Del cineasta húngaro Kornél Mundruczó conocemos en España un par de filmes, Johanna, un disparate en forma de ópera “new age” (por decir algo…), y Delta, un dramón con incesto y linchamiento colectivo. La primera no dejaba indiferente y a ratos hacía reír (aunque involuntariamente, es cierto); la segunda sí que dejaba muy indiferente (nos daba exactamente lo que pasara en aquella historia amorfa y sin interés) y en todo momento incitaba al bostezo.
Con su nuevo filme, Mundruczó, que también escribe el guión y tiene un papel relevante como actor, parece querer dar otra vuelta de tuerca, y ahora le toca el turno a una historia tirando a delirante, con un huérfano criado en un orfanato que llega a la casa de la madre, donde el padre (director de cine: el propio Mundruczó) realiza un casting, y ni corto ni perezoso, se carga a la chica que debía darle la réplica en la prueba.
A partir de ahí todo sigue en el mismo tono: muertes manifiestamente gratuitas, personajes que no son sino estereotipos (en el mejor de los casos; en el peor son sólo rostros o bien hieráticos o bien gritones: no hay término medio), un nudo argumental lleno de incongruencias y caprichos del guionista, y un desenlace que está a tono con el resto del filme.
Así las cosas, sólo queda agarrarse a la buena factura formal de la película, porque la verdad es que Mundruczó sabe filmar; otra cosa es que lo que se le ocurre filmar tenga algún interés para el público. Es cierto que hay que innovar, indagar, explorar nuevos caminos, pero eso no puede ser una patente de corso para tomar el pelo al sufrido espectador. Kornél Mundruczó confirma otra vez, por si no nos habíamos enterado ya, que es un cineasta pretencioso, insufrible, arrogante en su reafirmación de que es un “artista”, cuando es evidente que no lo es. En todo caso, intenta serlo, pero del dicho al hecho…
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