Tiempos modernos

CRITICALIA CLÁSICOS

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Cuidado, que decimos adiós a Charlot, el inefable e inolvidable vagabundo de anchos pantalones, bombín, bigotito,  flexible bastón y zapatos desmesurados... pero no a Charles Chaplin (o Charlie, como figura en  todos los créditos y carteles de este film), que siguió su carrera durante muchos años más y con títulos muy dispares. Y la despedida del Little Tramp (que había surgido en un corto de 1914) se hizo por todo lo alto, quizás en el momento más maduro y glorioso  de su genial autor, con una costosa y complicada producción, y entre otras dos películas señeras, entre Luces de la ciudad en 1931 y El gran dictador en 1940.

Se ha discutido muchas veces si Tiempos modernos es un film mudo o sonoro y es difícil contestar ya que el título precedente sí tenía banda sonora (y con La violetera del maestro Padilla) pero respetaba los rótulos explicativos y no se oían los diálogos de los actores, mientras en El gran dictador no cabía duda de su condición de cinta sonora. Pero acaso todo ello es secundario, porque la brillantez del film soslaya la cuestión, al presentarnos el mundo cruel de una gran fábrica, en tiempos de la Depresión, implacablemente controlada mediante pantallas por su dueño, mientras se dedica... a componer un gran puzzle sobre su mesa.

Crítica mordaz y exagerada de la cadena de montaje ideada por Henry Ford para sus coches, Chaplin incide en la deshumanización de un trabajo monótono, exhaustivo y agotador, pero sin dejar fuera su humor agudo y lleno de brillantez, con Charlot en continuo conflicto con sus compañeros de cadena. Secuencias famosas, como cuando es engullido por el tremendo engranaje de tuercas, o cuando repite el tic de ajustar los tornillos, o la máquina para dar de comer a los obreros, provocan la risa inevitable del espectador. Finalmente su descontrol y locura lo llevan a ser internado, para salir ¿curado? de su curiosa enfermedad.

En la calle, despistado, recoge una bandera roja que señaliza el extremo en un camión, la enarbola y en ese momento tras él aparece una manifestación de "comunistas" (eso dicen rótulos posteriores) y Charlot acaba en la cárcel como peligroso cabecilla. Pero siguen los geniales giros del guión: allí  (de pura suerte) frustra un motín y es liberado como un héroe, con una elogiosa carta de recomendación del Sheriff para que le den trabajo (carta que dará mucho juego al inestable vagabundo).

El film cambia mucho en su segunda parte, con la aparición de la hermosa y pizpireta Paulette Goddard (entonces casada con Chaplin) como la chicuela, la golfilla, luego huérfana... (gamin, en el original). La cinta abandona el tono exclusivamente reivindicativo y se centra en la vida de estos dos vagabundos, con sus ensoñaciones de una casa ideal, sus distintas secuencias, en los astilleros, en los grandes almacenes, siempre huyendo de taimados policías, y con todo en un cúmulo constante de insuperables gags (añoranza de los muchos y geniales cortos anteriores de Chaplin). De esta forma uno y otro van entrando y saliendo de la cárcel o de la comisaría, él vuelve a otra fábrica (con los conocidos engranajes, que ahora apresan a un compañero), y luego parecen estabilizarse en sus apuros, trabajando en un restaurante. Allí ella baila y él hace de todo, incluso canta en un idioma inventado, y por primera vez se oye la voz de Charles Chaplin en una película...

Y llegamos al final: dice una leyenda, urbana y gacetillera, que al salir de la cárcel -una vez más-, Charlot se entera  de que la golfilla -desesperada- se ha recluido en un convento, con lo que los dos enamorados quedan ya separados irremediablemente. Pero Charles y Paulette pensaron que resultaba un cierre demasiado triste para una obra tan  divertida y gozosa, así que finalmente rodaron otro más abierto y optimista, con todo el horizonte al alcance de la ya feliz pareja, mientras suena la música de Smile (compuesta, cómo no, por Chaplin). Y colorín colorado, este cuento de la Gran Depresión se ha terminado...