Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS


ESTRENO EN FILMIN



Carmen Jaquier (Ginebra, 1985) es una guionista y directora suiza de todavía corta carrera. Formada en cine en la prestigiosa ECAL de Lausana, su carrera por ahora se limita a varios cortos, que han recibido algunos premios, y un largometraje colectivo, el ambicioso proyecto Heimatland (2015), correalizado con otros nueve cineastas. Su primer largometraje de ficción en solitario es este sensible Thunder (que se podría traducir como “rayo”, como el título original, Foudre), interesante tarjeta de presentación que la muestra como una cineasta con cosas que decir, diciéndolas de forma atractiva.

La historia se ambienta a principios del siglo XX, en un ambiente muy mojigato en la Suiza de la época. Conocemos a Elisabeth, monja (o novicia, no queda demasiado claro) en un convento de clausura, a la que la Madre Superiora informa que su hermana mayor, Innocence, ha muerto, por lo que su familia reclama que vuelva con ellos al menos durante el verano para las labores agrícolas, al ser ella ahora la mayor de las hijas. Elisabeth se muestra reacia a abandonar la confortabilidad emocional y vital del convento, donde no hay posibilidad de que el mundo exterior entre, pero finalmente, prácticamente a rastras, es llevada hasta la casa familiar. Allí se incorpora a las tareas cotidianas; cuando indaga por lo sucedido con su hermana, la madre (de fuertes convicciones religiosas, como el padre) le dice que su nombre no se pronuncia en la casa. Elisabeth se siente crecientemente intrigada por lo ocurrido con su hermana; un día, mientras recoge leña, ve a tres chicos masturbándose en el campo, y eso la perturba considerablemente. Cuando encuentra el diario de su hermana, escondido entre costuras en una prenda de vestir, se entera de que su hermana vivió libremente su sexualidad con los chicos del entorno, y eso la estigmatizó a los ojos de la comunidad…

La película se inicia con una serie de fotos antiguas, de ambiente campestre, con gente anónima, quizá de primeros de siglo XX, unas imágenes costumbristas, muy hermosas, mientras un piano las puntea leve, melancólicamente… ya este inicio nos gana y nos sitúa en el momento y el lugar; a partir de ahí, con la comunicación a la religiosa y su rotunda negativa a salir del claustro donde es feliz en su simplicidad, sin tentaciones, la película cobra impulso y lo mantiene así durante todo el metraje, en una historia de descubrimiento, la de la propia sexualidad, pero también de la propia identidad, a partir de la historia de la hermana que la protagonista conseguirá ir revelando, contra el criterio de su familia y de la estricta comunidad, solo con el concurso de tres chicos con los que formará una especie de comunidad pansexual, una comunidad que la directora nos da de manera muy sutil, solo con caricias mutuas, con besos apenas esbozados, los cuerpos desnudos lánguidamente tumbados en escenarios campestres, recordando icónicamente aquellos “softcore” de David Hamilton, como Bilitis, pero con bastante mayor enjundia que aquella mera colección de postalitas para erotómanos.

Jaquier se demuestra como una cineasta que gusta del cine contemplativo, que no inmovilista: su historia se va desarrollando con lentitud, pero sin pausa; la evolución de la callada monja que no quería salir del convento hasta llegar a experimentar una especie de comunión pagana, sexual, con sus amigos, está dada con mesura, con tiento, apoyándose (a veces quizá demasiado…) en los textos en off que escucharemos en la voz de la propia Innocence, los líricos, a veces eróticos, a veces filosóficos, incluso a veces metafísicos textos de su diario, en el que irá revelando sus experiencias sensuales y sexuales con sus amantes, haciéndose con ello objeto de la repulsa de una comunidad que no puede tolerar conductas desviadas de su muy rígida, estrecha y pacata moral.

Tiene la película una iconografía clásica, conscientemente buscada… tiene también una inteligente imbricación de la historia narrada en los hermosos paisajes montañosos del valle del Binn, en el cantón suizo de Valais, un paisaje de una belleza cegadora, propicia para la voluptuosidad antes que para la represión, en un universo humano en el que todo gira en torno a Dios, como una teocracia donde lo religioso lo rige todo. Por eso la heterodoxia primero de Innocence, y después de su hermana la monja o novicia, generará una desestabilización en el sistema que las fuerzas vivas se encargarán de abortar drástica, traumáticamente. El final, abierto y de algún modo feliz, quizá peque de optimista, en un tiempo y un lugar donde las conductas distintas a las ortodoxas tenían escaso recorrido. No obstante, se agradece esa apuesta por el final ambiguamente positivo.

Aunque a ratos podría pensarse que Jaquier sigue los postulados vacuamente estéticos de Terrence Malick, entendemos que (loados sean los cielos…) eso no es así, por cuanto Carmen muestra pronto mucho más sentido común que el (para nosotros) muy  sobreestimado cineasta norteamericano, y usa la belleza en su contexto, una belleza que nunca es hueca ni vana, como sucede con la obra (sobre todo con la realizada en este siglo XXI) del director de Malas tierras. Jaquier se muestra también como una cineasta con un gusto exquisito en el encuadre, siempre exacto, siempre perfecto, pero siempre también al servicio de la historia que se cuenta, en una película de una gran delicadeza, una película hecha sin aspavientos, con un agradable tono menor, una historia de deseos subterráneos en el que la protagonista se debate inútilmente entre su fe y la pulsión de la carne, una historia también plagada de signos: como el color blanco de los vestidos de las mujeres en la Noche de San Juan, símbolo de pureza a la espera de ser desflorada, o la burra de Innocence como nexo vivo de unión entre Elisabeth y su hermana.

Gusta la muy cuidada fotografía de Marine Atlan, con una composición del plano muy pictórica, como si fueran cuadros clásicos, y también la hermosa y minimalista música de Nicolas Rabaeus, con frecuencia unos breves y espaciados teclazos de piano, confiriendo con ello al film un tono serenamente melancólico, en una banda sonora aderezada también de hermosas canciones campestres del folclore suizo de la época, cantadas “a capella” por los propios intérpretes. Con estos y otros firmes mimbres, Thunder consigue su propósito de ser una película de trasfondo lirico y erótico, de un tono tórrido, aunque casi siempre lo hace desde un plano puramente verbal, no físico, aspecto este en el que se limita a algunos lánguidos desnudos de corte bucólico, a algunas caricias en las que los amantes que se inician en ese amor colectivo se tocan, se acarician suavemente, experimentando la directora con una sensualidad delicada que, curiosamente, se aleja del amor físico para acercarse más a una comunión pagana y pansexual, alcanzando un punto que es más una epifanía que un éxtasis sexual.

Buen trabajo actoral, en especial de la protagonista, Lilith Grasmug, de aún corta carrera pero con una rara capacidad para interiorizar su personaje y para entregarse absolutamente a él.


(09-08-2023)


 


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92'

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Thunder - by , Dec 16, 2023
3 / 5 stars
Lírica, erótica, lánguidamente sensual