Pelicula:

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Esperábamos con ilusión esta mirada del cineasta catalán Isaki Lacuesta (Gerona, 1975) sobre los atentados ocurridos en París el 13 de noviembre de 2015, en concreto sobre el realizado contra los asistentes a un concierto rock que tenía lugar en la sala Bataclan, pero lo cierto es que, vista esta Un año, una noche, tenemos que decir que nos ha decepcionado en parte, aunque ciertamente tiene cosas de interés.

El guion se basa en el libro Paz, amor y Death Metal, publicado por Ramón González en 2018 en Tusquets. González, él mismo una de las víctimas de la masacre de Bataclan, aunque salió indemne físicamente (psicológicamente es otra cuestión...), narraba en primera persona su experiencia en aquel horror y las consecuencias que ello tuvo en su vida posterior. La película narra fragmentadamente esa historia, con un protagonista llamado (lógicamente...) Ramón, aunque su pareja en el film no será argentina, como en la historia real, sino francesa, y se llamará Céline. A lo largo de la cinta, que se inicia con ambos caminando como sonámbulos por las calles de París aquella infausta noche, cubiertos por esas mantas doradas que se utilizan para cubrir en las catástrofes a las víctimas, conoceremos a ambos, y la muy distinta forma en la que cada uno de ellos, Ramón y Céline, se enfrentan al tremendo “shock” producido por aquel ataque terrorista, pero también por la tensa espera llena de incertidumbre en los camerinos de la sala donde se refugiaron junto a otros asistentes al concierto, entre el miedo a que los terroristas los descubran y la esperanza de que la Policía los libere. A lo largo del film se irán alternando escenas de la vida posterior de ambos, cuando su relación se va progresivamente deteriorando, con Ramón constantemente obsesionado por lo ocurrido, hasta el punto de que deja su trabajo, y Céline, que ha decidido silenciar absolutamente lo que le pasó en su entorno laboral, familiar y amistoso, de tal manera que nadie, salvo Ramón y otra pareja de amigos que estuvieron con ellos en Bataclan, sabe que ella también fue una víctima. Esa distinta forma de afrontar la tragedia sembrará la simiente de la discordia entre ambos, incapaces cada uno de ellos de entender la manera en la que el otro intenta gestionar su íntimo aunque a la vez compartido drama.

Pero lo cierto es que nos ha parecido que Lacuesta y sus coguionistas, Fran Araujo y su habitual colega en estas lides Isa Campo, no han dado aquí en la tecla, no tanto por la estructura del relato, a base de flashbacks de la noche maldita del atentado, que nos parece congruente y razonable, como por la desmesurada importancia que se le da a la palabra en el film, hasta el punto de convertirse, a ratos, en una suerte de película rebosante de una verborrea en la que se habla mucho, a mucha velocidad y con frecuencia de forma redundante, sin que tanto diálogo, tanta explosión emocional, aporte gran cosa al progreso de la trama. Película como casi todas la actuales con demasiado metraje (aquí calculamos que hasta media hora de más), eso juega fatalmente en su contra, haciendo que todas las discusiones entre la pareja, que son muchas y no siempre entonadas, hagan perder interés a una historia que, “per se”, lo tiene más que de sobra, terminando por hacer que el espectador desconecte de la tragedia de los protagonistas y espere con impaciencia el final.

Por supuesto que hay cosas valiosas: Isaki Lacuesta ya ha demostrado su talento en muy apreciables films como La leyenda del tiempo y Entre dos aguas. Por ejemplo, la bomba emocional final de Céline con su compañera, cuando las aguas de sus sentimientos, por fin, consiguen derribar la represa en la que a duras penas estaban contenidas, en una escena filmada con primerísimos planos de las dos mujeres, resulta de un fortísimo voltaje emotivo; o también la escena con los dos componentes de la pareja, en su última y (quizá) definitiva discusión, cada uno a un lado de una puerta de cristales translúcidos, atisbándose apenas sus siluetas, una vaga imagen de lo que en realidad son, metafóricamente también las personas desvaídas que (gracias, Gotye) se están empezando a convertir en “alguien que solía conocer”.

Estamos entonces ante un film irregular, demasiado largo y discursivo, con frecuencia irritante en sus digresiones, pero con algunos dijes de excepcional calidad. Por supuesto, llega prístino el mensaje de la película, la honda tragedia personal que supuso el atentado para cada una de las víctimas de Bataclan (y de cualesquiera otros ataques terroristas, por supuesto), y cómo eso afectó a sus vidas ya para siempre. En la letra de la canción que cantaba el grupo Eagles en el momento del ataque yihadista en la sala de conciertos se incluye un verso que, nos parece, viene a resumir atinadamente el sentido del film: “meter al diablo en un hoyo”, para la ocasión, conseguir que ese diablo, que ese dolor perenne que les atenazará el corazón para siempre, pueda ser guardado en algún lugar que permita a las víctimas seguir con sus vidas, aunque éstas no serán ya nunca las mismas.

Entregado trabajo interpretativo de los actores y actrices: Nahuel Pérez Biscayart, que saltó a la fama internacional por su sentido personaje de 120 pulsaciones por minuto (2017), hace una excelente composición del protagonista, el propio Ramón que se autobiografió (y, de alguna manera, se autopsicoanalizó...) en el libro que ha dado pie a la película. Noémie Merlant, una de las mejores de su generación, también hace un generoso trabajo, cincelando muy bien su rol. Más desdibujado nos ha parecido, aunque en puridad es porque también tiene menos papel y está menos perfilado, Quim Gutiérrez, que a lo tonto, a lo tonto, se está convirtiendo en una presencia más o menos habitual en el cine francés.


(26-10-2022)


 


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120'

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Un año, una noche - by , Feb 20, 2023
2 / 5 stars
Meter al diablo en un hoyo