Tinto Brass fue un director italiano que tuvo como maestros en el cine a gente tan buena como Federico Fellini y Roberto Rossellini; pero lo cierto es que cuando empezó a dirigir, Brass no encontró su propia voz hasta que, a mediados de los años setenta, tras la liberalización que, en el terreno sexual, supuso la irrupción de películas como Emmanuelle, se generalizó ese tipo de productos osados.
En ese contexto, Brass, hasta entonces un oscuro director italiano de carrera difusa, consiguió gran notoriedad con este Salón Kitty, que hozaba sin reparo en la temática del erotismo nazi, tan influido por el sadomasoquismo, y que pusiera de moda una década antes la espléndida La caída de los dioses (1969), del gran Luchino Visconti (1969), y que había vuelto a poner en el candelero unos años antes Liliana Cavani con su estimulante El portero de noche (1974); de hecho, Salón Kitty presentaba un diseño artístico, un look evidentemente muy influido por el film viscontiano.
Pero el film de Brass dista mucho de ser interesante, quedando en una vistosa pero hueca exhibición de epidermis y revolcones varios, todo ello bajo la ominosa presencia de la esvástica. Ese erotismo fino (a veces adobado con brochazos “hardcore”) será su tarjeta de presentación para sus siguientes películas, como la famosa pero tan tramposa Calígula (1979), y las algo más entonadas La llave secreta (1983) y Miranda (1985), para después, a partir de la pérdida de papeles de Los burdeles de Paprika (1991), desaparecer del mapa del cine comercial y dedicarse a hacer subproductos eróticos de poca monta.
Contó Salón Kitty con un atractivo reparto, obviamente desaprovechado: los viscontianos Helmut Berger e Ingrid Thulin, que aparecen por si no estaba clara la referencia a La caída de los dioses, pero también Teresa Ann Savoy y Tina Aumont.
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