Tras sus dos primeros largos, Vacas y La ardilla roja, originales y delatores de una personalidad poco común, parece que Julio Medem se ha desnortado en esta historia rodada en tierras de Cariñena, una especie de revisitación de aquel filme de Pasolini, Teorema, en el que un ángel visitaba una familia para servir de catalizador en la vida de cada uno de ellos. En Tierra hay también un ángel, demediado entre el ser humano físico y su ectoplasma seráfico, que afectará a la vida de todos los de su entorno; pero, en un efecto bumerán, también él resultará alcanzado por su propia influencia. Pero hay demasiados Temas (así, todos con mayúsculas): La dualidad Madre/Hembra, Familia/Placer, ejemplificadas en los personajes de Suárez y Silke; el Vino como Elixir de Vida; el Rayo como brazo letal de la Naturaleza; la Muerte después de la Muerte, etcétera (he estado tentado de escribir Etcétera...). Discursiva en exceso, la última película de este por otro lado estimable realizador vasco carece de, al menos, un gramo de humildad: parece concebida bajo los efectos del vino del pais, sea o no con sabor a tierra. Lástima, porque produce resaca.
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