Cesc Gay se confirma como uno de los valores más asentados de la dirección cinematográfica en España. Desde su inicial Hotel Room (1998), codirigida con Daniel Gimelberg, que le descubrió como un cineasta sólido y con capacidad para la ironía, le hemos visto filmes como Krámpack (2000), sobre el despertar de la sensualidad en la adolescencia, En la ciudad (2003), cine coral, urbano, sobre las relaciones entre amigos, Ficción (2006), una subterránea, volcánica historia de amor dada con una contención inusitada, V.O.S. (2009), que intertextualizaba realidad y ficción, y Una pistola en cada mano (2012), desolador retrato sobre los varones modernos y las incertidumbres que producen los nuevos tiempos en las relaciones entre sexos.
Con Truman Gay sigue con el cine que mejor se le da, el de relaciones humanas, el de personajes que hablan y hablan, con naturalidad, con tino, con la sencillez pero también la verdad de historias realistas que dan lo mejor de sí mismas en tanto en cuanto parecen relatos arrancados de la vida, de cualquier vida. Gay y su guionista Aragay (que ya son raros, y atípicos, estos apellidos, y que sean los de esta pareja de guionistas que trabajan siempre juntos) parecen expertos en diseccionar la cotidianidad, extrayendo de ésta deliciosas perlas, ya en clave de humor, ya de tragedia, a veces entreverando ambas.
Un hombre de mediana edad vuelve a España desde Canadá, donde trabaja y vive con su familia. Ha vuelto a Madrid a pasar cuatro días con su amigo, que padece cáncer y que se niega a seguir con el duro tratamiento médico que sólo le prolongará la vida, la agonía, pero no le da esperanza alguna de superar la enfermedad. El emigrante en Canadá intentará hacerle desistir de su decisión, pero esos cuatro días marcarán sus vidas; también la del agonizante.
Drama que podría haber incurrido con tanta facilidad en la variante lacrimógena, afortunadamente Gay la evita, como era de esperar a la vista de sus antecedentes, dejando sólo en algunos momentos fluir la (inevitable) emoción de una despedida de este jaez, entre dos amigos de siempre, a los que el trabajo, la familia, el tiempo, separó, aunque realmente nunca se sintieran lejos uno del otro. Filme sobre la necesidad de afrontar la muerte con tanta dignidad, o más, que la vida, es también un alegato hacia la necesidad de que ese trance, esos últimos días, sean vividos intensamente, entre amigos, entre seres queridos, más allá de la pena de la pérdida, más cerca del recuerdo de los tiempos vividos juntos.
Película irregular (no todas las escenas de este tránsito final tienen la misma enjundia), sin embargo Truman es una obra necesaria, una película que trata sobre ese tema, la muerte, que supuestamente está tan presente en el cine hodierno, pero que en realidad apenas si se toca de frente y por derecho. Casi siempre la muerte en cine es la defunción violenta, ajena, lejana, que vemos en tantas películas superficiales, casi nunca es ese hecho fundamental de nuestras vidas, ése por el que pasaremos todos, ricos y pobres, feos y guapos, gordos y flacos. Ese momento tan temido, sin embargo, es un momento tan poco transitado de verdad en cine que sólo por eso ya valdría la pena ver Truman. Pero hay más: hay emoción contenida, hay amistad, hay encontronazos, hay sensibilidad que no lo parece, de tan sutil. Y hay, por qué no decirlo, un personaje entrañable, el Truman del título, el perro del protagonista, un chucho enorme, ya vencido por la edad, amable (en su acepción de capaz de ser amado), y que finalmente será el signo de la absoluta, definitiva prueba de cariño entre dos amigos que lo fueron todo y lo seguirán siendo, más allá de que el temido cangrejo se lleve a uno de ellos por delante.
Las películas de Gay son cine “de cámara”, cine de actores y actrices: aquí Ricardo Darín y Javier Cámara dan un auténtico recital de credibilidad, de veracidad; ellos son estos dos amigos que se despiden para siempre, estos dos amigos que comparten cuatro días de lo que saben es su último, testamentario encuentro. Del resto, notable, destacaría a un José Luis Gómez que se prodiga poco, lamentablemente, en cine, pero cuyas apariciones en la gran pantalla se cuentan por acontecimientos. Su pequeño papel, entre el superficial paternalismo y el solapado encanallamiento, merece pasar a los anales de la interpretación.
(01-11-2015)
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