Que Bernardo Bertolucci, antes un maestro, hace años que perdió el norte, debía ser un axioma que no necesitara, lógicamente, demostración: ahí están sus últimos films, decrecientemente faltos de interés. Sin embargo, hay con algunos de estos popes supuestamente incontestables un temor reverencial a decir las cosas como son. Con este nuevo filme del en otro tiempo espléndido autor de obras maestras como El último tango en París o Novecento pasa algo parecido a lo del cuento del rey desnudo vestido con el supuesto traje que sólo podían ver las personas inteligentes, honestas o similar (hay varias versiones, como se sabe).
La crítica internacional y nacional se ha volcado en elogios que, vista la película, no se entienden en absoluto. Porque esta Soñadores es una de las más peores obras vistas en mucho tiempo (y mira que hay donde escoger para ese dudoso honor), una empanada mental de marca mayor, en la que no se sabe si Bertolucci pretendía recrear el ambiente revolucionario del Mayo Francés (si era eso, no lo consigue en absoluto: para alguien que no viviera aquello, después de ver la película seguirá igualmente en la inopia), provocar con jueguecitos eróticos entre sus jóvenes protagonistas (va listo: con lo curado de espanto que está el público, el falso coito entre el yanqui y la francesa, la cara embadurnada de sangre de ésta, o el falo del norteamericano con la foto de la chica pegada sólo produce una sonrisa condescendiente, cuando no lisa y llanamente vergüenza ajena), o dar otra vuelta de tuerca al enfrentamiento generacional (que es una de las constantes de Bertolucci, pero que aquí se queda en papá poeta que no se adhiere a las consignas radicales de 1968 y niños carajotes que hacen de su capa un sayo).
Así las cosas, ¿qué queda? La habitual carcasa irreprochablemente realizada por un cineasta cuyas muchas tablas, lógicamente, le hacen escribir con la cámara sin faltas de ortografía, pero que cuenta una historia que no interesa a nadie (me temo que ni siquiera a sus protagonistas...), que no dice nada nuevo y que, en definitiva, se pegará un batacazo en taquilla. Porque, aunque Bertolucci crea otra cosa, el público es sabio, y por mucho que el papanatismo de la crítica intente hacer creer que esta bosta de vaca es realmente La Monalisa, el hedor no deja lugar a dudas...
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