Definitivamente, parece que Fernando Colomo ha perdido los libros. Años ha que no hace una buena película; quizá la última fuera Al sur de Granada, y curiosamente no era una comedia, género que le dio fama allá en los años setenta a partir de su seminal Tigres de papel. Pero, con el tiempo, el propio Colomo se ha convertido en un tigre de papel, más bien un gatito, adocenado en productos irrelevantes y carentes de la chispa necesaria. Porque lo peor que le puede pasar a una comedia es que aburra y que le cueste la propia vida arrancar una sonrisa al espectador. Además, para más inri, esta Rivales suena a oportunismo que tira de espaldas, rodada con toda la intención de estrenarla justo en los días en los que el fútbol estaba en todas las conversaciones, Eurocopa mediante.
Colomo y sus guionistas (el siempre eficiente, aunque cada vez menos original, Joaquín Oristrell, e Inés París, habitual codirectora con Daniela Féjerman) optan por un tratamiento que busca hozar en el eterno enfrentamiento futbolístico (que no es sólo futbolístico, como sabemos…) entre Real Madrid y F.C. Barcelona, a su vez un trasunto de dos comunidades antagónicas y antagonistas, y lo plantea a nivel de dos equipos infantiles y sus padres, que se encontrarán en Sevilla para dirimir la copa de turno. Con ese planteamiento, los chistes de catalanes, o culés, y madrileños, o merengues, son toda la salsa que se podía esperar, aparte de algunos aderezos como ciertos choques generacionales con los laxos padres de hoy día y sus recelosos hijos adolescentes, algún “affaire” amoroso gay, que no puede faltar, e incluso una de intercambio de parejas en la que todos piensan que el otro es el despendolado…
El colmo de la originalidad, sí, en una comedia en la que lo mejor es, como casi siempre en el cine español, los actores, desde un Ernesto Alterio tan buen comediante como trágico cuando se precisa, a una Rosa María Sardà impagable en su papel de mujer dispuesta a no transigir por nada del mundo (salvo que sea para “salvar” a su nieto de las garras de la arpía de turno, claro…), pasando por un Santi Millán insospechadamente serio y una María Pujalte que tiene la rara habilidad de hacer cualquier papel, y de hacerlo bien, incluso cuando le toca un personaje de recelosa que cambia de opinión cual veleta, como es el caso. En fin, que el cine español sigue hollando los mismos caminos de siempre, pasando sin solución de continuidad de la comedia archiconocida al experimento incomestible, sin terceras vías… Pues qué bien, qué porvenir…
110'