Jacques Rouffio fue durante muchos años ayudante de dirección de directores de renombre del cine francés de los años cincuenta, como Jacques Delannoy y Henri Verneuil; también lo fue para el más grande de todos ellos, Georges Franju. A principios de los sesenta Rouffio empezó también a escribir guiones y, como paso natural, a partir de 1967 también comenzó a dirigir. Sin embargo, su carrera como tal no se puede decir que sea especialmente brillante, ni tampoco dilatada: entre películas, series de televisión y TV-movies, Rouffio solo tiene 14 títulos en su haber como director, en cuarenta años de ejercicio de esa disciplina. La visión de esta en principio curiosa Siete muertes por prescripción facultativa quizá arroja alguna luz sobre ello.
La acción se desarrolla en los años setenta, en una ciudad de provincias de Francia. El anciano doctor Brézé dirige una clínica privada junto a sus cuatro hijos, pero la cuenta de resultados no cuadra, y entonces intentará por todos los medios que el prestigioso cirujano doctor Pierre Losseray fiche por su equipo, a lo que este se niega, al conocer de sobras la voracidad comercial de la empresa de Brézé. En ese acoso continuo, Losseray se enterará de que otro prestigioso colega suyo, el doctor Berg, también fue objeto anteriormente del mismo acoso, con unas consecuencias tremendamente trágicas...
El problema de Siete muertes por prescripción facultativa, y que probablemente justifique la escasa filmografía de Rouffio, es que denota un notable acartonamiento: la historia, dispersa y confusa, está contada a borbotones, con una artificiosidad notable, con un envaramiento en la puesta en escena que resulta teatralizante, sin pretenderlo. Los actores, tan buenos como Michel Piccoli, Gérard Depardieu o el viejo Charles Vanel, sin embargo están desasistidos, dejados de la mano de Dios, haciendo lo que pueden con sus personajes; en especial está desastroso Depardieu, al que le correspondió el peor de los roles, un tipo fatuo y pagado de sí mismo que termina como el rosario de la aurora, con febles explicaciones sobre su comportamiento, como igualmente ocurre con el lamentable final.
Basado en hechos reales, según se informa al término de la película, esta podría haber sido bastante más interesante con un guion medianamente decente, con un director que supiera lo que se traía entre manos y con una dirección de actores equilibrada y ajustada a la historia. Nada de eso hay en esta olvidable y olvidada película, que intenta denunciar los abusos de las empresas médicas que se dedican a torpedear sin escrúpulos a la competencia para mejorar sus cifras, pero que, contado así, tiene escasa repercusión, un mínimo impacto en el espectador.
Al tratarse de una coproducción hispano-franco-alemana, intervienen, con papeles de cierta relevancia, un par de actores españoles, los segurísimos Antonio Ferrandis (al año siguiente de protagonizar su primer gran éxito, Los nuevos españoles, y a un lustro de distancia del papel que le marcaría el resto de su carrera, el Chanquete de Verano azul) y José María Prada, perito en papeles televisivos, que se había hecho todos los Estudio 1 y Novela del tardofranquismo, esos espacios que, en contra del régimen en el que forzosamente estaban obligados a trabajar, expandieron grandes dosis de cultura entre el pueblo español de la época.
(29-10-2019)
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