemelas y fue uno de los muchos ciudadanos que buscaron frenéticamente cuerpos enterrados entre los escombros. Aquella tragedia le inspiró su primer largometraje para el cine, Padre Nuestro (2007), que consiguió el Gran Premio del Jurado en el prestigioso festival de Sundance, a pesar de lo cual su carrera posteriormente se vio forzada a discurrir por terrenos puramente profesionales, no precisamente artísticos, como realizador de episodios de sucesivas temporadas de la franquicia televisiva Ley y orden. Ahora reaparece con este proyecto, evidentemente muy personal, en el que se ha implicado absolutamente, una película sobre la posibilidad, contra toda esperanza, de que algunos de esos genios, o simplemente buenos cerebros que pululan por el mundo y no tienen oportunidad de descollar, lo hagan, aunque sea por un cúmulo de casualidades a cuyo lado la alineación de los planetas del Sistema Solar es coser y cantar.
Así que sí, “feel good”, pero en el fondo también “feel sad”, hay que sentirse triste, porque esta iniciativa que tuvo Sergio Juárez hace 13 años (un rótulo final nos indica que este profesor sigue actualmente en el mismo centro de primaria de Matamoros) fue flor de un día, sirvió, eso sí, para que la jovencísima Paloma, una genio en matemáticas, que se crió en un basurero y cuyo previsible porvenir era seguir viviendo allí hasta su muerte, esté ahora cursando la carrera de Derecho.
Zalla hace gala de una puesta en escena correcta, en general poco personal, salvo en la escena probablemente más importante, desde luego la más intensa, que incluye una tremenda balacera, dada muy inteligentemente por el director recurriendo al fuera de campo, con la cámara sobre el rostro del maestro Sergio, al que seguiremos en su carrera hacia el lugar de los hechos, en contra de todos los que huyen, para llegar donde todo se ha consumado, en un admirable plano final de esa secuencia que no tendría nada que envidiar al prodigioso cine elíptico de Bresson.
Eugenio Derbez, actor mexicano generalmente adscrito a la comedia, y no precisamente a la comedia de buen nivel, se redime aquí en un personaje al que él sabe dotar de humanidad, de dudas, un rol entrañable, un hombre que quería que sus alumnos “quisieran” aprender, no “tuvieran” que aprender por obligación. Derbez se ha implicado tanto que incluso su productora 3pas Studios es la principal productora del film. Junto a él, buen trabajo del gordo Daniel Haddad, que combina bien su inicial reticencia hacia los métodos disparatados del nuevo maestro, para luego ir acercándose a los postulados de su nuevo subordinado, entendiendo, e incluso compartiendo, sus razones. Los pequeños Danilo Guardiola y Mia Fernanda Solís, sin experiencia actoral previa, y la también jovencísima Jennifer Trejo, que solo se había puesto antes una vez delante de una cámara, están excelentes, resultan muy creíbles y naturales en sus papeles de niños olvidados a los que, ¡oh, capitán, mi capitán! (no se iba a ir de rositas El club de los poetas muertos...), un pobre tipo que venía de tener una grave crisis nerviosa les enseñaría que el mundo era más, mucho más, que un basural, que una mochila llena de droga, que un chulo que se cree el rey del mundo porque lleva una “pipa” al cinto.
(19-03-2024)
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