Darren Aronofsky se dio a conocer hace un par de años con una rarísima película, Pi. Fe en el caos (1998), hecha literalmente con tres perras gordas, pero con una inventiva y, sobre todo, una capacidad de hipnosis y de creatividad visual ciertamente admirables. Ese afortunado debú le ha facilitado rodar con muchos más medios este Réquiem por un sueño, un filme más dentro de los esquemas comerciales de Hollywood, a pesar de lo cual exuda vitriolo por los cuatro costados.
Drama sobre la pesadilla de las drogas (de todas, desde la coca a las anfetas para adelgazar, pasando por la televisión idiotizante), la película de Aronofsky es lo más parecido a esos sueños espantosos en los que nos vemos acosados por alguien amenazador y, por más que lo intentamos, pronto descubrimos que nos tiene cerradas todas las salidas.
La anciana que se pirra por los concursos televisivos de baba caída y pronto se precipita en la adicción al pastilleo para adelgazar, el hijo parado que se engancha al perico, al caballo y a cualquier cosa que lo mantenga en una nube, pero que atisba una salida en convertirse a su vez en camello al por menor, darán pronto con sus huesos en la dura realidad: no hay futuro en los psicotrópicos. La mujer insistirá porque necesita una razón para vivir (prodigiosa Ellen Burstyn en la escena donde se lo cuenta a su hijo), aunque sea a costa de enloquecer; el chico, porque necesita creer que también para él y su novia hay un lugar bajo el sol.
La última media hora es demoledora, adentrado ya Aronofsky en la espiral de desolación, degradación, humillación que, de una forma u otra, asuela a todos los personajes principales. Sólo un pero que poner a este inquietante, tremendo drama: estilísticamente parece que a Aronofsky se le han subido a la cabeza los muchos dólares de que ha dispuesto esta vez, y, aunque consigue efectos notables, la reiteración de planos y trucos termina cansando y haciendo desviar la atención del espectador, cuando la pura fuerza de las imágenes y de la historia hubiera hecho innecesaria esa machaconería. En cualquier caso, es un óbice menor, porque el conjunto resulta muy interesante, aunque su efecto en nosotros sea semejante a un puñetazo en pleno plexo solar.
(22-01-2002)
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