Estreno en Filmin.
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En La Anábasis, también conocida, entre otros títulos, como La marcha de los Diez Mil, el historiador Jenofonte relató la aventura que él mismo corrió hacia el siglo V a.C., junto a los mercenarios griegos reclutados por Ciro el Joven, aspirante al trono de Persia, cuando, muerto el postulante, tuvieron que volver por territorio enemigo hasta su Grecia natal. El cine se ha inspirado en esta mítica peripecia para hacer algunas películas de cierto interés, como The Warriors. Los amos de la noche (1979), una de las últimas buenas pelis de Walter Hill, que trasplantaba la odisea de Jenofonte al paisaje bastante más prosaico de los barrios bajos de Nueva York.
En general se suele recordar esa aventura jenofontiana cuando una historia incluye a un grupo de personas en territorio hostil, del que han de intentar salir indemnes. Esa sería la situación, en líneas generales, de esta notable Shorta (en árabe, “policía”, como aclara la película en un rótulo inicial), a la que en España, quizá para que algún despistado crea que es un film de acción al uso, le han añadido en el título lo de El peso de la ley.
Copenhague, en nuestros días. Un danés de origen africano está en coma en un hospital tras ser detenido por conducción temeraria. En ese contexto, los miembros de la Policía salen a patrullar como todos los días, si bien sus jefes les advierten de que, salvo necesidad perentoria, no entren en el barrio de Svalegarden (nombre ficticio), poblado en su mayoría por inmigrantes, donde se prevén disturbios si el afrodanés, finalmente, muere. El jefe de Policía empareja para patrullar a Jens, uno de los testigos de lo ocurrido con el chico en coma, y a Mike, conocido por su visceralidad y tendencia al exceso policial. Mike, un tipo arrogante y pendenciero, con pésimo concepto de los inmigrantes, pronto empieza a hacer de las suyas y veja en la calle a Amos, un adolescente afrodanés, sin motivo alguno. Pero a partir de ahí empiezan los problemas...
Shorta es el primer largometraje de ficción que realizan los directores, Frederik Louis Hviid y Anders Olholm, cuya trayectoria hasta ahora se había limitado a algunos cortos y una serie de televisión, el primero de ellos, y solo un corto, el segundo. Nadie lo diría, porque lo cierto es que la película funciona perfectamente como lo que es, un thriller de acción que se aleja de los habituales tópicos del género y evidencia un claro tono social. Así, se nos presenta a uno de los policías, el energúmeno Mike, como uno de esos tipos que, aunque vistiendo el uniforme que debería infundirnos tranquilidad, justamente procura lo contrario, sobre todo si eres de raza negra o de etnia árabe. A partir de ahí, y fundamentalmente por la vesania de este individuo, la situación de los policías se complicará progresivamente, al tener que salir como buenamente se pueda del gueto inmigrante, convertido en territorio enemigo, llevando además consigo a un chico arrestado.
Los directores consiguen un notable producto de acción, con escenas percutantes en las que se generan grandes dosis de adrenalina, pero no son escenas vacías, no están ahí simplemente para goce y disfrute del público generalmente elemental que gusta de este tipo de cine: hay una carga de profundidad evidente en esta historia que desarma el mito urbano ultraderechista de la maldad intrínseca de los inmigrantes, y no digamos de los menores (esos MENAS de ominoso acrónimo en España), y además propicia un acercamiento muy interesante a la figura del poli facha, cuya evolución a lo largo de esa Anábasis, de esa marcha por territorio enemigo, vendrá pespunteada por diversos jalones que irán haciéndole modificar, gradualmente, su posición; paralelamente, el otro policía, el supuestamente recto, también veremos que flaquea cuando lo que esté en juego sea su propio futuro.
Película que busca entonces antes los grises que los blancos y negros, que articula su mensaje dentro de un aparatoso aunque ciertamente vistoso ropaje de film de acción al mismo nivel que podría hacerlo el cine norteamericano, no desdeña sin embargo algunos detalles que revelan que sus directores pueden ser novatos, pero desde luego no carecen de ideas originales. Así, llama la atención, por ejemplo, la brutal pelea entre los policías en unos servicios públicos en el gueto de inmigrantes, dada por los realizadores desde la posición del adolescente arrestado, quien ha sido previamente empujado dentro de uno de los cubículos. Desde allí veremos, a la par que el chico Amos, la paliza que ambos “maderos” se propinan mutuamente, a veces a través de los espejos de los lavabos, mientras que en otras solo escuchamos los esforzados mamporros y jadeos de ambos mientras se destrozan muy gentilmente.
Notable película esta Shorta, que confirma que se puede hacer cine de género, y de un género habitualmente tan corto de ideas sociales como el thriller de acción, pero con un nítido y comprometido mensaje social, hábilmente imbricado en la historia narrada, sin que chirríe en ningún momento la unión de ambos tonos temáticos.
Buen trabajo del dúo protagonista, un Jacob Lohmann tan odioso en su personaje inicial como irredento poli facha como fascinante en su matizada evolución, mientras que en el llamémosle poli bueno, Simon Sears, apreciamos su laconismo y su presencia hierática, la que corresponde a quien no está dispuesto a entrar en la corrupción policial de salvar el culo de sus colegas que han asesinado a un infeliz con sus métodos reprobables (ay, el fantasma de George Floyd y su famoso “no puedo respirar”, aquí literalmente puesto en boca del detenido que terminó en la UCI), pero al que el devenir de los acontecimientos harán entrar en pánico. Bien también el tercer protagonista, el chico danés de origen africano Tarek Zayat.
(11-06-2021)
108'