Esta película forma parte de la Sección Oficial del ATLÁNTIDA MALLORCA FILM FEST’2023. Disponible en Filmin por tiempo limitado.
Estamos en Francia, en un futuro indefinido pero que se antoja no demasiado lejano. La acción se inicia con un prólogo, que comienza desde negro, con un guirigay de voces infantiles en off, para, cuando aparece por fin la imagen en pantalla, ver cómo dos chicos de raza negra, quizá en torno a los 10 años, caen de espaldas desde algún punto elevado. Al estrellarse contra el suelo, uno de ellos lo hace sobre el otro, y después sabremos que eso le salvó la vida, aunque no le libró de convertirse en paralítico. La historia da un salto adelante, quizá un cuarto de siglo, y vemos a algunos del grupo de chicos del principio, ya adultos, en esa misma “banlieue”, ese mismo suburbio de cualquier innominada ciudad francesa, suburbio mayoritariamente habitado por inmigrantes africanos, de raza negra o arábiga, y/o sus descendientes. Daniel es un atleta, con pareja y niña pequeña; su mujer tiene preparado ya el viaje de los tres a Canadá, donde esperan comenzar de nuevo. Pero Daniel, que teóricamente lo acepta, tiene reticencias internas porque no quiere dejar solo a Joshua, su hermano, el chico que quedó inválido en el prólogo, y que se dedica al trapicheo de droga en el barrio, ahora dominado por una panda de adolescentes barbilampiños, que se autodenominan los Ronin. Por su parte, Christophe, otro de los niños implicados en aquel terrible accidente varias décadas atrás, acaba de salir de la cárcel, por delito de narcotráfico, donde se ha “comido el marrón” de no decir quiénes eran sus compinches. En los medios de comunicación, pero también entre la gente de a pie, el tema de esos días es la alineación de planetas que se va a producir en poco tiempo, y que algunos creen que puede influir en la vida sobre el planeta Tierra…
Estamos ante un film ciertamente curioso, que habla sobre esa alineación de planetas que se suele usar, metafóricamente, como momento especial en la Historia (es célebre, aunque también lastimosa, la recurrencia a esa figura por parte de cierta ministra, de cuyo nombre, a la cervantina manera, no quiero acordarme, cuando coincidieron en el poder Obama y Zapatero…). Aquí se toma en su sentido literal: supuestamente los planetas del Sistema Solar se alinearían, porque toca en ese momento, por supuesto, y, a la manera en la que el ser humano, tan dado a supercherías y a interpretaciones esotéricas, creyó al llegar el año 1000 que el mundo se acababa, aquí también habrá lecturas de ese tipo. Lo curioso es que el guionista y director, Cédric Ido (París, 1980), cineasta franco-burquinés, parece dar cierto pábulo a esa pamema, bien que él lo hace con una intención entre lírica y social, tampoco “ad pedem litterae”.
No deja de ser llamativo que, además de una alineación de planetas, en La gravité se propone una alineación de géneros, porque tenemos varios en danza, sin que la peli se decante claramente por ninguno de ellos. Así, tendremos el drama social que parece iniciar la historia, la desgracia de los chicos que hizo que uno muriera y el otro quedara tullido de por vida; pero también el drama comprometido que denuncia la imposibilidad de, metafóricamente, vencer a la ley de la gravedad (de ahí el título del film), verbigracia cómo los que están abajo en la escala social, como los protagonistas (no por casualidad negros), no pueden subir por esa escala porque una ley no escrita, similar a la física de la gravedad, se los impide, hacen inviable esa utopía del ascensor social. Pero es que además es un film que se puede incardinar como de ciencia ficción, con sus inventos del tebeo, como esa silla de inválido que, a voluntad de su propietario, se convierte en una especie de exoesqueleto y le permite ponerse en pie como si fuera un Transformer humano; y además es un thriller, porque hay una trama de ese corte, con Christophe (que tiene menos seso que un mosquito) intentando robar reiteradamente a los nuevos amos de la “banlieue”), robos que, invariablemente, terminan fatal para él. Para remate de los tomates, finalmente es también una película del género de acción, con varias escenas de este corte, con todos sus avíos.
El conjunto no es despreciable, aunque nos parece que tampoco es como para tirar cohetes (que propio, dada su adscripción parcial a la ciencia ficción…). Formalmente no es exquisita ni llena de ideas, sino que se pliega mayormente a poner en imágenes el guion; sí es cierto que hay una serie de escenas en las que el director, Ido, juega la carta poética, con esos elevados edificios, vistos siempre desde abajo, como una confirmación de la imposibilidad para los habitantes del suburbio de subir de clase, de ascender socialmente, de la inviabilidad de salir del arroyo; también las imágenes (ficticias, por supuesto) de los planetas en su progresiva alineación, junto con la hermosa a la par que intrigante música de los hermanos rusos Evgueni y Sacha Galperine, aportan un interesante tono ominoso y esotérico a esta historia que se mueve entre la realidad y la fantasía, transitando de una a otra con notable desparpajo. La brillante fotografía de David Ungaro saca buen partido a los enhiestos edificios verticales, a la vez majestuosos y desolados, en elegantes planos, con una hermosa plasmación del universo urbano de la “banlieue”.
Hay varios elementos interesantes en el film: la aparición de la banda de los Ronin, adolescentes dispuestos a (otra vez) salvar el mundo, una especie de secta adanista que quiere recomenzarlo todo de nuevo, como si el mundo no llevara toda la vida recomenzando para emponzoñarse casi siempre demasiado pronto; una banda que toma su nombre de los famosos y fieros samuráis sin amo del Japón feudal (Ido es un fan irredento de todo lo nipón), con una buscada apariencia de colectividad, sin individualidades, propiciando con ello una sensación como de cuervos, arracimados en las plazas mientras lo vigilan todo; una banda de imberbes en la que hay algo ominoso, de gente sin escrúpulos ni sentimientos, con un jefecillo que, eso sí, es un error de casting, un tipo que no tiene ni media guantá y además al pobretico me lo hacen aparecer con un horrible bigotillo que le resta cualquier atisbo de autoridad.
Otro de los temas de interés es el perfil de uno de los personajes, Daniel, el atleta, demediado entre el que cree su deber para con su hermano paralítico, al que ayuda en sus trapicheos de droga aunque está totalmente en contra de tal práctica, pero también de su entrenador, que le exige cada vez más para que sea el gran deportista que cree hay en él, pero también estará mediatizado por su promesa de iniciar una nueva vida con su mujer y su hija pequeña en otro país; pero Daniel, como tantas personas en este mundo, no sabe decir que no, quiere contentar a todo el mundo, y como sabemos, eso es imposible.
También es apreciable una cierta sensación, que persiste prácticamente durante todo el film, y se acentúa en la última parte, como de presagio de catástrofe, como de fin de los tiempos, a la espera de esa alineación de astros que, finalmente, en la película, permitirá salir con bien al protagonista (medianamente con bien, habrá que decir…), en una escena que abandona deliberadamente la realidad para entrar directamente en la fantasía o casi en la abstracción, en un tono quizá alegórico.
Correcto trabajo interpretativo en general de los poco conocidos intérpretes, de los que solo recordamos haber visto antes en pantalla (aunque todos son actores y actrices profesionales con sus correspondientes filmografías) a Steve Tientcheu, concretamente en la estupenda La noche de los reyes.
(28-07-2023)
85'