CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Apple TV, Prime Video y Google Play Movies.
Vaya por delante que hasta el momento de escribir los títulos de esta crítica he estado dudando si calificarla con dos o con tres estrellas, y ya han visto que ha ganado el trío. Pero la verdad es que más que por la propia cinta, ha sido por el reconocimiento a la obra global de su director, George Cukor, que hizo con ella su último trabajo de una larguísima carrera de cincuenta años, de 1931 a 1981, y con sesenta largometrajes nada menos en su haber, falleciendo sólo dos años después, justo a los 83 de edad. Una carrera en la que tocó (como tantos otros grandes de Hollywood) un sinfín de géneros e historias, siempre con altura y profesionalidad.
Nacido en Manhattan justo en el último año del siglo XIX, George Dewey Cukor era hijo de inmigrantes húngaros, judíos, y como tanto otros llegó a las pantallas a través del teatro, y en pequeños papeles. Y en la historia del cine se le ha reconocido siempre como un inmejorable director de actrices, de las que se decía que sacaba siempre sus mejores trabajos y prestaciones interpretativas. Repasemos (y no están todas) algunos nombres de estas afortunadas, de las que algunas de ellas se repitieron en más de un título: Jean Harlow, Greta Garbo, Katharine Hepburn, Joan Crawford, Ingrid Bergman, Judy Holliday, Ava Gardner, Judy Garland, Myrna Loy, Marilyn Monroe, Deborah Kerr, Jean Simmons, Anna Magnani, Sophia Loren, Jane Fonda, Maggie Smith, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor... y mejor no seguir para no copar del todo el espacio de este comentario.
En una web cinéfila sudamericana se le llama a Cukor "el fabricante de diosas", y sin llegar a exageraciones casi teológicas, habría que preguntarse mejor el por qué esa facilidad. Algunos dan una coherente solución: el hecho de ser George Cukor un declarado homosexual les hacía sentirse -a las actrices- protegidas, a salvo en su plató, de él mismo y del equipo, porque el Me Too o mister Harvey Weinstein no son inventos de ahora, sino que siempre en Hollywood ha habido un ambiente turbio que llevó a las ligas puritanas de EE.UU. a calificarlo de "vicioso". Por hache o por be, el caso es que hizo maravillas con estas mujeres, y pocas veces han estado mejor que en los films de este realizador.
En este su último film Cukor hace un remake de Vieja amistad, una cinta de 1943 que se basaba en una exitosa obra de teatro, y que dirigía Vincent Sherman, con Bette Davis y Miriam Hopkins en las dos protagonistas. Y ahora, cuando llega a Ricas y famosas es un hombre de ochenta años, obviamente cansado de una carrera que no le ha dado tregua. Su cinta es la historia de dos amigas a lo largo de casi toda su vida, desde colegialas a cuando ya están de vuelta de todo. Ellas son Liz (la británica Jacqueline Bisset) y Merry (la californiana, de L.A., Candice Bergen), y su amistad es complicada e intermitente, y encima Merry se casa con el antiguo novio de Liz. Cuando este matrimonio fracasa el divorciado vuelve a su primer amor, y Doug (David Selby) termina por convertirse en un comodín para ambas. Por caminos distintos las dos amigas acaban siendo escritoras, pero mientras Liz es más hogareña y constante (pero también más promiscua), a Merry le encanta el lujo y el postureo, y su simple vestuario y forma de vida las delata. Una vive en un hogar asequible y la otra frecuenta famosos hoteles neoyorquinos como el Algonquin o el Waldorf Astoria.
Con muchas escenas de cama (sin pasarse nunca), parece como si el veterano Cukor quisiera modernizarse al tiempo y al tono de los años ochenta y busca definir con precisión el carácter de sus heroínas. Una y otra ven pasar los años, sin sentirse cómodas, siempre con un regusto amargo y con continuos vaivenes, en sus trabajos, en sus emociones, en su misma relación de amistad. Las peleas y el distanciamiento no dan tregua y llegan a hacerse reiterativas. Finalmente (y tópicamente), ante una chimenea las dos se juran cariño eterno, pero el escarmentado espectador no se fía y parece esperar otra pelea en la siguiente secuencia.
La excelente música de Georges Delerue, la luminosa fotografía, el debut de una juvenil y encantadora Meg Ryan (como la hija de Merry), y por supuesto el gran trabajo de las dos actrices protagonistas, que parecen confirmar hasta en su último trabajo el efecto mágico de Cukor con las estrellas de la pantalla, terminan por dejar una sensación positiva en el film, a pesar de que un metraje más liviano le habría ayudado. Quizás el fallo sea más por un guión mal dosificado que por el trabajo del maestro George.
Por eso, y como colofón, nos vamos a remontar a un universo ahora literario, en pleno siglo XVIII, con el dramaturgo y fabulista Tomás de Iriarte, en su fábula La ardilla y el caballo, cuando el alazán a la vista de la ardilla, le hace una reflexión que muy bien podría aplicarse a esos vaivenes que hemos comentado de las protagonistas del film, y le dice: "Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga, que me digas, ¿son de alguna utilidad?"... Pues eso.
117'