Tras una de las cumbres del Bond moderno, Skyfall, donde se veía la mano del exquisito Sam Mendes, incluyendo una versión libérrima de El Rey Lear, se esperaba con expectación la segunda entrega de este mismo director sobre la saga 007, y lo cierto es que, manteniendo el mismo y poderosísimo tono en cuanto a la acción, la historia decae algo, sin por ello decir que se trata de un film fallido.
Como era de esperar, estando de por medio el ilustrado Mendes, la trama tiene de nuevo connotaciones cultistas: en este caso nada menos que bíblicas, pues el nudo y desenlace se desarrolla como una suerte de nueva historia de Caín y Abel (Bond), con dos hermanos (o asimilados) que han seguido muy distinto camino, Mal y Bien de nuevo, e incluso hay una alusión a otro tema “cult”, Edipo y el recurrente asunto del asesinato del padre, un invisible Layo aquí con etnia germánica. Pero como todo ello tiene que ir inserto en una historia “digerible” para las masas, parece que la mixtura no ha funcionado demasiado bien. Eso sí, es relevante el tono de hosco resentimiento del villano, disfrazado de “charme” pero en el fondo un odio insuperable, ese odio que colinda con el amor, que tiene las mismas letras y entre los que se puede transitar, del amor al odio y viceversa, casi sin despeinarse, sentimientos, al fin y al cabo, que no son sino esos mimbres delicados, frágiles, de los que está hecha el alma humana.
Así las cosas, la mezcla de acción y cultismos, que en Skyfall funcionaba atinadamente, aquí da la impresión de ir cada uno por su lado, como si Mendes hubiera dirigido la parte exquisita y otro director, un buen profesional, hubiera manufacturado las numerosas escenas de violencia, todas ellas de una perfección ciertamente asombrosa.
No es un mal filme Spectre, como sí le pasaba a Quantum of Solace, el segundo de los Bond de la era Daniel Craig. Pero sí baja un peldaño sobre Skyfall, y ya se sabe que nos acostumbramos muy pronto a lo bueno…
A anotar el buen trabajo de una Léa Seydoux que compone una chica Bond que se sale de las habituales, menos curvas de infarto y más calidad interpretativa. Las curvas las pone una Monica Bellucci, que a sus cincuenta y pocos años resulta ser, seguramente, la “Bond girl” de mayor edad de la saga, aunque ciertamente no lo parece. Craig ha conseguido dotar a su 007 de una rocosidad (no sé si por su evidente tendencia al hieratismo facial) que conviene al mítico rol, teniendo en cuenta que cada actor que lo ha ido interpretando le ha conferido su propia personalidad: Connery la virilidad, Moore el humor, Brosnan la apostura (hablamos de los que han hecho historia, lo que no es el caso de Lazenby y Dalton, rápidamente olvidados). Mención especial, por supuesto, para un Christoph Waltz que ya nos ha regalado varios villanos memorables, como el nazi de Malditos bastardos, y que aquí resulta exquisitamente malévolo, un redomado hijo de puta con un refinado sentido del sadismo, incluso (o preferentemente) para su hermano.
(19-11-2015)
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