David Ayer cobró cierto predicamento al firmar el guión de Training Day, sobrevalorado thriller sucio dirigido por Antoine Fuqua; desde entonces ha hecho algunos filmes como director, en los que no se puede decir que haya destacado precisamente. Tampoco lo hace con esta Sin tregua, irrelevante crónica con la típica pareja de policías patrullando (apatrullando, habría que decir desde Torrente…), con la más bien inane peculiaridad de que uno de los cops es un WASP (blanco, anglosajón, protestante: la clase dirigente USA, para entendernos, aunque éste sea un chiquichanca) y el otro un hispano, con su familia ya formada, siendo el mexicano más conservador y ordenado y el blanquito más cabeza loca y hueca, aunque tiene echado el ojo a una chica (también WASP: ¡hasta ahí podíamos llegar!) con la que tener rorros en un futuro.
Pues este par de pendejos, por usar el término amexicanado, se llevan todo el metraje a vueltas con cierta trama de tráfico de personas, una especie de trata de hispanos, pisando algún que otro callo de gente importante dentro del LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles) y buscándose la enemistad de tipos con los que mejor no llevarse mal. Pero lo cierto es que realmente no hay asunto, más allá de la relación de estos dos infelices, sus cuitas maritales y/o sexuales con sus respectivas mujer o novia, su amistad entre desparejos; intermitentemente asoma el tema del tráfico de parias en el que ellos, casi sin querer, se meten hasta las trancas.
Rodada echando mano, parcialmente, del found footage o supuesto metraje encontrado, que se hace pasar por cine grabado de la vida real (y del que hay auténticos ejemplos de virtuosismo recientes, desde la primera REC hasta Chronicle), lo cierto es que ese novedoso recurso cinematográfico se antoja manifiestamente prescindible, pues no aporta nada al filme, aparte de estar usado sin criterio alguno, como no sea la más pura arbitrariedad del guionista y director, que como Ramón y Cajal, son una misma persona.
El found footage, entonces, sólo sirve para darnos imágenes descoyuntadas, sobre todo en las escenas de acción, que nos hacen añorar (¡qué cosas!) la nerviosa cámara al hombro de los memos del Dogma’95, quienes, al lado de este Ayer de hoy, parecen John Ford…
En fin, un pequeño desastre: un filme sobre “buddies”, sobre amigos o colegas, otro más de lo mismo, que se ha visto decenas de veces en cine o televisión, sin aportar nada nuevo. Todo es susceptible de re-hacerse, de re-inventarse, a condición de que se haga algo nuevo aunque sea partiendo de algo viejo. En Sin tregua no hay nada nuevo, como no sea esa cámara dislocada que debe haber provocado algún que otro desprendimiento de retina. Por supuesto, la factura es correcta: el cine industrial yanqui no hace, no sabe hacer mal cine. Pero a estas alturas eso no es suficiente.
Jake Gyllenhaal, lejos ya de su notable trabajo en Brokeback Mountain, afronta su personaje con el piloto automático puesto. Michael Peña, que tampoco es que sea sir Alec Guinness, hace su trabajo y con eso nos damos por contentos. El que no se podrá dar por contento es el espectador; claro que eso, se dirán los productores, ¿le importa a alguien?
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