Esta película se proyecta en la sección Revoluciones Permanentes, dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’20).
El cine portugués, tras la muerte de Manoel de Oliveira, ha perdido a su gran referente internacional. Hay algunos nuevos valores, aunque ninguno apunta al nivel del gran cineasta portuense. Carlos Conceiçâo (Angola, 1979) es uno de esos nuevos valores, y su cine parece intentar acercarse al de Manoel, creyendo erróneamente que lo estrafalario, lo desconcertante, era lo esencial en el cine de De Oliveira, quedándose con la cáscara pero no con la almendra.
La acción de esta Um fio de baba escarlate (que podría traducirse en español algo así como “un hilo de baba escarlata”) se desarrolla en el Portugal hodierno: en un plano secuencia inicial de 4 minutos vemos a una mujer, evidentemente borracha, deambulando por una fiesta que se celebra en una especie de terraza; la mujer, tras un buen rato andando sin rumbo por la terraza, se sube a una silla y se lanza al vacío. Paralelamente, vemos en la playa a una pareja retozando en un coche deportivo; de repente, el hombre saca un cable USB y con él estrangula a la chica; después la introduce en un envoltorio y la guarda en el maletero del coche. Marcha a un lugar donde figura en el exterior “incineradora”, pero cuando parece que va a sacar el cuerpo de la chica asesinada, desde lo alto cae algo al suelo. Es la mujer borracha que había saltado en la primera escena. La mujer, moribunda, parece pedirle algo, y el hombre la besa apasionadamente antes de que esta muera; los curiosos que se han arremolinado alrededor inmortalizan la escena en fotos y vídeos con sus móviles...
Conceiçâo se inició en cine a través de tareas colindantes, como productor de videoclips musicales. Empezó a dirigir cortos a partir de 2008 con O meu alien, y desde entonces ha realizado un buen puñado de cortometrajes, siempre con temáticas impactantes y tratamientos visuales peculiares, por llamarlo de alguna forma: se puede convenir que los titulados Carne (2010), O inferno (2011), Versailles (2013) y Coelho mau (2017) son algunos de los más característicos y que más llamaron la atención en festivales. Su único largometraje por ahora es Serpentário (2019); con este Um fio de baba escarlate se queda en el metraje intermedio entre cortos y largos, en lo que habitualmente llamamos mediometraje.
Lo cierto es que Conceiçâo tiene un tipo de cine que resulta, cuando menos, estrafalario: en principio aparentemente de ribetes realistas, sin embargo enseguida vemos que no juega en esa liga. Aquí tenemos a un asesino en serie, un guaperas “psycho-killer” que asesina por placer a las mujeres a las que se liga, aunque, según parece, no llega a consumar con ninguna de ellas, lo que supondría que el placer lo obtiene en el hecho de matarlas con sus propias manos y verlas morir; este villano feminicida, sin embargo, tendrá su momento de gloria cuando, al asistir a la caída de la mujer borracha, cumple el deseo de esta de besarla apasionadamente y es inmortalizado por los móviles de los curiosos. De ahí a la viralidad y a la fama hay un paso. Pero como la cabra tira al monte, el asesino que ahora es héroe volverá a las andadas en cuanto pueda, y esa será su perdición...
La película llama la atención en principio por una remarcada atmósfera de diseño, como de spot televisivo, con mucha cámara lenta y cierto descangallamiento, con un evidente gusto por parte del director por las angulaciones raras, como las cenitales. En ese sentido, está claro que Conceiçâo no intenta pasar desapercibido como director. Gusta Carlos de los colores brillantes y puros, con una iluminación artificiosa y una ambientación de diseño: es evidente que no busca el realismo.
Se podría considerar que Um fio de baba escarlate sería una crítica a la estupidez de las redes sociales y su capacidad para convertir instantáneamente en héroe popular a quien no es sino la hez de la sociedad, un hombre que disfruta matando mujeres previamente seducidas. Sin embargo, esa impresión se desvanece ante una parte final en la que el guionista y director toma un camino distinto, que parece entroncar con los cuentos de nuestra infancia (esas monjas que parecen hadas, o viceversa; ese beso de la sor joven al protagonista, que, como el del príncipe de los cuentos, lo revive), pero también con una mirada muy, muy heterodoxa, sobre la crucifixión de Cristo, lo que resulta ciertamente bastante desconcertante: ¿Es este último tramo el justo castigo a las crueldades abyectas del “psycho-killer” devenido en héroe romántico por la viralidad imbécil de las redes? ¿Es la forma en la que se redimirá de sus pecados? ¿Estamos entonces en una película en clave religiosa? Estas y otras preguntas se las podrá hacer, cabalmente, el espectador, en un film que ciertamente tiene varias lecturas, aunque más bien tirando a confusas.
Tiene el film como cosa curiosa el hecho de que no se oye en todo el metraje una sola palabra inteligible; a veces suenan al fondo algunas voces, sobre todo en los noticiarios que se ven en algunas escenas, pero siempre son imposibles de entender. Estamos entonces ante una película muda, a la que realmente no le hacen faltan diálogos porque, hasta que llega la parte final y con ella la empanada mental de la alegoría más o menos religiosa o feérica, es perfectamente entendible. Ese laconismo habla de nuevo de la voluntad del director de no pasar desapercibido, de hacerse notar: está claro que Conceiçâo está contentísimo de haberse conocido, aunque quizá su supuesta “genialidad” no sea tal.
Si el modelo era De Oliveira (y la parte final, con las monjas y el Cristo crucificado, remite a algunos títulos de este como A divina comedia), lo cierto es que, como decíamos, se queda en lo anecdótico, en lo superficial, y no llega más allá. Modernez sin mayor interés entonces, fatua y de escaso recorrido, se agradece la denuncia del feminicidio, aunque parece evidente que su tema no es social sino más bien estético, por no decir estetizante.
Aunque hablando de esteticismo, ¿nadie del equipo le ha dicho al director que los bigotes del protagonista y el paparazzi, y no digamos el pelucón imposible de este último, eran horribles?
Protagoniza el francés Matthieu Charneau, quien, tras participar también en Coelho mau, parece haberse convertido en el actor-fetiche de Conceiçâo; lo cierto es que aquí lo que aporta es su buena planta y poco más, aunque es un intérprete de sólida formación actoral. Lo más curioso es reencontrarnos con algunas de las actrices predilectas de (otra vez...) Manoel de Oliveira, como Leonor Silveira y Teresa Madruga, lo que, evidentemente, no es una casualidad, y abona la sospecha de que Conceiçâo quisiera ser el De Oliveira moderno: como decimos en mi tierra, anda que no tiene que mejorá ná ni ná...
(15-11-2020)
60'