A mediados de los años ochenta ya estaban claras las dos formas a través de las que el cine moderno canalizaba el posible contacto con civilizaciones extraterrestres, una positiva, benefactora, de seres muy inteligentes que vienen a redimirnos de nuestras culpas (sí, ciertamente, con un tono criptocristiano: no se puede negar tal lectura en esta visión), y otra, diametralmente opuesta, de seres feroces, generalmente monstruosos (bueno, la alienígena de Species era una excepción, con las rotundas curvas de Natasha Henstridge….), en la que los marcianos o asimilados buscaban explotarnos, esclavizarnos, cuando no directamente exterminarnos. De la primera perspectiva los exponentes más claros fueron Encuentros en la tercera fase, y, sobre todo, E.T. El extraterrestre, ambas de Steven Spielberg; por supuesto, con venerables antecedentes vintage como Ultimátum a la Tierra (la versión de los años cincuenta, se entiende); de la segunda el más claro ejemplo fue, en esa época, la saga iniciada por Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott, que en años posteriores se amplió, entre otros, con filmes como Depredador, de John McTiernan, o Independence Day, de Roland Emmerich.
Starman pertenece claramente a la primera y benéfica mirada, la de los alienígenas que vienen a nuestro mundo a ayudarnos, aunque mayormente no nos dejemos y, a ser posible, nos esforcemos (algunos, los malos de la función) en cargárnoslos o, en el mejor de los casos, en capturarlos para estudiarlos, investigarlos como si fueran cobayas de laboratorio.
John Carpenter, tras Christine, decide cambiar de género y abandona momentáneamente el cine de terror para pasarse a la comedia de ciencia ficción con esta Starman; para ello utiliza los efectos especiales muy moderadamente, incluyéndolos sólo al principio y al final del filme, para ofrecernos una obra de tinte romántico y a veces espectacular, donde lo más regocijante es la visión nueva e inocente de nuestro mundo por parte de alguien semejante a nosotros, al menos en la forma. No deja de ser curioso que en este caso el polimorfismo del extraterrestre sea meridianamente contrario al que exhibía el monstruo de su anterior filme, La cosa: su capacidad para metamorfosearse no tiene connotaciones malignas sino puramente funcionales, presentar una cara amable para no ofender ni asustar a los seres humanos y conseguir su amistad, su entendimiento, su comprensión.
A partir de este filme Carpenter explorará en algunas de sus películas las posibilidades de entreverar comedia y terror, como en Golpe en la pequeña China y Memorias de un hombre invisible. Protagoniza un Jeff Bridges que se puso cachas para el papel, en el que tenía que lucir palmito; la réplica se la da una Karen Allen por aquel entonces en boga tras haber sido la pareja de Harrison Ford en la estupenda En busca del Arca perdida, uno de los grandes éxitos de la década de los ochenta, aunque después se fue adocenando en productos de medio pelo hasta hacerse habitual en TV movies de usar y tirar. Charles Martin Smith empezó como actor infantil, pero ya de adulto trabajó para la élite de Hollywood, de Peckinpah a Lucas, de Brian de Palma a Dennis Hopper, el típico actor secundario de aspecto gris que da soporte y seguridad a la estrella de turno.
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