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El caso de Mika Kaurismäki es curioso. Es un cineasta finés que se dio a conocer en Europa con su interesante Helsinki-Nápoles, todo en una noche (1987), pero que desde entonces no ha vuelto a dirigir ningún título mayormente interesante, aunque sigue rodando y produciendo películas para cine y televisión, ya sean obras de ficción o documentales. Su hermano Aki Kaurismäki, sin embargo, algo menor en edad, ha conseguido hacerse un nombre en el cine independiente y de autor europeo, y su apellido se asocia a un determinado tipo de cine, contemplativo y con personajes pasmados, que reflexionan muy cinematográficamente sobre el ser humano y sus circunstancias; en pocas palabras, su cine tiene entidad, estilo, perfiles muy característicos, y es apreciado por minorías eruditas, intelectuales y cinéfilas.

Así que Mika es, de los dos hermanos, el que podríamos llamar el más torpe, o quizá el menos listo. Ahora, casi treinta años después de aquel fugaz éxito de Helsinki-Nápoles, nos llega una nueva película suya, en un registro muy diferente. Por de pronto es un filme de época, de los de pelucones, cancán, tutú y demás parafernalia del siglo XVII, lo que uno no se imagina en un productor y director que ha hecho un cine fundamentalmente moderno y urbano. El personaje escogido es el de la reina Cristina de Suecia, que reinó en su país durante catorce años, aunque fue soberana teórica durante otros dieciocho, hasta alcanzar la mayoría de edad y ser monarca efectiva. Esta reina de vida airada, que se carteaba con Descartes y tuvo que hacer frente a la presión de la espartana religión luterana que supuestamente profesaba (para convertirse al catolicismo en la última etapa de su vida), fue, según Kaurismäki, una mujer desdichada cuya orientación lésbica y su amor por su prima Ebba, que los poderosos de su corte no podían consentir, la llegaron a enloquecer de infelicidad hasta abdicar y dejar atrás su país, su gente, su tierra.

No deja de ser curioso que la versión que Kaurismäki da de la vida de la monarca sueca sea tan distinta de la que el cine dio a través de Hollywood en La reina Cristina de Suecia (1933), la gran película de Rouben Mamoulian, con Greta Garbo en el papel de la soberana, en la que precisamente lo que se planteaba era un romance que mantenía la reina con un militar español (al parecer, Antonio Pimentel, embajador en la corte de Estocolmo), en una escena que jugaba deliciosamente con el travestismo de la monarca, vestida como un hombre y que deberá compartir habitación con el hispano. Como se ve, el cine no necesariamente tiene que ver con la realidad; a veces incluso se prefiere, porque desde luego el filme de Mamoulian es muy superior a este de Mika, que de todas formas no carece de interés.

Porque Reina Cristina (el original es mucho más ambiguo: The girl king sería algo así como El rey chica, o El rey muchacha, ciertamente turbador…) es un apañado biopic, que ciertamente no resulta especialmente relevante en nada, aunque sí es cierto que tiene su interés en cuanto describe a la monarca como una mujer adelantada a su tiempo, una mujer a la que sus deberes para con su país le impidieron vivir su vida plenamente con la joven a la que amaba, y cuyo deseo de cambiar las cosas se quedó en agua de borrajas, como suele ocurrir con los revolucionarios que no pudieron llevar a cabo sus sueños por la oposición cerrada de los poderes fácticos de siempre.

La reina Cristina tenía entre sus frases preferidas una que le dedicó René Descartes: para alcanzar la verdad en la vida debemos desechar todas las ideas que nos enseñaron y reconstruir todo el sistema de nuestro conocimiento. Cristina lo intentó llevar a la práctica, pero ello le costó perder amor, país, religión, amigos.

Obra que no se puede decir sea eminente en estilo (esos zafios planos paralelos de la reina adulta triscando por las escaleras mientras recuerda ese mismo trote, años atrás, en brazos de su padre, qué cosa más cutre…), tiene su mejor baza en el retrato de una mujer que se atrevió a ser diferente a sus coetáneas, que osó intentar vivir al margen de como se supone debía hacerlo.

Buen trabajo de la protagonista, la por aquí poco conocida Malin Buska, y un reparto cuajado de reconocidos intérpretes del cine europeo, desde el sueco Michael Nyqvist, recordable por la trilogía de Millennium, a Patrick Bauchau, imprescindible en el cine “indie” del Viejo Continente desde hace tres décadas, o de Hippolyte Girardot (sin relación de parentesco con la gran Annie Girardot), que hace tiempo se ganó los galones a las órdenes de gente como Godard, Corneau, Berri, Leconte, Assayas y, sobre todo, en los últimos filmes de Resnais.


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96'

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Reina Cristina - by , May 21, 2016
2 / 5 stars
Desechar todas las ideas que nos enseñaron